REPORTAJE
Yaya vuelve a casa
Yaya tenía 31 años y la suerte en contra. En dos ocasiones viajó en patera desde Senegal a España. Su sueño: trabajar duro, ganar dinero y regresar a su país. Por fin, el 7 de febrero llegaba a su casa de Ribaforada el permiso de residencia. Al día siguiente Yaya moría de leucemia. Su cuerpo ha tenido que esperar en el tanatorio a que sus amigos recaudaran 5.500 euros. Yaya, el chico bueno de enorme sonrisa, ni siquiera tenía para el viaje de vuelta. - Huérfano de madre, apenas gastaba dinero para enviarlo a familia en Senegal - Trataba de convencer a uno de sus hermanos de que no viniera porque vivir aquí era muy duro
Diario de Navarra, , 21-02-2011LA historia de Yaya es corta. Apenas dura 31 años. Y su biografía es el relato de quien, sin caer en el desánimo, intenta una y otra vez abrirse camino. Sin conseguirlo. Los navarros que le conocieron dicen que era honrado y bueno. Pero eso no fue suficiente. Él no quería quedarse definitivamente en Ribaforada. Su sitio en el mundo era Senegal. En España pretendía tan sólo convertir su esfuerzo en dinero y regresar. Siempre quiso estar donde no podía.
Por dos veces arriesgó su vida viajando en una patera en las aguas del Atlántico pensando en Canarias como la tierra prometida. No llegó a saber que la noche anterior a que la vida se les escapara en una cama de la UCI en Pamplona el cartero dejó en su buzón los papeles que lo legalizaban en España. Tras su fallecimiento tampoco pudo estar donde quería: su cuerpo ha permanecido más de dos semanas en el tanatorio de Tudela hasta que sus amigos han conseguido recaudar los 5.500 euros que costaba el retorno. El sábado, finalmente, pudo volver a casa.
En Senegal Yaya era carpintero y la sonrisa que siempre tenía le describía como un chico feliz. Hacía muebles y vivía con sus padres y sus seis hermanos. Su futuro lo imaginaba con Diara, su novia, una hermosa chica de una aldea cercana. Un día, con 26 años, Yaya entendió que debía emigrar para ayudar a su familia. Otros antes que él lo habían hecho y ahora enviaban desde Europa cantidades de dinero imposibles en Senegal. ¿Cómo puede uno renunciar a un futuro tan prometedor?
Durante siete jornadas navegó por el Atlántico en una patera. El sol abrasador durante el día, el frío intenso y la ropa mojada durante la noche, anquilosado sin poder estirar las piernas toda una semana. Y rezando porque un golpe de mar no volcara la barca y lo mandara al fondo o perdieran el rumbo condenándose a una muerte segura en la inmensidad del mar. Su llegada a la costa se ha visto cientos de veces: él era uno de esos chicos de las noticias que desembarcan ateridos de frío, derrotados por el cansancio y que apenas pueden dar unos pasos mínimos en el muelle. La suerte ya empezaba a jugar en contra. Yaya fue expulsado. Un confortable avión lo devolvió a Senegal. Se encontraba otra vez en la casilla de salida.
Derrotado pero no vencido, Yaya lo volvió a intentar el mismo año. De nuevo una patera y siete días con sus siete noches hasta alcanzar las costas de Canarias. Sólo que esta vez sí logró quedarse en las islas los 45 días reglamentarios para evitar que volvieran a embarcarle en un avión rumbo a su país.
Ganas de vivir
Desde su llegada, Yaya ha permanecido cuatro años en España, los dos últimos en Ribaforada. Un tiempo en el que su obsesión principal ha sido obtener los permisos de residencia y trabajo. “Era su única preocupación. Conmigo no hablaba de otra cosa”, cuenta su mejor amigo, Alassane, senegalés de 33 años. Pero desde julio del año pasado la prioridad de su lucha cambió: ahora era vencer el cáncer. Una leucemia que pintaba mal. Consciente de su enfermedad, Yaya nunca sucumbió al desánimo. Quería recuperarse sabiendo que su familia necesitaba el dinero que él les procuraba.
Yaya moría el 8 de febrero en el Hospital de Navarra. Su padre quería el cuerpo con ella, enterrarlo con los suyos en un cementerio musulmán. El viaje costaba ahora 5.500 euros. Sus amigos en Navarra y la Asociación de Senegaleses de la Ribera se pusieron a la tarea de recaudar el dinero. Y lo consiguieron. Han recibido donaciones hasta de enfermos de cáncer que compartieron habitación con él en el hospital. Especialmente solidaria ha sido Ribaforada, a quienes los senegalés que residen allí incluso han dado las gracias a través de la televisión local.
Dinero para su familia
Yaya acudió a España en busca de un sueño. Pero era un espejismo. Por eso trataba de desanimar a uno de sus hermanos empeñado en seguir sus pasos. “Le decía que no lo hiciera, que el viaje era peligroso y que vivir aquí era duro, que no quería que pasara por lo mismo que él”, recuerda su primo Elhadji Mody, de 39 años, con el que ha residido en Ribaforada. Cuando ya estuvo instalado, su familia le envió varias fotografías de su novia. “Me decía que la echaba de menos y pensaba mucho en ella”, añade Alassane. Pero Yaya tampoco quería que Diara viajara a España: su plan era regresar después de haber ganado dinero para los suyos.
Él realmente se llamaba Diadia Sarr, un nombre complicado de pronunciar para los navarros. Por eso le pusieron Yaya. Vivía en Ribaforada con un primo, Ibra, de 57 años, que cuenta en su lengua, el wolof, cómo “su padre me pidió que le cuidara, que me hiciera cargo de él”. Y así lo ha hecho durante estos años. Yaya procedía de Taiba Mbaye, una aldea situada a unos cien kilómetros al nordeste de Dakar, la capital de Senegal, y era huérfano de madre.
Tras llegar por segunda vez a Canarias, Yaya recaló en Cullera (Valencia) donde vivió dos años. Trató de ganarse la vida recogiendo naranjas, pero le aseguraron que obtendría más dinero vendiendo CDs. Sin embargo, esto solo le acarreó problemas. La policía le detuvo varias veces. Ni con los abogados tuvo suerte. “Le estafaron. Lograron que les llegara a pagar 400 euros por simple papeleo. Luego se enteró que uno de ellos estaba en la cárcel por timador”, relata indignado Gregorio Lasheras. Es un agricultor de Ribaforada de 57 años con quien hizo amistad y que, junto con su familia, se ha implicado en el caso. “Son cosas de la vida. Nos lo encontramos en el camino. ¿Cómo no íbamos a echarle una mano?”.
Sin solucionar sus problemas en Cullera, el joven senegalés viajó a Ribaforada. Y conoció a Gregorio. “Yaya era muy buena persona, alegre, simpático, educado. Y tímido, muy tímido y reservado. Con una parte del dinero que ganaba recogiendo hortalizas en el campo comía y pagaba el alojamiento. El resto lo enviaba a la familia”.
Jamás una queja
El pasado 5 de julio, Gregorio se extrañó de llevar varios días sin ver a Yaya. Sus amigos le dijeron que estaba en la cama, enfermo, que le dolían los huesos y el pecho. “Creí que sería una neumonía fuerte y lo llevé a urgencias”. Era leucemia.
Pronto comenzó un tratamiento de quimioterapia contra el cáncer. "Jamás le oímos quejarse. En los peores momentos su única frase era “esto es muy duro”, asegura Gregorio. Mª Jesús Mariñelarena, voluntaria que acompaña a los enfermos en el hospital, dice que “siempre se esforzó por comer para estar más fuerte. Yaya se hacía querer. Hasta el final quiso vivir”.
Gregorio recuerda que de los siete meses que ha durado la enfermedad, el joven pasó cuatro ingresado. De las dos primeras quimioterapias se recuperó bien. “En verano daba gusto verlo”. Pero a partir de entonces ya no remontó. Su familia en África ha estado informada. De hecho, cuando se supo que el trasplante de médula era ya la única opción, sus hermanos se sometieron en Senegal a pruebas médicas para saber si eran compatibles. El resultado fue negativo.
El joven hablaba a menudo con ellos. “A raíz de la enfermedad, hasta varias veces al día”. La familia tudelana cuidó de que nunca le faltara dinero para esas comunicaciones. Ni para poder encender la televisión en el hospital. “Solo veía los documentales de la 2. Si ibas a visitarlo y te la encontrabas apagada, significaba que no tenía buen día”. Siempre decía que no necesitaba nada. Que no se preocuparan. Pero acababa los bollitos rellenos de chocolate, los cacahuetes o el atún en conserva que le llevaban.
Un transplante imposible
Viendo su situación, la familia Lasheras habló con los servicios sociales, que contactaron con Cruz Roja de Tudela para ayudar a conseguir el permiso de residencia por razones humanitarias. En la ong trabaja Alioune N"Diaye, presidente de la Asociación de Senegaleses de la Ribera. Él fue quien, cuando el panorama era cada vez más sombrío, dio una noticia agridulce a Yaya: finalmente se había encontrado un donante de médula americano, pero el joven africano estaba ya tan débil que la operación únicamente se podía iniciar si sus defensas mejoraban. Tuvieron esa conversación el 4 de febrero, en la habitación del hospital. Hablaron en wolof delante del médico, la enfermera y Gregorio. “Incluso estando tan debilitado, él dijo que haría lo posible por recuperarse, que quería el trasplante, el hilo que le unía a la vida”.
Pero para entonces la suerte estaba definitivamente echada. La noche del 7 de febrero, el mismo día en que habían llegado a casa los papeles que legalizaban su situación en España, Yaya fue ingresado en estado crítico en la UCI del Hospital de Navarra. Veinticuatro horas después, poco antes de la medianoche, se le paraba el corazón.
En el viaje de vuelta a Senegal, Ibra acompañó el cuerpo de su primo. Quería hacerlo para entregárselo al padre de Yaya. Con él llevó las fotos familiares y los libros religiosos que le hicieron llegar en este tiempo. “Era un buen musulmán”.
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