«Me fui con una maletita y mi bebé de un año»
El Correo, , 17-10-2010En su casa se habla inglés, criollo, español, francés e incluso italiano. Ahí es nada. Quién le iba a decir a Charo Andiano que treinta años después iba a estar integrada en otras culturas tan dispares a la suya. Esta vasca de 53 años se enamoró de su marido, nacido en Cabo Verde, cuando vivía en Vitoria. A primera vista. Convivieron dos años en Euskadi y tuvieron un hijo. Pero él ya tenía el camino marcado antes de conocerla. Había gestionado todo el papeleo para trasladarse a Massachusetts, donde residía su familia. No se lo pensó dos veces y le siguió por amor con la intención de ver lo que había al otro lado del ‘charco’. «No tenía seguro si me iba a quedar», confiesa. Han pasado tres décadas desde ese primer pensamiento y ahora disfruta de su trabajo como coordinadora de enfermeras en el departamento de Ginecología y Obstetricia en una clínica de Boston.
Su destino cambió por completo. Estudió para asistente de médico y trabajó en la cocina del hospital Txagorritxu. De la noche a la mañana, voló a Estados Unidos y llamó a sus padres para decirles que contraía matrimonio en tres días. «Me fui con mi maletita y mi bebé de apenas un año. ¡La locura de la juventud! Arreglamos todos los papeles y nos casamos por lo civil, así me quedé como residente», explica. El shock tras el aterrizaje fue tremendo porque tuvo que empezar de cero y aprender dos idiomas al mismo tiempo. «Me alojé con la familia de mi marido. Ellos hablan criollo caboverdiano y también tuve que ponerme con el inglés. Era novata en todo».
Los comienzos no fueron fáciles. Entró a trabajar en una empresa de pescados y, tras chapurrear mejor el inglés, la cogieron como asistente médico en una clínica. En ese período realizó cursos por la noche y tuvo a su niña. Como buena luchadora decidió con 32 años que quería hacer algo más. Así que con esa edad entró en la universidad para hacer la carrera de Enfermería. Con el título bajo el brazo y ya trilingüe no le costó encontrar un puesto laboral. «Empecé en una clínica inmediatamente, pero ésta me quedaba lejos. Y otra doctora me habló de que necesitaban una coordinadora de enfermeras en ginecología y ya llevo quince años allí». Un cargo con una responsabilidad alta.
Atrás queda esa primera impresión que le dejó sin habla. «Fue horroroso. Llegué a una zona de inmigrantes y sólo me mantuvo en pie tener a mi marido y a su familia. Son muy buenos y acogedores». Al principio necesitó toda la ayuda del mundo. Hasta para hacer la compra en el supermercado dependía de alguien que le ayudase con el idioma. «Te sientes como un niño. Tienes que aprender a andar y hablar. Al mismo tiempo que intentaba sobrevivir, tenía que estar observando todo porque en todas las culturas existen unas costumbres no habladas que se asumen».
Al principio, su cuñada le hablaba en portugués y otros en español. Su familia es multicultural. De hecho, a la reciente boda de su hijo ha asistido gente de doce nacionalidades distintas. Como un camaleón se ha aclimatado a su nueva vida. Y además de entender el estilo de vida caboverdiano y americano, ahora debe hacer lo mismo con el vietnamita. «Residimos en el pequeño Saigón, en el barrio de Dorchester. Aquí nunca sabes qué raza te vas a encontrar al salir a la calle. Éste es un país que se ha hecho de inmigrantes ». El centro de la ciudad se destina a oficinas y locales de negocios y la mayoría de la gente dispone de amplias casas en la periferia. Por algo se conoce a Boston como ‘la ciudad de los barrios’.
Casas trifamiliares
Tener una casa cerca del núcleo urbano tienes sus pros y sus contras. El mayor inconveniente es tener que depender continuamente de las cuatro ruedas. «Todas las mañanas hay que escuchar el parte de tráfico para saber si ha habido algún accidente. Aquí el coche es indispensable». Pero la ventaja es poder vivir sobre muchos más metros cuadrados. «En esta zona se llevan las casas trifamiliares. Nosotros vivimos todos juntos. En el primer piso, mi suegra; en el segundo, mi hija; y en el tercero, yo y mi marido. Se compra todo el bloque, aunque ahora se están vendiendo como apartamentos».
Ya está acomodada, algo que ha conseguido con el apoyo de la familia de su esposo. De hecho, tiene una anécdota que resume muy bien la acogida que le dieron. «Cuando llegué, la gente venía a casa a conocerme y me daban sobres con dinero. Terminé con un montón de billetes. Una ayudita para empezar el camino en EE UU. Es una tradición que conservan». Aún le queda recorrido en Boston. Una ciudad que le encanta y que admite que es un paraíso para los científicos. «Toda la gente que viene en plan estudiantil queda encantada. Tiene las mejores universidades con fama mundial, como Harvard». Es la ‘Atenas de América’, con más de 100 centros de enseñanza de investigación y más de 250.000 estudiantes.
Esta vasca respira cada día un ambiente joven y dinámico. Pero Andiano reconoce que no podría vivir sin venir dos veces al año a España para ver a su familia y amigos. «Mi cultura y mis raíces están allí. Si mis hijos no fueran tan americanos, me hubiera ido ya. Cogería las maletas y regresaría».
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