¿Racista yo?

El Correo, LUIS LÓPEZ, 25-07-2010

Lo fácil sería despachar la agresión de Lantarón como un hecho aislado, anecdótico. Pensar que la paliza que propinó un grupo de jóvenes a cuatro senegaleses sólo se sustentaba en rencillas personales. Al fin y al cabo, uno de los atacantes y su padre habían sido despedidos de la empresa donde compartían tajo con los africanos tras demostrar reiteradamente actitudes xenófobas. Pero no. El asunto hunde sus raíces en un rechazo social a los extranjeros que crece con la crisis. Y más en Álava, el territorio vasco con mayor proporción de ciudadanos llegados de otros países.

Esto es algo más que una sensación. Ikuspegi, el Observatorio vasco de la Inmigración, acaba de terminar su barómetro sobre ‘Percepciones y actitudes hacia la inmigración extranjera’ y sus conclusiones son reveladoras. El estudio se basa en datos de 2009 y ya se nota una inquietante evolución en los recelos con que los vascos miramos al vecino diferente. Ejemplos: el 22,1% de la población autóctona prefiere vivir en zonas donde no haya ni un inmigrante, un porcentaje que en 2008 era sólo del 14,6%; más de la mitad de los vascos (un 51,2%) consideran que la inmigración afecta negativamente a la seguridad ciudadana, frente al 44,7% que tenía esta opinión sólo un año antes; y casi el 70% cree que abusan de las ayudas.

En definitiva, se ha producido «un descenso en el nivel de tolerancia», dice el estudio, porque «creemos que la llegada de inmigrantes puede empeorar nuestro estado de bienestar». Eso sí, no los miramos a todos con los mismos ojos: europeos y argentinos son los que nos caen más simpáticos. En el lado opuesto están marroquíes y ciudadanos de países del Este, quienes despiertan más rechazo.

«Vienen a trabajar»

La situación en Álava es aún más especial porque se trata del territorio vasco con mayor porcentaje de extranjeros. Aquí, casi el 9% de la población (el 8,8%, que sube al 9,2% en Vitoria) ha nacido fuera de España, frente al 6% de Vizcaya y Guipúzcoa. Según los datos provisionales correspondientes a 2010 que maneja Ikuspegi, ahora mismo hay en territorio 28.010 inmigrantes, lo que supone que la cifra casi se ha multiplicado por diez en sólo diez años. Y eso que tras el estallido de la crisis, en 2008 y 2009, se redujo por primera vez en más de una década el número de personas que cada ejercicio llegan a la provincia.

¿A qué se debe esta mayor afluencia en Álava? Su tejido industrial y la mayor actividad agrícola vinculada sobre todo al mundo de la vid son algunos de los factores. Y es recurrente la sospecha de que el eficiente sistema de protección social genera un efecto llamada. «Esto no es cierto», ataja Elo Mayo, la directora de Promoción Social de la Diputación alavesa, porque «quien viene aquí no tiene como objetivo cobrar ayudas sociales». De hecho, los inmigrantes son los que reciben ayudas «durante menos tiempo, una media de tres o cuatro meses, porque si no encuentran trabajo se van».

Este es el escenario de fondo. Ahora, sin rodeos, la pregunta: ¿Somos más racistas? La corrección política le impide a Mayo responder con un monosílabo. «Hemos detectado que en los procesos de convivencia existen más miedos derivados de la situación de crisis», razona, y eso «puede tener como consecuencia un repunte en las actitudes xenófobas».

Lo cierto es que hay un discurso excluyente que «siempre ha estado ahí», lamenta Filomena Abrantes, presidenta de la Asociación Afroamericana de Vitoria. «Lo que ocurre ahora es que exterioriza más, con la psicosis del paro y la crisis hay gente que encuentra justificadas las manifestaciones más radicales». Se refiere a esas acusaciones como que «venimos a quitarles el trabajo, a cobrar ayudas sociales, que para los de aquí no hay y para los de fuera sí…».

Abrantes no tiene noticia de que haya habido más agresiones racistas, pero sí detecta un «maltrato psicológico» cuando a los extranjeros se les veta un trabajo por el color de su piel, cuando algún viajero del tranvía se echa la mano al bolsillo después de que a su lado haya pasado un inmigrante o cuando unos padres sacan a sus hijos del parque para no compartir columpios con niños extranjeros. «Además, en las empresas donde hay ERE los primeros en salir son los inmigrantes».

Luces rojas

Tristemente, de esto ha habido siempre, y ahora la crisis lo potencia. Pero dar una paliza a cuatro senegaleses es subir un peldaño peligroso. «Cuando se pasa de las actitudes a los comportamientos se produce un salto grave», advierte Xabier Aierdi, director de Ikuspegi. ¿Es lo que ha ocurrido en Lantarón? «Creo que no. Esa agresión ha sido algo más personal, más psicológico que sociológico». Lo que marca la diferencia es que, a su juicio, no ha habido una legitimación social ni política, no responde a un ambiente social lo suficientemente caldeado como para que se aliente este tipo de ataques, algo que sí ocurrió, por ejemplo, hace ya una década en la localidad almeriense de El Ejido. Aquí no pasa eso. «Lo preocupante sería que sectores de la sociedad tolerasen o justificasen ese tipo de agresiones, que no lo viesen como delincuencia».

El antropólogo vitoriano y experto en inmigración Jesús Prieto Mendaza discrepa. Y se reconoce preocupado porque interpreta el ataque a los senegaleses como «un primer aviso, se han encendido las luces rojas». A su juicio, la aparente unanimidad social a la hora de condenar esa paliza tiene muchas fisuras. Hay un discurso paralelo. «Yo he escuchado a mucha gente tratar de justificar a los agresores, decir ‘lo que tuvieron que pasar para acabar haciendo eso’, o ‘algo habrán hecho los negros para generar ese rechazo’, o ‘si no fueran negros no se le daría tanta importancia a todo esto’».

Así que Prieto Mendaza es «pesimista» y pronostica un futuro de tensión racial. Aunque esto tiene matices. En realidad, más que de xenofobia habría de hablar de «aporofobia». El palabro aún no está en el diccionario de la RAE pero en el mundo de la sociología ya se usa a menudo: es el rechazo al pobre. Porque, al fin y al cabo, quienes se levantan del asiento del autobús cuando un árabe o un africano se pone a su lado seguramente no harían lo mismo si el compañero de viaje fuese un jeque forrado de petrodólares o un jugador del Baskonia.

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