SIVE: La atalaya costera perfecta
La Verdad, , 25-07-2010Llegan los ‘malos’. Un controlador del SIVE observa las maniobras de una planeadora cargada con hachís, en Percheles (Mazarrón) :: JUAN LEAL / AGM
Son las 02.47 horas del lunes 26 de abril. Un grupo de hombres, con los corazones golpeando sus pechos por efecto de la adrenalina, aguarda órdenes sobre la ‘goma’, que hasta hace un rato cabalgaba como un corcel sobre el mar en calma y que ahora, con los descomunales motores ya silenciados, se balancea rítmicamente a pocas millas de la costa aguileña. Casi frente a Terreros, por más señas. La noche es boca de lobo. Negra y plena de peligros. No lo ignoran. Aguardan nerviosos, tensos, una llamada que no acaba de llegar. La que les fijará el lugar del desembarco de los fardos de droga que se amontonan bajo sus maceradas y ateridas posaderas. Estarían bastante más nerviosos si supieran que un ojo invisible los observa desde hace largo rato. Si supieran que cada movimiento suyo está siendo registrado. Si supieran que numerosos efectivos han sido ya movilizados en la costa. Si supieran que se les están echando encima un helicóptero y una patrullera con el casco pintado de blanco y verde.
«Ahí llega la embarcación. ¡Y ése es el helicóptero!», relata la operación el guardia civil, traduciendo las imágenes que una cámara nocturna de gran potencia y resolución envía a la pantalla de su ordenador del Centro de Mando de Comunicaciones y Control del Sistema Integrado de Vigilancia Exterior (SIVE), instalado en la Central Operativa de Servicio (COS) de la 322 Comandancia de la Guardia Civil de Murcia. Unas imágenes que, justo es decirlo, no necesitan de traducción alguna porque su definición y calidad son magníficas. El visor nocturno es tan preciso que es posible observar cada movimiento de los tripulantes. Si el miedo fuera sólido, también se percibiría.
La privilegiada atalaya tecnológica desde la que la Guardia Civil mantiene controlados a esos narcos – una de las tres que cubren toda la costa murciana, a las que hay que sumar otra estación dotada exclusivamente de visores y dos radares móviles – está situada en lo alto de un acantilado, en un lugar privilegiado y secreto – esto último, al menos, debería serlo – , y está constituida por equipos optrónicos (una cámara diurna y otra nocturna) y un potente radar.
- «¿Cómo de potente?», se interesa el periodista.
- «Bastante», es la lacónica y divertida respuesta del teniente coronel, que trata de evitar cualquier información concreta que pueda ser utilizada por los malos para sacar provecho en algún momento.
Si hay que creer, sin embargo, las informaciones que la Delegación del Gobierno facilitó el 15 de octubre del 2009, cuando el SIVE entró en funcionamiento pleno, estos equipos son capaces de detectar y fijar los movimientos de las embarcaciones en un radio de acción de más de 30 millas (unos 55 kilómetros).
Un ‘espía’ inigualable
Pero, por mucho que uno pueda imaginar acerca de las bondades de este doble sistema de blindaje costero, nada es comparable a verlo funcionar. Cada uno de los agentes que, a largo de las 24 horas del día, se van turnando para cubrir los tres puestos de control (uno por cada estación sensora fija), maneja dos pantallas de ordenador. Una muestra el perfil de los 170 kilómetros de costa murciana (representada en color amarillo) y los cuatro potentes haces de otros tantos radares, que cubren una vasta extensión del mar y que, en color verde claro, se solapan unos con otros conformando un entramado impenetrable para cualquier embarcación que atraviese esa extensa franja.
Cientos de iconos, de color verde oscuro, salpican la pantalla, aunque su número es gradualmente decreciente desde las saturadas dos o tres primeras millas marítimas hasta las zonas más alejadas de la costa.
El guardia civil toma el ratón y hace click sobre uno de esos iconos. En el acto se despliega una ficha que le informa del tipo de barco, su eslora, rumbo, velocidad, posición, distancia del radar…; unos datos que a estos avezados agentes les sirven para descartar rápidamente que se trate de una embarcación sospechosa o, al contrario, para identificarla como amenaza, marcar el icono con un color rojo brillante y ya no quitarle el ojo de encima en toda la guardia, atento a cualquiera de sus evoluciones.
La labor de seguimiento sería bastante más compleja, y mucho más intuitiva, de no existir el complemento de las cámaras diurnas y nocturnas, que el guardia civil controla con ayuda de una especie de ‘jostyck’: sitúa una cruz sobre la embarcación deseada, aprieta un botón con el pulgar y la cámara queda fijada sobre el objetivo y lo seguirá espontáneamente hasta nueva indicación.
Un pesquero a tiro de piedra
Una vez más, el agente hace una demostración práctica: realiza un movimiento de muñeca y en la segunda pantalla de ordenador se muestra con absoluta rotundidad la silueta de un pesquero, que faena, ajeno al ojo que todo lo ve, a unas millas de Águilas. Si un marinero escupiera al agua, la trayectoria del salivazo sobre la borda sería captada con bastante nitidez.
- «Creo que voy a renunciar a seguir haciendo el amor sobre la cubierta de mi lujoso yate», bromea el periodista. «¿Qué potencia tienen estas cámaras?», pregunta, otra vez, sin intentar disimular su sorpresa.
- «Bastante», vuelve a responder el teniente coronel con su media sonrisa. «A mí me vas a pillar, a estas alturas…», debe de estar diciéndose por dentro.
Ni un dato va a proporcionar, insiste, que pueda serle útil a aquéllos que puedan estar interesados en burlar este sofisticado sistema de seguridad. Al enemigo, ni agua. Sea cual sea su ilegal propósito, que en unos casos es meter grandes alijos de droga en territorio murciano y, en otros, introducir inmigrantes de forma ilegal, sobre todo procedentes de Argelia. En ambos casos, los agentes que supervisan las imágenes de los radares han desarrollado un especial sentido a la hora de identificar la amenaza. «Tanto las planeadoras como las pateras – explican – suelen dirigirse en perpendicular a la costa». Pero hay diferencias sensibles entre unas y otras. Mientras la eslora bien puede coincidir en unos y otros casos – entre ocho y doce metros – , no así la velocidad. Las ‘gomas’ de los narcotraficantes suelen dirigirse a las playas a una velocidad de hasta 30 ó 40 nudos, propulsadas por una batería de motores que suman hasta 750 caballos, mientras las pateras, atestadas de pasajeros y con motores de potencia muy limitada, apenas avanzan a entre 3 y 5 nudos. En ocasiones van tan hundidas por el peso que la borda apenas asoma dos dedos sobre el agua y el radar tiene dificultades para captar su eco.
Estas pequeñas embarcaciones saturadas de seres humanos ateridos y asustados son interceptadas con tremenda facilidad en alta mar y conducidas a puerto por patrulleras de la Guardia Civil o de Salvamento Marítimo. «Sólo se nos presenta alguna dificultad mayor cuando llegan en oleadas, cinco o seis de golpe, porque no hay medios suficientes para cogerlas en el mar. Pero no hay mayor problema – comenta el teniente coronel – , cuando llegan a tierra ya las están esperando las patrullas».
Ninguna ha burlado el control
Desde que el SIVE entró en funcionamiento pleno, el pasado octubre, ni una sola patera ha logrado burlar el control de los radares y de quienes supervisan sus señales. Los 105 inmigrantes argelinos que trataron de penetrar ilegalmente en España, entre ellos tres mujeres y cinco menores de entre 15 y 17 años, fueron detenidos y, una vez puestos a disposición judicial, y salvo los menores, fueron conducidos al Centro de Internamiento de Extranjeros (CIE).
Aunque el límite legal máximo de estancia en esas dependencias es de 60 días, en el plazo de 25 suelen haber hecho el camino inverso, aunque – eso sí – algo más cómodos y asumiendo menos riesgos: en el ferry que parte de Alicante hacia Argel.
En tales circunstancias, no es de extrañar que en el 2009 la llegada de pateras ya sufriera un significativo descenso respecto al año anterior, y que en estos seis primeros meses de 2010 se haya reducido nuevamente en un 55%. No merece la pena arriesgarse a acabar con los pulmones llenos de agua salada si las garantías de llegar a la costa sin ser detectados son prácticamente nulas.
Por lo que se refiere a las planeadoras que antes arribaban a las playas repletas de fardos, ocurre ahora tres cuartos de lo mismo. «Parece que están desistiendo de ese método; habrán buscado vías alternativas», admite el teniente coronel.
Al agente que controla uno de los radares parece marcársele por un instante una mueca de disgusto en el rostro. Cada vez son menos las ocasiones que se le presentan de situar bajo el objetivo de las cámaras a una de esas poderosas y espectaculares ‘gomas’. «Yo siento una satisfacción muy grande cuando recibo la confirmación de que los compañeros les han echado el guante», confiesa.
Claro está, que tampoco se les va a reprochar a los traficantes que cada vez sean menos los que se arriesgan. Si hubieran podido ver cómo funciona de verdad el SIVE, no habría ni uno solo que hiciera el intento.
Son las 02.47 horas del lunes 26 de abril. Un grupo de hombres, con los corazones golpeando sus pechos por efecto de la adrenalina, aguarda órdenes sobre la ‘goma’, que hasta hace un rato cabalgaba como un corcel sobre el mar en calma y que ahora, con los descomunales motores ya silenciados, se balancea rítmicamente a pocas millas de la costa aguileña. Casi frente a Terreros, por más señas. La noche es boca de lobo. Negra y plena de peligros. No lo ignoran. Aguardan nerviosos, tensos, una llamada que no acaba de llegar. La que les fijará el lugar del desembarco de los fardos de droga que se amontonan bajo sus maceradas y ateridas posaderas. Estarían bastante más nerviosos si supieran que un ojo invisible los observa desde hace largo rato. Si supieran que cada movimiento suyo está siendo registrado. Si supieran que numerosos efectivos han sido ya movilizados en la costa. Si supieran que se les están echando encima un helicóptero y una patrullera con el casco pintado de blanco y verde.
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