El cuartel de la desesperación
Las Provincias, , 14-02-2011Un día macarrones. Otro lentejas. O arroz. Lo preparan en sus casas a veces con productos donados por el banco de alimentos, otras con lo que reciben de gente anónima que saben de su labor desinteresada. Todos los días, sin faltar prácticamente ninguno, un grupo de voluntarios, la mayoría de origen colombiano, aparecen en las inmediaciones de los cuarteles militares de Bonrepòs, ocupados desde hace una década, saturados ahora por la crisis, para atender a los más de 150 inmigrantes que viven en unas miserables condiciones, probablemente peores que las que dejaron atrás en sus países de origen.
Ahora mismo este asentamiento es el mayor de toda la provincia y, de momento, tiene visos de perpetuarse. «Valencia se ha quitado el problema de encima», dicen en el municipio, que apenas tiene 2.000 habitantes y se ve absolutamente desbordado. El viernes volvieron a ser noticia. De forma indirecta. Tuvieron que ser desalojados al arder unas viviendas adosadas a las instalaciones militares, también ocupadas por inmigrantes , que volvió a reiniciarse el sábado por la tarde, debido a la gran cantidad de basura acumulada en las viviendas. La Policía tuvo ayer que apoyar las labores de los guardias de seguridad para evitar que los antiguos ocupantes entraran, por riesgo de derrumbe.
Representantes de Mira, que así se llama la asociación de voluntarios que trabajan desde hace tres meses en la zona, fueron los primeros, y casi los únicos, en acudir el viernes a comprobar cuál era la situación de quienes se habían quedado sin techo, una docena de familias de origen rumano y búlgaro.
Porque los cuarteles son una auténtica torre de babel, donde los magrebíes no se juntan con los que provienen del África subsahariana, ni tampoco con aquellos que llegan de Europa del Este. La misma noche del viernes, cuando la última cámara que ha hecho su programa en directo desde la zona se apaga, se retoma la labor del grupo de voluntarios. Reparten pan y productos que dona Danone. Pero no llega para todos. La presencia de la policía espanta a algunos, que no salen hasta que en las furgonetas ya no queda nada. Alguno se enfada. Otro pide ropa, para protegerse del frío. Tampoco tienen zapatos del número que necesitan, así que hay quien va en chanclas. Las personas de origen colombiano suelen tener el pie más pequeño. «Necesitamos la ayuda de empresas y voluntarios que quieran echarnos una mano, porque lo que pasa ahí dentro es muy fuerte. Es inhumano», explica el presidente de Mira, Jaime Rodríguez. «Les hace falta de todo. No solo comida, también algo de compañía», dice otra voluntaria, que asegura que son los únicos que ayudan a los inmigrantes a diario, a pesar de que dos entidades reciben ayudas de Inmigración por echarles una mano. Al parecer, la labor de estas oenegés se ha centrado en realizar una encuesta para preguntarles su origen. Según un informe de Inmigración, hay incluso un español y varios menores.
Eric es de Ghana. Cuenta que lleva dos años en el cuartel, y siete en España. En su país trabajaba «de electricista. En Madrid en la obra. Ahora estoy en la naranja, pero ya no hay trabajo. No hay nada y no tengo dinero». Todas las historias son parecidas. Algunos provienen del antiguo asentamiento del cauce del río. Otros, de Oscar Mayer, fábrica de Tavernes Blanques que ya desapareció. Si derriban el cuartel se irán a otro lado. El problema se traslada. No desaparece.
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