Una nómina para romper con 20 años de palizas

La Verdad, F. CARRERES, 03-02-2011

Diana prepara un café en el local del club deportivo de Murcia donde trabaja. :: VICENTE VICENS / AGM

Perdió la cuenta de los golpes, de las palizas, de las humillaciones. A fuerza de escucharlo casi a diario, termino creyéndoselo: no valía para nada, y limitó su vida a una mera supervivencia. A encadenar un día con otro, aislada, callada, atrapada en la rutina de sacar adelante a sus cinco hijos. Un año, otro; un golpe, un grito; una paliza; otra bronca, bofetada.

Un infierno que se alargó 20 años, media vida, y al que Diana (argentina, 44 años) casi se había resignado. Sólo cuando empezó a trabajar fuera de casa, descubrió que había otra vida posible para ella. Que era capaz, y que sí valía, y mucho. «Cuando comenzó la crisis en mi país, emigramos a España, y como mi abuelo era español, yo pude empezar a trabajar enseguida porque tenía los papeles en regla y mi exmarido no. Él no pudo aceptarlo, y se volvió más violento», cuenta con fuerza, feliz en su trabajo como camarera en un club deportivo murciano, donde cada día es una victoria sobre un pasado que aún le duele.

Los malos tratos empezaron pronto, cuando Diana apenas cumplió los 12 años y se emparejó con su exmarido. «En mi casa también había problemas, y me casé muy joven por escapar. Los golpes comenzaron enseguida, pero yo lo ocultaba a todos». En su huida hacia adelante, partió hacia Alicante hace siete años, donde empalmaba «un trabajo con otro hasta 14 horas al día. Llegaba a casa a dormir, reventada, pero con la fuerza de saber que mantenía a mi familia. Él a veces quería sexo, y si yo me negaba, había bronca». Una de esas noches, la paliza terminó en Urgencias, y Diana con una fisura en el riñón «de una trompada». En otra ocasión, trató de tirarla desde un séptimo piso. «Mis hijos se lo impidieron, y los vecinos denunciaron». Diana tomó entonces la decisión más difícil de su vida. Se divorció, hizo las maletas y se trasladó a Murcia para buscar trabajo.

Los trabajadores del Centro de Atención a las Víctimas de la Violencia de Género (CAVI) y del SEF no tardaron en resolver su situación, y le ayudaron a encontrar el empleo. Otras 168 mujeres han logrado también trabajo gracias al programa especial para mujeres maltratadas que mantienen los dos organismos desde hace medio año.

Lejos ya de los golpes, Diana se aferra a su trabajo. «Se me da bien», dice satisfecha. Ha perdido el miedo, y no le importa «ni que me hagan fotos ni decir mi nombre, si esto sirve que ahorrarle a otra mujer 20 años como los que yo he vivido». Su exmarido, que tiene varios juicios por maltrato aún pendientes, lleva una pulsera con dispositivo GPS para que la Policía sepa si incumple la orden de alejamiento que pesa sobre él, y ella respira tranquila. «Ya no tengo miedo. Mi trabajo es también mi refugio, mis compañeros me valoran, y veo que soy muy capaz. Pago mi piso y sigo manteniendo a mi familia, y estoy pensando incluso en sacarme el carné de conducir. Él siempre me dijo que yo no podría ‘manejar’ nunca».

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