CLAMOR EN MÉXICO POR UN ASESINATO
Acribillado en la frontera
Un mexicano de 14 años muere tiroteado a la orilla del río Bravo por guardias de EEUU. «Estaba en su tierra, no estaba en tierra extranjera», exclama su madre.
El Periodico, 10-06-2010Era todavía un niño que jugaba bajo el puente del tren, junto al río, y se asomaba curioso al otro lado. Desde allí lo mataron. La bala mortal le entró por el ojo. Quizás solo porque Sergio Hernández, de 14 años, estudiante de secundaria, jugaba el martes bajo el premonitorio Puente Negro, junto al lecho del río Bravo que ahoga tantas esperanzas, y más allá, tras los agentes de la patrulla fronteriza que dispararon sobre unos muchachos que jugaban, existe ese norte desarrollado que todo México conoce como «el otro lado».
No importó tanto que Sergio viviera en una Ciudad Juárez que la guerra del narcotráfico ha consagrado como la más violenta, paradigmática ciudad sin ley. Fue un caso fronterizo, uno más en los 3.000 kilómetros de la línea más transitada del mundo: 17 muertos en este medio año por la violencia de los porteros del progreso. «Su único error fue bajarse a la orilla del río», lamentó ayer la madre de Sergio, Guadalupe Huereca, hundida tras el entierro. Fueron horas de llanto y grito en las que la familia abrió una y otra vez la caja blanca para abalanzarse aún incrédula sobre el cuerpo.
«¿Por qué tuvo él que pagar las cosas que otros hicieron?», suspiraba la mujer. Y, como otros testigos, insistía: «Lo mataron en México. Estaba en su tierra, no estaba en tierra extranjera». La Border Patrol afirmó que fue atacada a pedradas por un grupo de espaldas mojadas que intentaba cruzar el río y entrar en Estados Unidos. La familia señaló que, en medio de la movilización de las patrullas fronterizas gringas, un agente en bicicleta se acercó para «matar a Sergio del lado de acá».
«Enérgica condena»
«Llegó y le disparó. Nomás así», clamó por la radio Rosario Hernández, hermana de Sergio. La madre, Guadalupe, lo recordó por televisión: «Él se quedó en el suelo, con los brazos hacia arriba. Y entonces el guardia le disparó. Los tiros se los dio en la cara. ¡Cómo fue tan cruel!». La hermana corroboró: «Lo agarró a quemarropa y le dio en el ojo izquierdo, en el tórax y en la mano». La familia y los testigos completan el panorama con otros tres chavales que ponían pies en polvorosa ante la movilización de «15 o 20 guardias fronterizos, todos en trocas» (camionetas). Según Rosario, «todos dispararon».
El padre de Sergio, Jesús Hernández, no se quedó en el mero lamento de «le pegó dos en la cabeza a mi niño, a mi bebé», ni en la denuncia de que «no puede ser cierto que lo mataran del otro lado y viniera a caer aquí». Y pidió justicia al presidente, Felipe Calderón: «Que se amarre los pantalones y vea lo que está pasando». Calderón refrendó la «enérgica condena» del Gobierno mexicano, rechazó el uso «desproporcionado» de la fuerza, se comprometió a proteger los derechos de los connacionales. EEUU lamentó la muerte del «adolescente en un cruce de indocumentados por la entrada Paso del Norte».
Sergio Hernández, 14 años rotos bajo el Puente Negro de Ciudad Juárez, es, para todo el resto de autoridades y políticos mexicanos, la primera víctima, la más inocente, de la «conducta racista y el ambiente xenófobo generados por la ley antinmigrante de Arizona».
La indignación de los mexicanos al ver las imágenes del río Bravo se incrementó al escuchar, en un escalofriante vídeo nocturno, los alaridos de Anastasio Hernández, detenido días atrás por una veintena de agentes tras cruzar la línea por otro lugar simbólico, Tijuana, y enterrado casi al mismo tiempo que Sergio, ya en San Diego, al otro lado.
Alguien puso ayer una pancarta en la columna del puente junto a la que quedó muerto el joven Sergio Hernández: «Murderers», asesinos. La madre gemía: «Con él se llevaron todo».
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