DESDE DENTRO RICARDO PEYTAVÍ
De 35 a más de 6.000
El Día, 14-02-2011SÓLO he estado una vez en Uruguay, y durante poco tiempo, pero guardo un grato recuerdo de ese país y de sus habitantes. En todo momento tuve la sensación de estar en mi propia casa. De hecho, a los residentes en Canelones, el departamento que rodea a Montevideo, los llaman canarios. Un contingente formado por algo más de mil isleños se asentaron allí en 1878. También lo hicieron nutridos grupos de vascos y asturianos e italianos, pero el gentilicio que prevaleció para todos ellos y sus descendientes fue el de canarios.
Con estos antecedentes – que se repiten por lo que respecta a la emigración canaria en otras repúblicas sudamericanas – resulta difícil objetar algo a que el número de uruguayos afincados en Tenerife haya pasado de 35 en 1998 a más de 6.000 en la actualidad, según publicaba ayer este periódico. Entre quienes ya estaban antes de que comenzara todo – es decir, antes de que nos convirtiésemos en uno de los dos archipiélagos ricos de un país más rico todavía – cabe citar a una señora estupenda con la que coincidí en determinado centro. Una persona encantadora que respondía con un acento muy simpático cuando alguien le preguntaba por su procedencia. Soy “uruguaaaiiiya” decía marcando el término con toda la risueña afectación que le permitía su buen humor de siempre. Nunca le pregunté si tenía antepasados canarios. Tal vez sí, al igual que muchos de esos otros seis mil y pico compatriotas que la siguieron, años después, en el siempre duro camino de la emigración. Bienvenidos hayan sido todos si con ello han mejorado sus vidas. A fin de cuentas, también a nosotros nos recomiendan ahora que nos busquemos el sustento fuera.
Lo cuestionable es si una isla como Tenerife – o un archipiélago como el canario – posee capacidad suficiente para acoger a esas ingentes cifras de inmigrantes . Más de medio millón en década y media, repartidos fundamentalmente en las dos islas capitalinas amén de Lanzarote y Fuerteventura, parecen muchos. En este momento uno puede sentir la tentación de dar el paso a la demagogia y decir – alguien lo ha dicho ya – que sin esas 500.000 personas adicionales acaso no habría 300.000 canarios desempleados. Pero sería un planteamiento injusto. Muchos emigrantes están realizando trabajos que no quieren hacer los canarios, aunque también – todo hay que contarlo – algunos ocupan puestos en los que sí les apetece estar a los isleños. Sea como fuese, existen cientos de miles de razones para que cualquier habitante de cualquier país sudamericano busque aquí el sustento que no encuentra en su tierra; tantas como el número de isleños que emigraron en su día, si bien el planteamiento no es ese. La pregunta es si cabemos todos en un territorio insular bastante más limitado que uno continental. Caber, a la vista está, sí cabemos; asunto distinto es que, verbigracia, podamos ir a las cumbres para disfrutar de una nevada sin varias horas de cola en unas carreteras colapsadas. Por eso los norteamericanos, que a lo peor son menos democráticos y más xenófobos que nosotros, impiden desde hace tiempo que en Hawai se domicilie más gente, aunque proceda de la propia Norteamérica y tenga el marchamo de gringo de ley.
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