Sergio Hernández, un chico mexicano de 14 años, fue muerto a tiros supuestamente por un agente de la Patrulla Fronteriza estadounidense (“Border Patrol”) de El Paso, Texas, cuando se encontraba en la margen mexicana del Río Bravo, muy cerca de la aduana internacional Paso del Norte. Según un testigo, el agente disparó al menor cuando se escondía bajo el llamado Puente Negro, después de que cinco jóvenes mexicanos fueran rodeados y perseguidos a pie por oficiales de inmigración en territorio estadounidense.
Al escapar hacia el lado mexicano, dos de los muchachos fueron detenidos. Ya en su país, los otros tres adolescentes corrieron hacia el Puente Negro, “y el muchacho del lado izquierdo que ya estaba escondido detrás del pilar del lado mexicano se asoma, con las manos en alto, a la altura del pecho. Pienso que el muchacho lo que hizo fue asustarse, porque no trató de esconderse. Y ya se quedaron viendo uno al otro, y hubo un lapso de cuatro segundos cuando el oficial del lado americano le dispara al muchacho”.
Jesús Hernández, padre del menor, pidió al presidente Felipe Calderón “que si tiene poquitos pantalones, que se los amarre y vea esta injusticia con niños, que se faje los pantalones y que vea lo que está pasando, o está ciego o no mira”. Hernández, casado con una estadounidense, relató en entrevista para “W Radio” que su hijo y unos amigos “se fueron a la orilla del río a ver para el otro lado y había muchos chavales, y el de la migra andaría drogado o no sé qué andaría, el chiste es que empezó a tirar balazos y le pegó dos en la cabeza al niño”.
Calderón, en nombre del Gobierno de México, hizo constar la “más enérgica” condena por esta muerte, expresó su pésame y solidaridad con los familiares de la víctima e instruyó a la Secretaría de Relaciones Exteriores a solicitar al Gobierno estadounidense una investigación a fondo sobre lo ocurrido y castigar, en su caso, a los posibles responsables.