Editorial

Barcelona, ciudad abierta

El Periodico, 30-10-2010

No es patriotismo barato considerar que el comercio catalán, y en concreto el barcelonés, es un modelo de éxito. Más bien es la constatación de un hecho. El desarrollo de nuevos formatos de tamaño medio y grande ha obligado a introducir cambios profundos, una adaptación del sector en la que las distintas administraciones vienen colaborando desde hace años. Quizá el diseño de los edificios del centro de las ciudades sea una de las asignaturas pendientes en este capítulo. Basta pasear por el Eixample de Barcelona para comprobar que, junto a cientos de locales en desuso, se levantan nuevos bloques de viviendas cuyos bajos se siguen destinando a la actividad comercial.

En paralelo a ese fenómeno, que ha supuesto la desaparición de miles de establecimientos, se ha producido la incorporación al sector de los inmigrantes, algo que no es nuevo en este país. En épocas anteriores, personas procedentes de otras zonas de España crearon su propio puesto de trabajo como autónomos detrás de una barra de bar o del mostrador de un colmado. Los hijos de aquellos tenderos han renunciado a seguir el negocio familiar: jornadas sin horario y sueldo de subsistencia con un futuro siempre en el aire. Por eso, igual que en la época de las vacas gordas ciertos trabajos solo eran ocupados por inmigrantes, también son gentes de fuera, la mayoría de la comunidad china, quienes lo apuestan todo y emprenden la aventura de buscarse la vida por su cuenta asumiendo riesgos que muchos autóctonos, acostumbrados a los buenos tiempos, eluden.

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