ANÑALISIS
La mala fórmula de sumar deportaciones y populismo
El Periodico, 05-09-2010Deportación es una palabra fea, muy fea, especialmente en nuestra Europa, que convirtió en alta política el vergonzoso arte del destierro y el confinamiento. Populismo es otra palabra poco agraciada. Antes, sus usuarios fueron la avanzadilla de los varios fascismos que recorrieron Europa y ahora, de momento, manifiestan una tendencia al autoritarismo. Deportación y populismo se suman ahora en Francia. Siendo el país vecino la cuna de los derechos humanos podía pensarse que las deportaciones de ciudadanos de etnia gitana a sus países de origen que, por otra parte, son miembros de la UE, como Rumanía y Bulgaria, despertarían un movimiento masivo de oposición a dichas medidas, tomadas por un presidente de la República en sus horas más bajas desde que Nicolas Sarkozy llegó al palacio del Elíseo hace tres años.
Por el contrario, la reacción ha sido escasa y tardía. La respuesta a las manifestaciones de ayer en París y otras ciudades francesas parece inversamente proporcional al número de entidades convocantes. El debate aunando inmigración y delincuencia suscitado por Sarkozy (hijo de un inmigrante húngaro y por tanto, francés de segunda generación) interesa poco.
SIEMPRE HAY excepciones. La de un tribunal administrativo de Lille que anuló siete órdenes de expulsión, por considerar que no planteaban ninguna amenaza al orden público o la de grupos católicos. Cabe añadir las dudas suscitadas a media voz por algunos políticos de la derecha, o la más contundente de Dominique de Villepin, aunque cabe pensar que al enemigo de Sarkozy y seguramente su contrincante en las elecciones presidenciales del 2012 le movían otros motivos además de la defensa de unos ciudadanos arbitrariamente expulsados y la del honor de la bandera francesa que la política de deportaciones ha manchado de vergüenza, según sus propias palabras.
Han sido el comité para la eliminación de la discriminación racial de la ONU y la UE, aunque esta también tarde, quienes han manifestado su preocupación. Bruselas ha pedido explicaciones para asegurarse de que se ha aplicado la legislación comunitaria. «Todos los ciudadanos europeos tienen los mismos derechos dentro de la UE», recordó Jerzy Buzek, presidente de la Eurocámara, y añadió: «Nadie puede ser expulsado de un país solo porque pertenece a la minoría gitana».
La realidad es que, sin ser todos fieles seguidores del ultraderechista Jean Marie Le Pen, la mitad de los franceses son favorables a las expulsiones, como apuntan los sondeos.
Viene a cuento recordar la reacción que hubo en el Reino Unido cuando en 1968 el diputado conservador Enoch Powell pronunció, en pleno debate de la ley sobre igualdad racial promovida por el Gobierno laborista, un célebre discurso en el que advertía de las consecuencias de la llegada al Reino Unido de inmigrantes de la Commonwealth. Citando a Virgilio veía ríos de sangre y proponía repatriaciones.
LA PRENSA estuvo a la altura. El conservador The Times consideró que el discurso era «diabólico» y que apelaba «al odio racial de un modo directo». El líder tory también estuvo en su lugar. A la mañana siguiente, Ted Heath echó a Powell del gabinete en la sombra en el que era portavoz de Defensa. El prometedor futuro de aquel brillante parlamentario se truncó definitivamente.
Sin embargo, en la calle sus palabras tuvieron una recepción muy distinta. Estibadores del puerto de Londres y matarifes fueron a la huelga en defensa del político, pero lo más importante fue el resultado de un sondeo de opinión realizado una semana después del discurso. Revelaba que el 75% de los encuestados estaba de acuerdo con lo que había dicho Powell.
El diputado aseguraba que permitir la entrada de inmigrantes y sus familiares con el aumento de la población de color que ello supondría era como preparar la pira funeraria del Reino Unido, algo muy parecido a lo dicho hace pocos días en Alemania por el socialdemócrata y consejero del Bundesbank, Thilo Sarrazin, autor del libro Deutschland schafft sich ab (Alemania se disuelve).
Su tesis es la de que los alemanes autóctonos, con su baja natalidad, están disolviendo la Alemania blanca y cristiana mientras se dibuja en el horizonte un futuro musulmán en el país europeo donde se hablará predominantemente árabe y turco y la vida cotidiana estará marcada por la voz del muecín.
El debate sobre la inmigración es un debate que Europa debe plantear seriamente, pero no a base de poner en un mismo caldero inmigración, delincuencia y xenofobia.
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