El debate sobre el modelo metropolitano
Hablemos de Barcelona
La ciudad siente la presión del turismo y la inmigración, dos caras de su éxito como urbe global.
El Periodico, 01-02-2011Durante las dos décadas finales del siglo XX, se gestó la transformación de Barcelona en lo que hoy es: una ciudad de referencia mundial. Basta viajar o relacionarse con gente de otros países para constatarlo. La mención de Barcelona en cualquier lugar del planeta evoca una experiencia urbana fundamental para entender la evolución de las ciudades y su papel en la era global.
Tras aquellos años en los que la innovación y el debate se dieron la mano, Barcelona parece haberse ido alejando de la deliberación pública, difuminada durante la última década por las turbulencias de la política catalana. En este tiempo, los barceloneses nos hemos acostumbrado a pensar la ciudad solo a golpe de anécdota o de la vivencia ocasional de cada uno, carentes de un recuento narrativo en el que podamos reconocer nuestra peripecia colectiva.
No es seguro que el inminente periodo electoral, anticipado por las primarias socialistas, rompa esta dinámica. La inercia de años de vuelo político bajo amenaza con reducir el debate a una contienda en la que dirimir pretensiones de hegemonía, defensa de posiciones, relaciones de fuerzas, aspiraciones sucesorias e incluso la penúltima refundación del espacio independentista.
Todo ello sería, de confirmarse, una magnífica noticia para los guionistas del programa de TV – 3 Polònia. Para los ciudadanos de Barcelona, por el contrario, supondría perder la oportunidad de considerar diferentes opciones de evolución del entorno que cohabitamos, de poner en común lo que nos une y lo que nos separa, de construir una visión de la ciudad todo lo plural que sea necesaria, pero participada y descifrable.
Las ciudades son, hoy, más importantes que nunca para el devenir de las cosas que importan. Los escenarios en los que lo global y lo local se dan la mano, allí donde florece – cuando tal cosa ocurre – la innovación. Son el espacio en el que experimentaremos, de un modo u otro, la salida de la crisis.
Las opciones de política urbana son trascendentes para la consolidación de una marca ciudadana, la construcción de sinergias supralocales y transnacionales, la reactivación de los mercados, la atracción de capital y el despegue de nuevas actividades económicas.Lo son también para el bienestar cotidiano, para el aprendizaje de la convivencia y la diversidad, para educar en la tolerancia y el respeto y para convertir la pluralidad en activo común. Por todo eso, convendría reanudar la conversación sobre Barcelona.
Para empezar, podríamos recuperar el debate, interrumpido, pero inconcluso, sobre la ciudad real – en expresión tan en desuso como vigente – . A quienes crean que la gobernanza metropolitana es un asunto zanjado, cabría oponerles, entre otros argumentos, los vericuetos del inacabable proceso de construcción de la línea 9 del metro, o las reiteraciones del mapa de equipamientos desplegado durante los años de bonanza. Y es que el marco en que se discuten, adoptan y ejecutan las decisiones públicas refleja, en el continuo urbano barcelonés, más que en ningún otro ámbito, la tendencia a la fragmentación y el barroquismo institucional que nos caracterizan.
Por otra parte, Barcelona viene sintiendo la presión de dos fenómenos, el turismo y la inmigración, que no son sino caras distintas de su éxito como urbe global.
Los dos son, al mismo tiempo, causa y efecto de la pujanza de la ciudad. Ambos requieren, sin embargo, ser metabolizados por esta de tal forma que, superada la tentación del repliegue defensivo, quede reforzada su tradición cosmopolita y abierta. Los ritmos y opciones que eso exige son, típicamente, materia de la política local, y obligan a una deliberación capaz de integrar, sin negarlas, más allá de apriorismos y descalificaciones, las tensiones existentes.
Dice Innerarity que las ciudades garantizan «una cultura productiva de la diferencia», y añade, citando a Sennett, que es así porque crean la posibilidad de que las personas actúen juntas sin la compulsión de ser idénticas. Pero esta síntesis constructiva entre diferencia y proyecto común que es la clave del éxito de la ciudad no se produce de forma espontánea.
Por el contrario, requiere articular la gobernanza urbana de modo que la armonización se haga factible. En otras palabras, y en nuestro caso, se trata de conseguir los equilibrios que impiden que las percepciones negativas propias de la conversión en metrópolis global – incomodidad, congestión, inseguridad, nostalgia, pérdida de identidad – prevalezcan sobre sus aspectos positivos – enriquecimiento cultural, intercambio, innovación, creatividad, progreso – .
De estas y de otras cuestiones convendría que habláramos, tomando a Barcelona como centro, y no pretexto, de la competencia electoral. Director del Instituto de Gobernanza y
Dirección Pública de Esade. Universitat Ramon Llull.
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