El alemán de la media luna
El Correo, , 20-11-2010Mesut Özil (Gelsenkirchen, 1988) ha hecho buenas migas con Cristiano Ronaldo, Pepe, Marcelo y Di María. Son los que más se ríen cuando intenta decir algo en castellano, lengua que aún no domina. Pide paciencia, unos meses para descifrarlo, y mientras tanto se hace entender en el idioma universal del fútbol. Un tópico que suelen soltar jugadores y entrenadores extranjeros recién fichados pero que, en caso del alemán, se revela como una certeza. Ha congeniado a la perfección con sus ‘vecinos’ de la medular y la delantera del Real Madrid y se ha ganado el puesto en el esquema del deslenguado José Mourinho. Es joven y ambicioso, decidido a triunfar en el «mejor equipo del mundo». Conviene señalar que ni tiene carisma, ni es mediático, ni musculoso, ni mea colonia, ni se lo rifan los anunciantes. Es simplemente futbolista, y de los buenos.
Hace nada era solo uno de tantos hijos de inmigrantes otomanos que se habían cobijado bajo el cielo de Alemania. La familia Özil, apellido que ya ha alcanzado un centenar de portadores en la ciudad de Gelsenkirchen y alrededores, lo pasó fatal en la década de los setenta y masticó la nostalgia sin llegar a digerirla jamás. El padre del ahora jugador del Real Madrid, Mustafa, solía contar al pequeño Mesut lo mal que estaban las cosas cuando su abuelo desembarcó en la tierra en la que él iba a nacer un par de décadas más tarde, cosido al balón desde su más tierna infancia. «Los turcos apenas teníamos posibilidades. Era imposible comprar una vivienda en condiciones y trabajábamos de sol a sol para poder subsistir de cualquier manera». El chaval juró que algún día sus padres disfrutarían de una casa hermosa como la de sus vecinos, alemanes como él, que le veían como un extranjero. Y ha cumplido con su palabra en forma de un bonito chalé.
A pesar de haber nacido en Alemania, de ser la tercera generación de inmigrantes otomanos, Mesut Özil nunca ha dejado de llevar en el corazón el país de sus padres, de sus abuelos. «Para mí es una nación muy especial y tengo muchos buenos sentimientos hacia los turcos», ha dicho en más de una ocasión. Siempre ha dormido bajo la protección de la media luna y ha dado importancia a su lado más espiritual. No come cerdo, prueba el alcohol en contadas ocasiones y reza a Alá antes de que el balón eche a rodar. «Soy muy religioso, aunque no pueda orar todos los días. Mi fe me da muchas fuerzas», se sincera el madridista, adorador confeso de Zidane.
Esa fe le ha llevado hasta lo más alto, a jugar en uno de los mejores equipos del mundo y a defender los colores de la selección de Alemania. A disputar la semifinal del Mundial de Sudáfrica y perderla ante la campeona España (1 – 0). Aquella ‘Mannschaft’ cuya camiseta sudaban once futbolistas con raíces procedentes del exterior, paradigmas del multiculturalismo y la integración social que poco después arrancó de cuajo la canciller Angela Merkel. «El modelo ha fracasado», sentenció, e hizo que los alemanes de la media luna se sintieran un poco más turcos.
Presiones y críticas
Özil, que comenzó a jugar en serio en el Schalke 04, actual club de Raúl, tuvo problemas cuando decidió defender los colores de Alemania. Algunos de sus familiares le presionaron para que vistiera la camiseta de Turquía e incluso los hermanos Hamit y Halil Altintop, también nacidos en Gelsenkirchen e internacionales con el combinado otomano, le afearon su elección. Le criticaron con dureza por haber elegido la ‘Mannschaft’ y no el país de sus ancestros.
Mesut no se arrugó y se mantuvo firme en su decisión. «He nacido y he crecido aquí, me he sentido cómodo y he tenido la oportunidad de jugar en las categorías inferiores de la selección alemana». Lo hizo tan bien en el Schalke 04 – en su primer año como juvenil A marcó diez goles y conquistó la Bundesliga sub’19 – que debutó en Primera con 18 años y, un par de temporadas después, el Werder puso 5 millones y se lo llevó a Bremen, donde permaneció cuatro campañas hasta recalar en el Real Madrid por 15 millones. Es zurdo, talentoso, espontáneo y encarador, aunque tiende a la ausencia. «Soy una persona, no un robot que puede jugar siempre de forma perfecta», acostumbra a defenderse cuando le reprochan su intermitencia en un duelo de 90 minutos.
El hecho de ser alemán no le impide sentirse turco. Escucha su música, degusta su comida e incluso su última novia, la germana Anna – Maria Lagerblom, con la que acaba de romper, se había convertido al islam «por amor a Mesut». Fuera de su ecosistema, solo piensa en el fútbol. «Cada vez que juego con un balón me regocijo como un niño pequeño». Hoy, si Mourinho quiere, lo hará contra el Athletic. Primero rezará, palmas extendidas, y luego buscará el quiebro y el último pase. El alemán de la media luna, a veces genial, a veces ausente…
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