Fernando León mira con los ojos de una inmigrante
Público, 05-10-2010Bienvenidos al juego de la palabra tabú. En Amador, nueva película de Fernando León (Familia, Barrio, Los lunes al sol, Princesas), pasa algo a mitad del metraje que pone toda la historia patas abajo. Algo que es mejor que usted no sepa antes de meterse en el cine. El filme, que se estrena el viernes en nuestros cines, cuenta las tribulaciones de una inmigrante peruana (Marcela) que se gana unos escasos y necesitadísimos euros cuidando por el verano a un anciano (Amador) que no se puede mover ni un poco de la cama.
Para que se haga usted una somera idea: el marrón de Marcela es parecido a lo que suele ocurrir cuando a uno le encargan de pequeño que vaya a casa del vecino a cambiarle el agua al canario. Ya saben. El pajarito escapa por la ventana antes de que puedas darte cuenta. Y no se te ocurre otra cosa mejor que hacer para salir airoso que mentir compulsivamente a familiares, amigos y vecinos.
Entonces tu vida se convierte en un infierno. En una bola de nieve de mentiras que arrasa todo a su paso y puede acabar por sepultarte, como le ocurre a la protagonista de Amador. “Marcela es una mujer fuerte, de la sierra, de las que están acostumbradas a callarse las cosas y echarse los problemas a la espalda”, comentó ayer Fernando León para intentar explicar la misteriosa actitud de su personaje protagonista.
Porque lo que le ocurre a Marcela, interpretada por la actriz peruana Magaly Solier (La teta asustada), es bastante peor que cualquier cosa que se puedan imaginar. Primero porque los embrollos de los adultos suelen ser más graves que los de los niños. Y segundo porque Marcela, en su calidad de inmigrante obligada a hacer casi cualquier cosa para salir adelante, está más desprotegida en Madrid que un niño de teta sin su madre.
La chica está con el agua al cuello desde el primer minuto del filme. Y no tiene a nadie a quién contarle lo que ha pasado. “En realidad no se mete en ningún lío porque ya estaba metida en él”, contó el cineasta madrileño antes de ofrecer una de las claves políticas del filme. “También está desubicada. No tiene una red social en la que apoyarse. Sólo es capaz de contarle sus problemas a perfectos desconocidos”,afirmó el director. Un cuadro, vamos.
Puede que todo esto suene un poco melodramático, pero no se alarmen. Aquí también hay sitio para las dosis de ironía habituales de un autor que se tiene que “controlar un poco” al escribir porque le “sale el humor casi sin querer”. Las risas brotan en la segunda mitad del filme, justo cuando las cosas amenazan con ponerse feas. “La situación de Marcela se transforma en algo casi delirante. Pero quería evitar el humor negro y apostar por un tono más sutil y ligado al absurdo. Porque esta es una película que habla sobre la vida”, zanja.
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