Los 'sin papeles' vuelven a llenar la morgue de Tucson

La fuerte vigilancia en la frontera de EEUU causa más víctimas en el desierto

El Mundo, TESTIGO DIRECTO CARLOS FRESNEDA / Tucson (EEUU) , 28-08-2010

Huele a polvo del desierto en la morgue de Tucson. Y huele también a muerte bajo el calor infernal, a pesar de los gigantescos congeladores que intentan evitar la putrefacción de los 200 cuerpos sin vida, muchos de ellos aparecidos en los inmensos pedregales de Arizona.

«Nuestro oficio es trágico», reconoce el médico forense Bruce Parks, que previene al visitante contra el nauseabundo olor que desprende el contenedor metálico donde se apilan las bolsas blancas con los restos mortales. «Pero más trágico aún es tener que deshacerte de los cadáveres con un simple número colgando, porque no hemos logrado siquiera ponerles un nombre».

Más de 1.700 cuerpos del desierto han pasado por la morgue de Tucson en la última década, y algo más de un millar han podido ser identificados gracias a la labor del doctor Parks y su equipo. El año 2007 (218 cadáveres) sigue marcado en rojo como el más mortífero.

Apenas 24 meses duró la tregua: las muertes han vuelto a dispararse este verano, en pleno debate sobre la inmigración ilegal. «Llevamos ya 171 cuerpos este año», certifica el doctor Parks. «Creíamos que había pasado lo peor, pero el mes de julio ha sido muy intenso: en un solo día nos llegaron siete». Tal fue la avalancha que el forense del condado de Pima tuvo que pedir una cámara frigorífica de emergencia.

«Es cierto que este verano han aparecido bastantes esqueletos, pero la gran mayoría son muertes recientes, de menos de 10 días, causadas sobre todo por la ola de calor. Nos llegan también muertos en accidente de tráfico, algún homicidio, suicidios… Nunca olvidaré el caso de un joven que tenía todo el cuerpo lleno de cortes, como si hubiera intentado desangrarse. El calor lo mató antes», cuenta Parks.

El doctor procura mantener una distancia profesional y ceñirse fríamente a su cometido: determinar la causa de las muertes e intentar identificar a las víctimas. Un tatuaje, una funda dental, una pulsera, una lista de teléfonos, una estampa de la Virgen de Guadalupe, la foto de un familiar… «Cualquier pequeña pista puede ser suficiente. Sin embargo, muchas veces pasan los meses y no hay manera de avanzar».

Una habitación de la morgue está reservada a las pertenencias más o menos anónimas de los que se dejaron la vida en el intento, todas ellas guardadas pulcramente en bolsas de plástico y clasificadas en armarios metálicos por años. En una estancia contigua, el antropólogo forense Bruce Anderson intenta reconstruir la historia de los fallecidos a partir de un cráneo, de un fémur o de unas costillas. Son casi siempre gente de talla corta, muchos de ellos indígenas, con el estigma de la pobreza escrito en sus huesos.

«No es mi labor intentar determinar por qué ocurren estas muertes, pero es muy fácil llegar a una conclusión», apunta el doctor Parks. «Se han levantado vallas metálicas y se ha extremado la vigilancia en las poblaciones de la frontera. Se juegan la vida para llegar a este lado».

Nacido en Nebraska, pero crecido junto al paso fronterizo de Nogales y casado con una mujer de sangre hispana, Parks se apunta al debate sobre la inmigración desde la experiencia (sangrante) que le da la cercanía: «Seguirán cruzando la frontera, mientras la situación no mejore al otro lado. Y será imposible sellarla por completo: si levantan un muro de 12 metros, saltarán con una escalera de 14».

Margaret Regan, autora de La muerte de Josseline: historias de inmigración en la frontera de Arizona y México, está empeñada en que nadie se olvide de las víctimas: María Julieta Lorenzo-García, muerta de un golpe de calor pocas horas después de saltar la frontera junto a su marido; Manuel Vargas Zaldívar, fallecido de insolación cuando intentaba reunirse con sus cuatro hijos en Estados Unidos; Elvira Brambila Vallejo, muerta de un ataque de peritonitis después de ser lanzada desde la furgoneta por los traficantes de hombres, en compañía de su hijo de 14 años…

Enviado especial

Texto en la fuente original
(Puede haber caducado)