¿Norteamérica es islamófoba?, se preguntaba la última portada del semanario Time (en la foto). Der Spiegel, también esta semana, no expresaba dudas al respecto: «Alemania se está haciendo islamófoba», afirmaba la revista germana. «El Gobierno francés está activando las pulsiones del racismo», denunciaba hace unos días Le Monde.

Cada una de esas alarmadas valoraciones responde a otros tantos hechos inquietantes: en EEUU, al amplio rechazo que ha suscitado el anuncio de que se va a construir una mezquita cerca del solar de las Torres Gemelas; en Alemania, a las xenófobas conclusiones del libro de Thilo Sarrazin, destacado político socialdemócrata y actualmente directivo del Bundesbank; en Francia, a la decisión de Nicolas Sarkozy de expulsar en masa a los gitanos rumanos.

La coincidencia en el tiempo de esas noticias hace pensar que la polémica presencia de amplias minorías de otras razas, y, sobre todo, las de religión musulmana, en las sociedades occidentales avanzadas es ya un asunto prioritario e inaplazable en el debate nacional de esos países. Con una apostilla preocupante al respecto: la de que parece que el viento corre a favor de las posiciones más extremas e intolerantes al respecto. Y un agravante: la sensación de que la firme denuncia de esas actitudes que hacen medios como los citados, y otros, además de importantes instituciones, ya no sirve para frenarlas.

Un sondeo publicado por Le Figaro, realizado en los días posteriores a que se conociera la citada decisión de Sarkozy, concluye que la confianza en el presidente ha crecido nada menos que cuatro puntos (siete entre los mayores de 65 años y siete también en las clases medias) debido a ese anuncio. No menos revelador del estado de la opinión pública al respecto es que el Partido Socialista francés no se haya pronunciado aún sobre la medida, por temor a enfrentarse al sector, muy amplio, del electorado de izquierdas que pide mano dura con los inmigrantes.

The New York Times ha expresado «desazón» al comprobar que en su ciudad, la más multirracial y abierta de Estados Unidos, hay un rechazo tan grande a la mezquita. «Sarrazin y sus cínicos correligionarios tienen desde hace tiempo una amplia aceptación social en Alemania», ha escrito Der Spiegel.