Crónica desde el corazón de la necesidad

Sucedió ayer por la mañana en el centro de Pamplona. El drama de la crisis es de carne y hueso, y el problema se agudiza y generaliza

Diario de Navarra, IVÁN BENÍTEZ . PAMPLONA., 18-01-2011

9:30 horas. Alrededores de Mercairuña. Varias personas intentan rescatar del interior de los contenedores algún alimento que les salve la comida del día.
La niebla envuelve la ciudad a esta hora. Un anciano se aleja con prisa. Tira de un carro de la compra cargado de cardo. Apurado, se ausenta entre la bruma. A unos metros, un hombre, de 36 años, inclina uno de los contenedores y rescata de dentro unos pimientos verdes y unas naranjas. Las deposita en una cesta.

Telmo es de Pamplona y lleva siete meses sin ingresos. Hasta entonces ha trabajado de albañil en la nueva cárcel de Pamplona. Asegura que no cobra desempleo ni recibe ningún subsidio, porque la empresa no le ha facilitado los papeles necesarios para poder solicitarlo. Soltero y sin hijos, confiesa que lo que más le cuesta es levantarse por las mañanas y afrontar cada día. Ayer lo hizo a las siete de la mañana. “Al despertar, la cabeza da muchas vueltas. Te haces muchas preguntas: ¿Qué vas a comer hoy? ¿Dónde irás hoy para encontrar algo? Pago 300 euros de alquiler al mes y debo varios retrasos…”. Telmo tiene tres hermanos pero no quiere ser una carga para ellos. Sus padres, dice, están jubilados y reciben una pensión de 600 euros. “Casi no llegan a final de mes”, apunta. Telmo termina de llenar el cesto y se dirige hacia otro contenedor. “A las nueve de la mañana estábamos 12 personas buscando en los contenedores. ¿Has visto al anciano que tiraba del carro? Iba con su nieto”.

El escenario es dramático. Y no ha hecho más que comenzar la jornada. En la parte trasera del mercado, Alcino, un jubilado de 63 años, también rebusca entre tomates de mal estado. Consigue tres y los aparta en un canastillo negro. “Cobro 600 euros de pensión”, expresa con timidez, “estoy casado y tengo cinco hijos en el paro. Hay que comer. Esto va a peor, la situación es próspera, pero solo para algunos”.

“180 toneladas a la basura”

El año pasado, los supermercados de Pamplona y comarca tiraron a la basura unas 180 toneladas de alimentos perecederos. En la actualidad, este hecho ya no se produce. En diciembre, la Mancomundidad de Pamplona y el Banco de Alimentos suscribieron un convenio por el que toda esta cantidad se donaría para los más necesitados. El Banco de Alimentos se encargaría de administrarlos.

Pues bien, ayer, a las 11.30 horas, y en tan solo dos horas, ya se habían suministrado 5.481 kilos de estos productos. A esta hora, la entrada a este “arca” de la esperanza, fluía como un torrente. Furgonetas de parroquias de toda la Comunidad foral, asociaciones y comedores sociales, como un ritual, aparcaban y cargaban con premura. El tiempo es oro cuando hay que alimentar a los que no poseen nada. Un regato de ayuda en el que destacaba, en cierta manera, la vitalidad de Jose María , sacristán de la parroquia de El Salvador de la Rochapea. Los voluntarios, al detectarle, salen en su busca y cargan la furgoneta con 300 kilos de alimentos. “No es suficiente para todo un mes”, Jose María se queda en silencio. A sus 80 años ha visto demasiado.“Tenemos a nuestro cargo 40 familias”, apostilla.

Dentro del almacén, Jose Luis Noain, voluntario y encargado, hace un llamamiento: “Necesitamos más verdura y aceite, aunque sea de girasol”, apunta, revelando dos datos dramáticos: “Hay empresas de Navarra que por norma destruyen los excedentes”, y añade: “Hasta el año pasado, los supermercados de Pamplona y la comarca desechaban todos sus productos: 180 toneladas a la basura. Imagina a nivel nacional…”.

Las historias se encadenan hasta abrir la puerta del París 365, un puerto con parada obligatoria para los necesitados entre los más necesitados. Y eso que ayer fue una mañana relativamente tranquila en el comedor.

A las 12.30 horas, María José Preciado, Jesús Checa y Angela Ávila, limpiaban con esmero la uva que servirían después en la comida. En una de las mesas del fondo de la sala, Lourdes Uriz (voluntaria) guardaba los expedientes de las últimas solicitudes. En unos minutos, los 50 platos vacíos que la rodean, se colmarán de personas con vidas al límite. “Estamos a tope”, afirma Lourdes, “y esta mañana se han acercado otros tres usuarios nuevos. El viernes fueron 8. La lista de espera es de 30 personas diarias”, sostiene. “Hay gente que no detenta ni 50 céntimos para poder comer”.

Lourdes detalla los perfiles de dos de los tres usuarios: “Un inmigrante de 40 años que acaba de llegar a la ciudad, y está en la calle por falta de documentación; y un vecino de Pamplona, de 50 años, también en la calle, que sufre alcoholismo tras perder su trabajo hace años. Este hombre se ha rendido. No quiere seguir buscando”, subraya. “Cualquiera podemos caer en la calle, si se pierde el trabajo…”. Para Lourdes, antes de ser voluntaria del París 365, era impensable que una persona pudiese suplicar un plato de comida. “¡Si es el derecho más básico del ser humano!”, exhorta. Un derecho que, efectivamente, recoge la Declaración Universal de los Derechos Humanos en su artículo 25.

Derechos que la sede de Caritas enarbola cada día. Unos derechos que ayer no pudieron disfrutar muchas personas en Pamplona. De hecho, Caritas volvió a registrar unos datos alarmantes. En tan solo 5 horas, entraron 110 personas y recibieron más de 100 llamadas telefónicas, una por minuto.

Esta crónica continúa por los focos de la necesidad, hasta dar de bruces con el origen del drama: el desempleo.

A las 14.00 horas, las puertas de las oficinas del Servicio Navarro de Empleo están a punto de cerrar. La fotografía en el interior de una de ellas no puede ser más desalentadora. De repente, surge la voz de Unai Espinosa: "¡Esta no es mi oficina. Tengo que ir a la “Rocha!”". Unai tiene 22 años y el 9 de enero se quedó sin trabajo, después de cuatro años. Sus padres, de 42 años, también están en el paro.

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