Los significados del burka

La Vanguardia, Michel Wieviorka , 19-10-2010

Europa, como quien dice, acaba de descubrir el burka, el velo integral que visten las mujeres que invocan la fe islámica. Por lo demás, el apasionamiento sobre el uso del “velo islámico” se ha visto reactivado desde hace más de veinte años.

Ahora bien, ¿cuál es el significado del burka? Los estudios solventes son escasos al respecto; en cualquier caso, he tenido la oportunidad de haber dirigido en Francia las tesinas de dos estudiantes que han investigado sobre el fenómeno durante más de un año, circunstancia que juzgo me ahorrará, al menos, errores abultados o apreciaciones equivocadas.

Una primera cuestión se ofrece a la vista: existe gran variedad de significados a propósito del uso del burka entre las propias mujeres, como si se tratara de un abanico flanqueado por dos extremos. En uno de los extremos, las mujeres se hallan abrumadas por un marido, una familia, un grupo religioso, de tal manera que el burka es el signo de una situación de opresión y hasta de una alienación en que la religión va acompañada de la dominación masculina.

En el otro extremo, figuran mujeres que se autoafirman merced a su decisión de llevar el burka; se trata, en su caso, de una elección personal. Son sujetos, no objetos. Controlan su propia experiencia personal.

En el primer caso, el burka debe ser combatido en nombre de la oposición a que las mujeres sufran una forma extrema de reclusión y sumisión, problema cuya solución no ha de depender necesariamente de una ley. Por ejemplo, el Gobierno y la derecha franceses han elegido la vía legislativa a la hora de librar este combate, mientras que la oposición, básicamente, se oponía a ella.

Ahora bien, en el caso de las mujeres que con uso del burka se constituyen en protagonistas de su propia existencia y son capaces de controlar y guiar sus propios pasos, de elegir y de decidir, el argumento que subraya la opresión o la dominación no es de aplicación: de ellas depende presentarse así en el espacio público, con velo integral.

Esta última categoría de mujeres apunta, por cierto, según los dos estudios citados, a un porcentaje significativo de personas que se reislamizan, es decir, personas procedentes de la inmigración que restablecen con el islam unos vínculos que la generación anterior había abandonado, pero también, aspecto no menos significativo, un porcentaje de conversas, francesas de pura cepa procedentes de ambientes antes cristianos.

Todas estas mujeres comparten la experiencia de vivencias personales anteriores extremadamente negativas, tales como malos tratos, actos de violencia, exclusión social, aislamiento, etcétera. Y todas experimentan agrado y aun goce en el uso del burka, como si, gracias al uso de tal prenda, pudieran anular un estigma e invertir, en beneficio propio, una situación de dominio o exclusión: ven sin ser vistas, dominan más que son dominadas, niegan al otro más que ser negadas por él.

Al proceder así, privan a los demás de acceder a la visión de su rostro y, en consecuencia, según podría decirse, imposibilitan la intersubjetividad, la relación y el vínculo interpersonal y social, y, para emplear el tipo de razonamiento del filósofo Emmanuel Lévinas, perjudican la capacidad humana de trascenderse gracias a la relación con los demás, una relación que incluye necesariamente y ante todo el rostro y el acceso a él.

Lo que, a primera vista, aporta un argumento de peso a los decididos adversarios del empleo del burka: esta prenda no se critica por sus sentidos religiosos, o no necesariamente, sino por impedir la subjetivación en el caso de las personas confrontadas a ella. No obstante, este argumento es menos sólido de lo que parece. Por una parte, nada impide apartarse de una mujer que lo viste, seguir el propio camino o hacer caso omiso de ella.

Por otra parte, si bien el burka puede dificultar la relación intersubjetiva y el conocimiento mutuo, se trata de un obstáculo relativo. Si fuera absoluto, debería considerarse que los invidentes se hallan privados de todo acceso a la intersubjetividad y, por tal motivo, a la trascendencia personal de la que habla Emmanuel Lévinas. Además, la apariencia o disfraz, por ejemplo, posee una función exactamente contraria a la que se reprocha de hecho al burka, aunque esta prenda sea afín al objeto de nuestro asunto.

Hannah Arendt lo ha expresado muy bien. En efecto, la máscara, en tal caso, permite expresar algo, por ejemplo en el teatro hace visible al personaje y, en sentido más amplio, permite hacer visible aquello que una sociedad no quiere ver. Por ello el principal dirigente del movimiento zapatista, el comandante Marcos, se presenta en público con un pasamontañas y dice que gracias a la ocultación de su rostro resulta ser un personaje visible y audible.

Noes menester aprobar una ley que prohíba el burka para defender a las mujeres del primer caso, las oprimidas, dominadas o alienadas. Cabe decir, incluso, que una ley de este tipo significa incitar, en el caso de los hombres y los grupos que imponen a una mujer tal reclusión, a ir aún más lejos e impedir pura y simplemente que estas mujeres estén en el espacio público.

En cuanto a las mujeres del segundo caso, las que se autoafirman como sujeto mediante el uso del velo integral, y de cuyo caso se puede pensar según los estudios disponibles que se trata de una etapa de un proceso de subjetivación aún no estabilizado, ¿no es más acertado preguntarse más bien acerca del origen de su elección, de las dificultades que han experimentado en su trayectoria personal y de la urgencia de ayudarlas a acabar con lógicas propias de una fractura pero ajenas a las cuestiones del orden o la violencia, el distanciamiento o el repliegue respecto de la comunidad?

M. WIEVIORKA, sociólogo, profesor de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París

Traducción: JoséMaría Puig de la Bellacasa

Texto en la fuente original
(Puede haber caducado)