El auge racista sobresalta a Obama
El Correo, , 25-07-2010Shirley Sherrod, que hasta el lunes era una funcionaria anónima de Georgia, ha pasado esta semana de convertirse en villana nacional a ser elevada a los altares junto con Martin Luther King y Nelson Mandela. Todo en 72 horas de frenesí mediático que han puesto de manifiesto que el racismo sigue siendo una asignatura pendiente en Estados Unidos.
Cuando Barack Obama hizo historia al convertirse en el primer presidente afroamericano del país, muchos dieron por cumplido el sueño de Luther King y creyeron haber pasado página a la historia de esclavitud y racismo que marca a EE UU. Dos años y medio después, el espejismo se ha desvanecido. El brillante abogado de Harvard siempre supo que su color de piel era una bomba de relojería que prefería ignorar. Durante la campaña evitó hablar de ello hasta que el reverendo Jeremiah Wright puso las diferencias sobre la mesa, para escándalo de sus compatriotas. Su silencio no acalló la polémica, por lo que una semana después tuvo que enfrentarla con su primer discurso sobre la raza, que ha resultado ser uno de los más emblemáticos de su biografía.
Le tocó hacerlo de nuevo el pasado año por estas fechas, cuando su amigo y profesor de Harvard Henry Louis Gates fue detenido mientras abría la puerta de su propia casa por un policía blanco que no soportó la arrogancia del afroamericano. Una semana después la pregunta pilló por sorpresa a Obama en una rueda de prensa y por una vez respondió con naturalidad, calificando el arresto de «estupidez». La polémica desatada le haría arrepentirse de tomar partido en un tema racial. Lo resolvió con una jugada maestra que también ha pasado a la historia: la famosa cumbre de la cerveza, en la que invitó al profesor y al policía de Cambridge a compadrear en la Casa Blanca.
Shirley Sherrod es su tercer capítulo público con el espinoso tema del racismo. Primero intentó que la tormenta pasara de largo. Luego, le ordenó a su ministro de Agricultura, Tom Vilsack, que le librase de ese cáliz y finalmente tuvo que salir al paso para disculparse él mismo ante la primera afroamericana que el primer presidente negro despidió por racista. Así temía Sherrod que la recordasen sus nietos, después de toda una vida entregada a la lucha por la igualdad. La directora de Desarrollo Rural del Ministerio de Agricultura en Georgia se encontró de pronto en medio de la guerra política sobre la discriminación racial que estaban librando el Tea Party y del lado del Gobierno, la Asociación Nacional para Avanzar a la Gente de Color (Naacp).
Aceptar la responsabilidad
En su año y medio de vida, el movimiento ultraderechista Tea Party había dado sobradas muestras del racismo que guía a muchos de sus miembros, aunque sus más prominentes defensores, como Sarah Palin, acusen a las fuerzas progresistas de desacreditarlo injustamente. «Ha llegado el momento de que acepten la responsabilidad que viene con su creciente influencia y dejen claro que en su movimiento no hay lugar para el racismo, el antisemitismo, la homofobia y otras formas de intolerancia», les desafió la semana pasada el presidente de la Naacp.
Lo decía al hilo de una resolución formal aprobada unánimemente por los más de dos mil delegados de la organización más antigua y prestigiosa en la lucha de los derechos civiles. Resultaba un hachazo en la credibilidad del grupo político de Palin que apenas esta semana había abierto un caucus en el Congreso con el apoyo de veinte legisladores.
Días después Mark Williams, portavoz del Tea Party Express, el ala que recorre el país con protestas populares, respondió burlonamente con una carta a Abraham Lincoln que hizo avergonzarse a propios y extraños. «Nosotros los de color hemos votado y decidido que no nos va esto de la emancipación», decía. «La libertad significa tener que trabajar de verdad, pensar por nosotros mismos y aceptar consecuencias junto con las recompensas (…) La posición del Tea Party de que se acaben los estímulos económicos es ridícula. ¿No es dinero para la beneficencia, que es por lo que nos matamos los de color? ¿Qué clase de racista pediría que se acabe el gran dinero para los programas sociales?», continuaba.
El escrito explotaba todos los estereotipos sobre los negros de EE UU, a quienes los racistas consideran unos vagos mantenidos por el Gobierno con los impuestos de los blancos. Algo que obvia datos tan básicos como que este grupo de población tiene el doble de paro que los anglosajones, gana 62 centavos por cada dólar de sus compatriotas blancos, menos de la mitad posee una vivienda y tiene tres veces más probabilidades de vivir en la pobreza.
Williams fue expulsado fulminantemente. Era la primera vez que la Federación Nacional del Tea Party tomaba una medida semejante, lo que originó disputas internas sobre su potestad en un movimiento que presume de no tener jerarquía ni cabeza visible. Sus miembros patearon, profirieron amenazas de muerte contra la Naacp y contraatacaron con una trampa que pondría en evidencia el nerviosismo del Ejecutivo Obama en la materia.
El lunes el bloguero conservador Andrew Breibart colgó el vídeo de una charla que Sherrod dio hace cuatro meses en un acto de la Naacp. «La primera vez que me tocó enfrentarme a un agricultor blanco que me pedía ayuda para salvar su finca se pasó mucho rato hablando para demostrarme su superioridad», contaba la directora del Ministerio de Agricultura en Georgia. «Lo que él no sabía es que yo estaba decidiendo cuánta ayuda iba a darle. Yo estaba agonizando con la idea de que muchos negros habían perdido su tierra y ahora me tocaba a mí salvar la de un agricultor blanco, así que no le di toda la que podía», aseguró.
Parecía una prueba irrefutable del racismo de los negros contra los blancos que los seguidores del Tea Party creen sufrir en EE UU desde que Obama llegó al poder. Horrorizada con la perspectiva de ver ese documento estallar en manos de las cadenas conservadoras, la subsecretaria adjunta de Agricultura, Cheryl Cook, obligó a Sherrod a dejar su cargo en el acto. «La Casa Blanca quiere tu dimisión», le dijo a la tercera llamada que contestó desde el coche. Le ordenó que aparcara en el arcén y escribiese su renuncia en su Blackberry para remitirla inmediatamente, sin darle siquiera la oportunidad de explicar la frase que Sherrod insistía estaba totalmente fuera de contexto.
De destituida a heroína
Todo se hubiera quedado en un expedito linchamiento público si la mujer del agricultor blanco en cuestión no hubiera llamado el martes a CNN para decir que la funcionaria no tiene un pelo de racista y que no sabía de qué estaban hablando. «Si no hubiera sido por ella habríamos perdido la finca», dijo la anciana de 82 años. Resultó que Sherrod no era la negra resentida que muchos querían ver, aunque no le falten motivos, sino una heroína a lo Luther King que después de haber visto al Ku Klux Klan asesinar a su padre y perder su propia finca por la discriminación del Gobierno tuvo una catarsis y comprendió que las verdaderas diferencias no son de raza sino entre ricos y pobres. Algo de lo que intenta convencer a los suyos con ese discurso, muchas veces repetido, en el que narra su propia redención hace 24 años, cuando trabajaba para una ONG, y entendió, gracias a ese agricultor, que los blancos también dejan colgados a los suyos.
Eso es lo que hizo el abogado anglosajón en cuyas manos dejó al agricultor. Dos semanas antes de que le embargaran, éste recurrió de nuevo a ella y Sherrod removió cielo y tierra hasta que otro letrado, en este caso negro, aceptó representarle y salvó su propiedad. El vídeo había sido editado para que nada de esto trascendiera. Y el Gobierno Obama cayó en la trampa. «No pensé antes de actuar y como consecuencia esta mujer ha pasado por un infierno, es algo con lo que tendré que vivir mucho tiempo», reconoció el ministro de Agricultura, Tom Vilsack, que asumió la responsabilidad del despido y exculpó a la Casa Blanca.
No era suficiente. La opinión pública clamaba una disculpa del propio presidente ante la nueva Rosa Park que se había alzado contra la humillación y la discriminación. Y si bien el líder demócrata hubiera preferido quedarse al margen, una vez más tuvo que ejercer el peso de ser el primer presidente afroamericano de EE UU. No fue otra cumbre de la cerveza sino un mensaje de texto y siete minutos de compadreo telefónico cargados de disculpas, por parte de quien dijo haber sufrido lo mismo que Sherrod, «en particular durante los últimos cinco años».
El Tea Party ha aprovechado el rebote para pedir una cumbre sobre el racismo que no sea alrededor de una cerveza sino del té. ¿Serviría eso para poner fin a la guerra racial que sufre la política norteamericana? «No», sentencia Mark Potok, director de la Organización Southern Poverty Law Center. «Detrás del ánimo de gente como Andrew Breibart (el bloguero que colgó la charla de Sherrod) está el sentimiento de que el país le ha sido robado a los blancos y el nerviosismo de perder la mayoría blanca en Estados Unidos». Obama es para ellos la máxima expresión de ese acoso que les quita el sueño, le guste o no.
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