Cuando Nicolas Sarkozy reveló la semana pasada en Bruselas que la canciller Angela Merkel pondría en marcha un proceso para desmantelar los campamentos gitanos, el Gobierno alemán reaccionó con tres desmentidos en menos de 24 horas, una medida inédita en las relaciones entre París y Berlín, que hizo creer que el mandatario galo se había convertido en un político mentiroso.

Pero Sarkozy no había mentido, ni tampoco había pecado al revelar un secreto oficial alemán, aunque quizá cometió el error de no precisar los planes del Gobierno alemán para expulsar a varios miles de gitanos que viven desde hace diez años en Alemania.

Cuando estalló la guerra en el país que fundó Tito, unas 23.000 personas encontraron refugio en Alemania, entre ellas, 8.500 gitanos que huyeron de Kosovo, la provincia serbia que se convirtió recientemente en país independiente. La independencia hizo posible que los gobiernos de Alemania y Kosovo firmarán un acuerdo que permite la repatriación de los gitanos. El acuerdo fue suscrito en abril por el ministro del Interior alemán y su colega kosovar.

Diferencias con Francia

«Alemania no está planificando una expulsión masiva», admitió el ministro alemán, al referirse al alcance del acuerdo. A diferencia de los gitanos que están siendo expulsados de Francia, los kosovares no pertenecen a un país de la UE, una situación que les impide viajar sin visados por la Unión, pero tampoco son irregulares, ni viven en campamentos en Alemania, donde recibieron el estatus de refugiados.

Pese a la legalidad del acuerdo entre Berlín y Pristina, la repatriación de los gitanos kosovares ha sido criticada por los Gobiernos regionales de Berlín y Renania del Norte Westfalia, que denunciaron que los gitanos no son bienvenidos en el nuevo país, donde en el pasado eran perseguidos por la minoría serbia y ahora por la mayoría albanesa. El acuerdo entre Berlín y Pristina entró en vigor este mes.