LA VIDA TRAS EL ALZHEIMER
Pili y Sergio, dos grandes apoyos para Jesús
Dos personas se desviven por el bienestar de Jesús Ibáñez: su mujer, Pili Celayeta, y Sergio Sandoval, cuidador nicaragüense, que ha aliviado a Pili de parte de sus obligaciones y, gracias al contrato que ésta le ha hecho, será padre de un niño en enero - Jesús sospechaba desde los 55 años: "No tendré alzheimer, ¿verdad", le dijo al médico
Diario de Navarra, , 09-12-2010EL hijo mayor de Sergio Manfredo Sandoval Hernández, nicaragüense de 28 años, se llamará Iker Manfredo y nacerá navarro. Vendrá al mundo en enero, en una ciudad, Pamplona, donde los niños no tienen por qué buscarse la vida desde los 16 años, como les pasó a sus padres. Su nacimiento le otorgará inmediatamente la nacionalidad española y acabará de regularizar definitivamente la situación de sus padres. Éstos llegaron en 2007 y malvivieron durante un tiempo sin papeles.
Jóvenes, recién casados y desgraciados, pues aterrizaban en un país en crisis . “Compartíamos un piso en Berriozar. Se nos acabó el dinero y comíamos de Cáritas, de la Cruz Roja…”, recuerda Sergio.
Pero ya estaban en la soñada Europa y él quería ver crecer a sus hijos a este lado de Atlántico. No iba a rendirse tan fácilmente. Buscó trabajo donde fuera: construcción, tejados, granjas de pollos, pastelerías… Hasta que se apuntó a uno de los cursos de Cáritas donde se imparten nociones para cuidar a personas mayores. Fue recomendado a Pili, que necesitaba ayuda para cuidar a Jesús, su marido, enfermo de alzheimer. Y ambos encajaron como si estuvieran esperándose…
“Sergio me ha dado la vida. Cuando llegó, yo llevaba 6 meses ojerosa, había pasado por una depresión, no tenía ilusiones.. Ahora cuando quiera quedo a tomar un café. Y si fuera por él, mucho más. Me dice que él se ofrece a quedarse aquí con Jesús mientras yo me voy una semana o 15 días de vacaciones”. Pili Celayeta Dendarieta, de 68 años, lleva 15 al cuidado de su esposo, Jesús Ibáñez Irisarri, de 70. Además del de las dos hijas de este matrimonio, de 45 y 43 años, el “cable” que presta Sergio Sandoval va mucho más allá de los fornidos brazos del joven nicaragüense. “Le da de cenar, le peina, le quita los zapatos y le pone las zapatillas de estar en casa. Hasta lleva la cuenta de las pastillas que tiene que tomar”, cuenta esta mujer. Agradecida, Pili contrató a Sergio, lo que permitió al joven regularizar su situación y evitar volverse a su país, bien por deportación, bien porque no encontraba un empleo. “Ahora estamos muy bien. Mi esposa se quedó embarazada y vamos a ser papás en enero”. Se han mudado. Ya no viven en Berriozar; ahora comparten un piso en el barrio de la Milagrosa con otras dos parejas. “Estoy deseando que nazca su hijo para conocerlo”. A ambos se les ve felices. Sergio, encantado, con Pamplona. “No hay racismo ni nada. La mayoría de la gente es muy buena, pero Pili y Jesús son especiales. Con ellos me he sentido siempre como uno más de la familia”.
El cruce de piropos se produce mientras Jesús preside la escena. Ayudado por Sergio, permanece sentado en un sillón. Hace algo más de un cuarto de hora que lo han traído de La Vaguada, centro de día donde pasa buena parte de las jornadas. Pili reconoce que hace mucho tiempo ya que no puede valerse por sí misma para atender a su marido. “Al principio no quería mandarlo al centro de día. No sé, me parecía que era como desentenderme de él. Cosas de la mente. Ahora reconozco que pensar aquello es un error. En parte, me siento aliviada. Plancho, paseo, compro… Las tareas cotidianas”.
“¿No tendré alzheimer?”
Jesús Ibáñez había trabajado toda su vida como ebanista. Desde los 55 años andaba con la mosca detrás de la oreja. “Soy un despistado. Se me olvidan un montón de cosas”, le comentaba a su mujer. Hasta llegó a sugerírselo al médico. “Yo no tendré alzheimer, ¿verdad?”. Un 21 de enero se lo confirmaron. Pili recuerda que intentó afrontarlo con entereza. “Tú, tranquilo, Jesús, le dije. Pero me eché a llorar. Sólo el primer día, porque luego hice todo lo posible por no derrumbarme, la fortaleza es clave al principio”.
Entre los recuerdos del principio, Pili se queda con el voluntario que venía a acompañar a Jesús en sus paseos. “Mi marido ha sido muy montañero y disfrutaba mucho de los paseos que daba al principio, con un voluntario, que venía lunes y miércoles a casa”. El paso del tiempo fue minando las fuerzas de Pili, debilitada también físicamente. “Jesús llegó un momento en que no hablaba, no comía, no se movía. Había que lavarle, bañarle y acostarle. Si no hubiera sido por chicos como Sergio, habría tenido que internarle. ¿Y dejarle? No sé si lo hubiera superado. Me resulta muy difícil desconectar, dejar de pensar en si estará bien. Aunque con Sergio es diferente. Me fío”.
Éste, que nunca antes había trabajado con personas mayores, se siente a gusto con Jesús. “Cuando estudiaba en Nicaragua me preparaba en materias de Administración Agropecuaria”. Sin embargo, la realidad de la vida le llevó a un campo muy distinto, el de la atención a enfermos. “Me gusta, me siento bien”. Pili se muestra encantada. “Es adorable”. Sergio sonríe y se va a la cocina a preparar la cena. “Ayer tocó puré. Hoy, pescado. Mañana, tortilla con queso”, explica ella.
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