NUEVO PARLAMENTO EN HOLANDA La pequeña Shanghai calvinista convive con el conflictivo barrio musulmán de Hillesluis

Minaretes y Erasmo en Rotterdam

La Vanguardia, XAVIER MAS DE XAXÀS - Rotterdam. Enviado especial , 10-06-2010

Una puerta gruesa como la de una cámara acorazada guarda el fondo del Centro Erasmo en la biblioteca pública de Rotterdam. Dentro de este depósito sin ventanas, mantenido a 18 grados con un 50% de humedad, duermen 25.000 volúmenes, casi todos escritos en el siglo XVI por Desiderio Erasmo. La bibliotecaria Hamemieke Hoogeveen coge un ejemplar de Elogio de la Locura,editado en Estrasburgo en 1511, dos años después de lo escribiera el filósofo que más peso mantiene en el pensamiento colectivo de los holandeses. “Fíjese lo simple que es. La imprenta acababa de inventarse y no daba para mucho más. A Erasmo seguro que le gustó esta edición. Iba con su carácter austero”.

Fue su primer gran éxito, un ataque a los poderosos de la Iglesia y la sociedad, un texto revolucionario que abrió la senda a una sociedad nueva, basada en el humanismo y la tolerancia, y que a Erasmo le condenó a una vida de acosos, dudas y penurias.

Al otro lado del río Maas, cruzando el puente de Erasmo y los edificios de las corporaciones que han convertido a Holanda en una de las economías más abiertas del mundo y a Roterdam en una pequeña Shanghai calvinista, se encuentra el barrio de Hillesluis, uno de los más problemáticos de Holanda, donde los principios erasmistas se ponen a prueba cada día. ¿De qué otra forma, sino, podrían coexistir en pocas manzanas un cine porno, un sex shopyel estudio del principal fotógrafo sadomasoquista del país, Leo de Deugd, con los velos de una población que es musulmana en un 67% y con una mezquita, la más grande del país, que, gracias al mecenazgo de Dubái y varios jeques del golfo Pérsico, está a punto de completar su segundo minarete? “No me importa que haya esas actividades que usted comenta – señala una mujer turca, con velo, al volante de un viejo Corsa-,siempre que a mí me dejen en paz”.

“Parece un milagro, ¿verdad?”, observa el ingeniero Richard Claase, un indonesio hijo de la colonización que ayer presidía el colegio electoral instalado en un parvulario junto a la mezquita. “La votación va muy bien, gracias. Sin incidentes. No como la última vez, cuando las mujeres analfabetas llegaban con hombres que se metían con ellas en las cabinas de votación para indicarles sobre qué candidato habían de poner la x”.

Hace un año que Claase dirige un programa del ayuntamiento para rebajar la tensión en la calle. “Ayuda mucho que el alcalde sea turco y no sabe usted la importancia que tiene atender la petición de una mujer que desea colocar flores en una esquina o la de un joven que pide montar una fiesta en el parque. Son pequeños gestos para llenar un gran déficit”. Familias que lo pasan mal, que pierden la capacidad de educar a sus hijos, y jóvenes que, sin apenas estudios, deambulan entre el paro y la violencia.

El barrio es turco en un 48% y marroquí en un 24%. Antillanos y surinameses suman el 20%. Queda un 8% de holandeses, con sus casas fácilmente identificables estos días de pre-Mundial por las banderas naranjas, emblemas de un nacionalismo futbolístico entroncado con la casa de Orange.

Geert de Wilders, líder de la derecha populista, partidario de prohibir las mezquitas y retirar la nacionalidad a los inmigrantes que delincan, le preguntó el otro día en televisión al primer ministro Jan Peter Balkenende si Holanda dejará de ser Holanda cuando haya más mezquitas que iglesias. Balkenende, pragmático democristiano de fuerte raíz calvinista, respondió que eso no pasará nunca. “Fue una respuesta muy mala – considera el analista Paul Shefer-.Debería haber dicho que la Constitución garantiza la libertad religiosa, y punto”.

Tolerancia y adaptación es algo que el ingeniero Claase lleva marcado en el ADN. Por eso considera que Wilders es un loco peligroso, aunque “no es tan malo que haya holandeses sin sentido común. De hecho, es uno de los grandes privilegios de esta democracia que puedan ser políticos”.

El tolerante Erasmo quedó en evidencia al criticar a los turcos que llegaron a Viena. “Luego readaptó sus ideas, y esta era una de sus virtudes”, comenta la bibliotecaria Hoogeveen. Sheffer considera que nosotros deberíamos hacer lo mismo: “Lo bueno de la inmigración es que nos obliga a repensar tantas cosas”.

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