Corresponsal

Las víctimas de los cárteles no siempre son rivales de otras organizaciones, militares o policías. Con sus negocios cada vez más diversificados, sus fusiles disparan sin piedad a todo el que no obedece a sus pretensiones. Lo saben bien, o mejor dicho, lo han sabido y ya no lo pueden contar, los 72 inmigrantes indocumentados cuyos cadáveres llenaban la última narcofosa hallada en México, la mayor encontrada hasta ahora en el país.

La matanza se produjo en un rancho de Tamaulipas, una zona atrapada en la guerra entre los Zetas y el cártel del Golfo. Hasta allí condujeron a un grupo de sin papeles centroamericanos y sudamericanos que intentaba ir a Estados Unidos. Los secuestraron y les exigieron un rescate. No pagaron y murieron.

Se lo contó ayer a las autoridades el único de ellos que logró sobrevivir, un ecuatoriano que consiguió huir con varias heridas de bala en el cuerpo. Fue el mismo que alertó al Ejército y lo condujo a última hora del martes hasta el rancho. Al llegar, los militares se encontraron con los cuerpos de 58 hombres y 14 mujeres, que en un principio se dijo que eran miembros de una organización criminal rival.

Los sicarios recibieron al Ejército mexicano con más disparos. En el tiroteo murieron un soldado y tres presuntos delincuentes, antes de que los militares consiguieran realizar una única detención, la de un menor de edad, y decomisar un auténtico arsenal. Ésta es la segunda narcofosa hallada en menos de tres días, tras la localizada en una mina de Hidalgo, con 19 cadáveres.