«Nos sentimos rechazados y encasillados»
Los gitanos de Rumanía lamentan las condiciones que sufren en su propio país
El Mundo, , 19-10-2010AMANDA FIGUERAS / Bucarest
Enviada especial
«No soy un racista. He confiado en
ellos una vez, dos veces, tres veces.
Ahora ya no quiero verles ni en
pintura», dice Daniel, un taxista de
Bucarest, sobre los gitanos. «Si el
trabajo tiene algo que ver con los
gitanos, lo siento, pero no lo acepto
», asegura una intérprete como
justificación para rechazar una
oferta de trabajo, lo que resulta
sorprendente, teniendo en cuenta
la dura situación económica que
está atravesando Rumanía.
En el país europeo, pocos quieren
a los gitanos. En realidad, en
toda Europa, esta minoría de unos
12 millones de personas es poco
apreciada. Aparte de los artistas,
es difícil que tengan visibilidad pública
y formen parte activa de la
sociedad.
«Nos sentimos rechazados, encasillados
por los prejuicios y, al final,
nos cansamos», explica Villiam
Oaie, consejero del Gobierno
Romaní.
Tras un viaje por los suburbios
de Bucarest, como Ferentari o Jilava,
las cosas quedan más claras.
Semi-abandono por parte de las
autoridades, basura, falta de infraestructuras,
niños en la calle a
la hora del colegio, coches de lujo,
carros tirados por burros… Un caos
del que parece difícil salir.
Las expulsiones en Francia no
han hecho más que desempolvar
este problema histórico, colocarlo
en las primeras páginas de los periódicos.
Aunque la respuesta europea
al presidente francés, Nicolas
Sarkozy, ha sido poco contundente,
se ha creado un grupo de
trabajo para analizar el uso de los
fondos destinado a su integración.
El viraje hacia la derecha, en
muchos casos de corte radical en
la Unión Europea, que ya está representada
en 13 parlamentos nacionales,
quizá también tenga algo
que ver con la inquina del sentimiento
de rechazo. La crisis, sin
duda, lo ha agravado.
De «intolerable» calificaba el comisario
europeo de Asuntos Sociales
e Integración, László Andor, la
situación de desigualdad de oportunidades
que sufren los gitanos,
en una reunión de alto nivel en Bucarest
la semana pasada.
Durante la Presidencia española
de la UE, en el mes de abril, tuvo
lugar la II Cumbre Europea sobre
la Población Gitana, de donde salió
el compromiso de asegurar que
los actuales instrumentos financieros
comunitarios lleguen al colectivo
gitano para lograr un impacto
efectivo. Suena todo muy reciente
para un problema que viene de lejos.
La sensación de abandono es
generalizada, según denuncian varios
colectivos que los representan
en Rumanía.
De los 27 países de la Unión Europea,
sólo 12 (Bulgaria, República
Checa, España, Finlandia, Grecia,
Hungría, Irlanda, Italia, Polonia,
Rumanía, Eslovenia y Eslovaquia)
tienen programas de apoyo dirigidos
a los gitanos (entre otros grupos
vulnerables) cuyo presupuesto
total asciende a 17.500 millones de
euros (incluidos 13.300 millones
provenientes del Fondo Social Europeo).
Trabajar con este colectivo no es
fácil, reconocen los expertos. Un
mundo atomizado, dominado por
las tradiciones y de un orgullo tal
que pocas veces les impide pedir
ayuda o reconocer su vulnerabilidad.
«Aquí en Jilava tenemos el ejemplo
de dos clases de gitanos: están
los ricos, que tienen esas casas
enormes y son empresarios, la mayoría
se dedica al metal; y los pobres,
que no tienen nada», apunta
Villiam Oiae, que trabaja en la zona
y se califica de «gitano moderno
». Oiane asegura que la educación
es el gran problema. Además,
precisa que los gitanos ricos son
los más apegados al pasado, no dejan
estudiar a las niñas más que un
par de años y a los niños un poco
más, pero, cuando ya saben leer y
unas matemáticas básicas, les sacan
porque creen que no necesitan
saber nada más. «Tenemos que hacerles
entender que el
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