El turno

Los otros marroquís

El Periodico, Najat El Hachmi Escriptora , 02-12-2010

En el aeropuerto, en ese terreno apátrida, diáfano y aséptico al que te lleva el control de pasaportes, llega amortiguado el ruido de los que se apresuran, conversan, pasean o se besan en la plaza central cuando alguien anuncia que el vuelo Barcelona-Casablanca se retrasa unas cinco horas. Durante ese rato convivo con un numeroso grupo de marroquís que, a pesar de ser de mi mismo origen, me parecen tan lejanos como unos finlandeses lapones. O, mejor dicho, me son tan extraños como la fauna del Upper East Side neoyorquina de Gossip girl. La mayoría han venido a ver el Barça-Madrid. No puedo más que cogerles cierta ojeriza recordando el largo papeleo y las esperas que tienen que superar los residentes en España cuando quieren que algún familiar cercano venga a visitarles.
Esas decenas de hombres de cinturones de hebillas relucientes y americanas caras no han tenido ninguna dificultad para conseguir un visado e irse cargados de bolsas de la tienda del club. La diferencia, claro está, la marcan los ceros de la cuenta corriente. A estos, los consulados no les ponen demasiadas trabas. Es la jet-set tan afrancesada que incluso parece que le cambie el fenotipo. Reniegan tanto como pueden de la religión y beben como protagonistas de un capítulo de Mad men. Miran a los otros marroquís los pobres, los que han tenido que emigrar como una especie exótica. Los analizan y observan con curiosidad sus tradiciones, su cocina y su vestimenta del mismo modo que lo hacen los orientalistas occidentales. Sus hijos son los que van a estudiar fuera del país, se hacen sociólogos, quizá escritores, y ejercen de interlocutores en el resto del mundo sobre lo que es ser inmigrante marroquí en Europa. Lo que nunca cuentan es que sus pantalones Guess y sus bolsas Vuitton no son del top manta y que sus camisetas del Bar-ça no son del mercado ambulante de Canovelles.

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