Inmigrantes en el punto de mira
Blancos de todas las críticas
Tras advertir el último sondeo de Ikuspegi que cada vez se asocia más inmigración con inseguridad, Mpamba, Wilson y Ousama capean el temporal hostil y aseguran que "nadie quiere vivir de ayudas"
Deia, , 22-11-2010LES llueve de todo, agua, redadas y críticas, pero Mpamba no pierde la alegría. “Hay que tener esperanza”, dice. Y eso que lleva ya dieciocho años en Euskadi intentando labrarse una parcelita de futuro para traer del Congo a su familia. Es lo que tiene huir de la guerra. Que todo lo demás te da risa. Incluido el hecho de que los vascos, según el último informe del observatorio Ikuspegi, miren a los inmigrantes con peores ojos que hace un año por considerar que generan delincuencia o abusan de las ayudas. Unos estereotipos que no corroboran ni sus testimonios ni las estadísticas.
Mpamba Ndongala > Congo
“En 18 años nunca he tenido un problema con la Policía”
Su mujer estaba embarazada cuando él abandonó el Congo. Un país en el que “te ibas a dormir y no sabías si te ibas a poder levantar”. Han pasado casi dos décadas y Mpamba Ndongala ni siquiera ha podido regresar para conocer a su hijo. “Hablo con él por teléfono, está estudiando contabilidad en Angola”, aclara orgulloso, alimentando con su optimismo infinito el sueño de poder abrazarle algún día. Para lograrlo no le queda otra que seguir peleando con sus únicas armas: una voluntad de hierro y muchas ganas de trabajar. “Nadie quiere vivir de ayudas. La gente habla por hablar”, afirma. De hecho, la renta básica apenas da para cubrir gastos. Imposible echar un cable a la familia. “¿Tú puedes vivir con 640 euros al mes? Pagar casa, ropa, luz, agua, el autobús… No puedes. En cambio, cuando trabajas, si haces horas extra, cobras hasta 1.800 euros”, explica quien ha sudado el mono hasta doce horas al día.
Allá por los años 90, cuando Mpamba aterrizó en Bilbao, contó diez o quince africanos. Durmió en albergues, mató el hambre en comedores sociales y llegó a compartir un piso de tres habitaciones con otras catorce personas. Las ayudas sociales y sus escapadas como temporero le permitieron sobrevivir hasta conseguir los papeles y, con ellos, su primer empleo en una fundición de Iurreta. En manos de una ETT, ha ido alternando trabajos y cursillos de formación hasta darse de bruces con la crisis. “Sigo buscando, pero no hay nada. En tiempos buenos no pasan ni dos semanas y te llaman, pero ahora no. Ya me he comido el paro, el subsidio y estoy viviendo de la renta básica”, lamenta y desmiente que por culpa de los inmigrantes haya aumentado el desempleo. “No hay trabajo porque hay crisis y la hay en toda Europa”, remarca. Tampoco le parece justo que se les asocie con la inseguridad. “Yo viví en la calle San Francisco y había cosas malas, pero si tú no las cometes, nadie te falta al respeto. Yo llevo aquí 18 años y nunca he tenido problemas con la Policía. Eso también depende del corazón de cada uno”, zanja.
Ousama El Hajjami > Marruecos
“Las ayudas deberían estar condicionadas a la formación”
Puede que en la calle alguien le mire con recelo, pero injustamente. Licenciado en Derecho por la Universidad de Tánger, Ousama El Hajjami vino hace tres años para cursar un máster y ahora trabaja como educador en un centro de menores, la mayoría marroquíes, como él. Quizás para quitar hierro a los prejuicios, a veces bromea entre amigos con que “los extranjeros vienen a robarnos el trabajo y algunos, como no hay trabajo, se dedican a robar”.
“Pero hablando en serio no comparto esas ideas racistas. Como falta trabajo, se echa la culpa a los inmigrantes, aunque ellos son igual de víctimas que los demás. Aquí también algunos están sufriendo”, confirma.
Consciente de que sus compatriotas están entre los extranjeros que menos simpatías despiertan, trata de explicárselo.
“La inmigración de los magrebíes, marroquíes y argelinos en el País Vasco es nueva y siempre existe ese miedo a lo desconocido. Igual cuando pase el tiempo y nos conozcamos más… También los marroquíes tienen que hacer un esfuerzo para integrarse”, admite.
Otro de los argumentos que esgrime para tratar de entender esta animadversión es la desfavorable coyuntura económica.
“Hay malestar por la crisis. La gente de aquí está afectada y cree que la mayoría de los marroquíes roban o vienen por las ayudas, pero no es cierto”.
Con conocimiento de causa – trabaja en un centro donde hay noventa chavales – Ousama da su palabra de que casi todos vienen para trabajar. “La ayuda social para ellos es una alternativa mientras hacen un curso porque no se puede vivir de ayudas toda la vida. La ayuda es para comer y mantenerse. Con ella no pueden obtener los objetivos por los que vinieron, formar una familia o ayudar a la de Marruecos”.
Sin ánimo de ocultar ni una porción de realidad, por incómoda que resulte, este educador reconoce que “hay marroquíes, como latinos o gente de aquí, que son vagos y están viviendo de la ayuda o de vender cosas ilegales o de robar. Es una realidad, pero no tan exagerada como la ve la gente”, matiza. Como remedios propone que “las ayudas estén condicionadas a la formación, para conseguir un trabajo y cotizar”, y que se trate de reformar a los delincuentes, sin mirar su nacionalidad. “Si los expulsas, están en su país, pero libres, y pueden volver a España o a Europa como han venido, de una forma ilegal”, advierte.
Wilson Quintero > Colombia
“España sólo quiere lavadores de inodoros y Euskadi igual”
Está a puntito de hacer las maletas para regresar a su país. En Euskadi, donde vive desde hace diez años, dejará a su mujer y sus dos hijos. “No puedo entender la intolerancia de esta sociedad. Yo no puedo sonreír como él”, dice Wilson Quintero, mientras posa la mirada en el sorprendentemente alegre semblante negro de Mpamba. “Me voy en diciembre a mi país a decirles que no vengan aquí a pasarlo mal, a no ser que tengan una beca para estudiar o un trabajo”, puntualiza.
Desencantado, este colombiano que emigró para ampliar sus estudios universitarios no se anda con medias tintas. “España no quiere sino lavadores de inodoros y Euskadi igual”, critica y anima a luchar contra los estereotipos “con políticas reales de empleo e integración”, no con “limosnas a las asociaciones”, a las que “hay que cualificar para que no sean solo nichos de grupos de danzas y vestidos exóticos”.
Puestos a pedir responsabilidades, reclama a los políticos que contribuyan a desterrar prejuicios y “digan que las personas migradas no son las que más cobran en ayudas sociales”. Una creencia extendida y que levanta ampollas en pleno apretón de cinturón. “Hay gente que defiende a su vecino que vive de las ayudas y mira mal a un negro que igual está trabajando”, afirma.
Partidario de “investigar los cobros fraudulentos de ayudas”, asume que hay inmigrantes perceptores de la renta básica “trabajando en negro, pero esa anomalía no tiene un solo culpable. ¿Por qué no sancionan a los empleadores que contratan ilegalmente a inmigrantes?”, se pregunta y atestigua que hay “mujeres cobrando 2 y 3 euros por hora de empleadas domésticas” y “miles de personas sin preparación cuidando de mayores”. “¿Por qué no se estudia ese fenómeno en vez de preguntar a la gente si los de allá son más o menos machistas?”.
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