El epílogo

Cuando el otro soy yo

El Periodico, 08-10-2010

Conviene no hacer oídos sordos a la voz de alarma que ha dado Najat el Hachmi. No es fácil para una madre salir a la palestra para denunciar que su hijo ha recibido un trato vejatorio, aunque la ofensa proceda de otro niño. Lo fácil, sobre todo para los demás, es poner paños calientes. Engañarnos dando por supuesto que se trata de un caso aislado, una desafortunada anécdota. Pretender que el chaval que obsequia a otro con el apelativo de «moro de mierda» solo comete una chiquillada, como si el insulto fuera análogo a los clásicos «gordo», «cabezón» o «cuatro ojos». Sabemos que no es cierto, pero contarnos esta versión edulcorada de la realidad nos calma la conciencia.

Cierto, la violencia (verbal y física) entre menores no es un fenómeno nuevo. La crueldad inherente al ser humano se manifiesta con especial intensidad en los primeros años de vida, cuando las inhibiciones sociales son aún escasas. Y si después se atenúa no es porque la edad nos haga mejores personas, sino porque la socialización nos reprime. Pero no hay que olvidar que los niños acaban reproduciendo las pautas de conducta que aprenden de los mayores, sean sus padres o quienes suplen la ausencia de estos. Como los niños hablan de lo que oyen en casa, es de suponer que el compañero que menospreció al hijo de Najat debe haber aprendido en su entorno familiar que unos hombres son mejores que otros en función del color de su piel.

Tenemos un problema

El relato de la escritora y columnista pone además el foco en el problema de fondo: un chaval nacido y escolarizado en Catalunya, ajeno en principio a los riesgos de exclusión que acechan a los inmigrantes recién llegados, descubre que aquellos a quienes creía sus iguales lo juzgan distinto, un ser inferior. Cuando el otro soy yo mismo, todo se tambalea.

Tengamos muy presente la experiencia de la banlieue: de pequeño te llaman «moro», de joven no te invitan a sus fiestas y de mayor se niegan a contratarte. La plena integración de los hijos de la inmigración, nacidos entre nosotros, es indispensable para que los catalanes de adopción puedan seguir sus pasos.

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