violencia de género, la lacra que no cesa

"Que los escolten a ellos, que son culpables"

Begoña, una mujer maltratada, se declara defraudada e indignada por un sistema de protección que no funciona
"¡Que controlen a los agresores, no a nosotras!", es su grito de demanda a Rodolfo Ares

Deia, nekane lauzirika, 14-12-2010

bilbao. Los grupos de mujeres amenazadas no quieren que la última víctima se convierta dentro de unos días en la anteúltima, ni que ellas además de ser las amenazadas hayan de sufrir la doble victimización de ser las escoltadas.

“Creemos que las escoltas impuestas pueden partir de una buena intención de protegernos, pero no trazan el camino correcto para nuestra defensa eficaz”, afirma.

“En primer lugar, porque además de ser las víctimas de la violencia, la visibilidad de la escolta nos señala en nuestro entorno familiar y social, convirtiéndonos en doble víctima”, relata Begoña, bilbaina maltratada que muestra su decepción por un sistema de protección “que no funciona”.

Tras el caso de Cristina Estébanez, asesinada el lunes de la semana pasada por su pareja pese a que esta tenía dictada una orden de alejamiento y que la joven baracaldesa había denunciado amenazas, el Departamento de Interior, ante las críticas de inacción, decidió mover ficha con rapidez. La Consejería que dirige Rodolfo Ares está ofreciendo – como adelantó DEIA – desde el sábado un servicio de escolta a las mujeres de la Comunidad Autónoma Vasca que tienen riesgo de sufrir algún tipo de ataque por violencia machista. Sin embargo, como reconocen las víctimas del maltrato, el error está en la diana elegida.

“¡Que los controlen a ellos!”. Es su grito de demanda. “Porque son conocidos, porque son los culpables, que les envíen a las casas de acogida a ellos porque son los delincuentes”, reclaman con contundencia a los departamentos de Justicia, Interior y Asuntos Sociales.

“Además, estamos convencidas de que en este país matar a una mujer sigue saliendo barato, por lo que reclamamos un endurecimiento de las penas y su cumplimiento íntegro, como ya se hace con otros terroristas”, reivindica Begoña, que como es fácil del imaginar no quiere dar su nombre verdadero por temor a ser identificada.

Las asociaciones de mujeres, en este hilo reivindicativo, van más allá. “¿Por qué no se publican las fotos de los maltratadores, tal y como se hace con otros terroristas?”. “¿Por qué – se preguntan – no es posible hacerlo si son terroristas de género?”, plantean al departamento de Rodolfo Ares.

Antes de comenzar a relatar su historia, Begoña reconoce que se siente “una privilegiada”. ¿Por qué? Porque su relación con su expareja, un marroquí al que conoció realizando actividades solidarias, “solo duró seis meses”. “Además – continúa – no dependo económicamente de él, vivo en una vivienda de mi propiedad y no tenemos hijos en común”. Sin embargo, no oculta que está “aterrorizada” ya que vive convencida de que su ex cumplirá sus “amenazas de muerte”, añade esta bilbaina que ya ha rebasado el medio siglo de vida.

“Tengo una red de amigos y familias que me advierten ante su presencia, porque, aunque tiene una orden de alejamiento, se la salta a la torera sin que le ocurra nada. Tarde o temprano puedo caer; no ahora. Él es maltratador, pero no bobo. Si alguna virtud tienen los árabes es la paciencia”, subraya.

En su relación, Begoña soportó no solo las agresiones físicas, sino las sevicias derivadas del integrismo religioso de M., bastante más joven que ella, que le prohibía salir sola o hablar con otros hombres y le llamaba “puta” por su forma de vestir. “Me decía que me iba a matar porque no había forma más hermosa de morir para una mujer que a manos de su amado”.

En la primera etapa del noviazgo M. era un hombre deslumbrante, “maravilloso”, que “estaba pendiente de mí a todas horas”. Ya habían fijado la fecha de la boda cuando las agresiones – recuerda Begoña como si fuera hoy – se hicieron frecuentes. “No me dejaba usar el mando de la tele o comer plátanos porque tenían forma fálica. Las exigencias que me imponía eran esperpénticas”, confiesa.

Begoña decidió cortar en seco las vejaciones a la que era sometida y acudió a denunciar a M. a la comisaría de la Ertzaintza. “Para empezar no me atendió una mujer, como establece el protocolo, y tardaron varias horas en avisar al letrado y a los servicios de asistencia”. Sin embargo, esto no fue lo peor. “Lo más desagradable fue la actitud que tuvieron los agentes. Me sentí ridícula y maltratada por ellos”, relata.

Después llegó el juicio rápido donde el juez impuso a su agresor una orden de alejamiento de 500 metros, “pero en el colmo de los absurdos, está empadronado en mi casa y es imposible darle de baja”. Aquí empezó el peregrinaje de Begoña por los recursos de asistencia. “Te ofrecen un piso de acogida para esconderte, cuando al que tendrían que esconder es al agresor. Es un auténtico horror”, remacha.

El lunes de la semana pasada, Begoña se estremeció con el asesinato de la joven Cristina. “Matar a las mujeres resulta barato”, sentencia.

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