Plantaciones de sexo con esclavas sin cadenas

La globalización ha convertido el tráfico de mujeres en un negocio floreciente

El Mundo, FÁTIMA RUIZ / Madrid , 08-06-2010

Las nuevas esclavas no llevan cadenas. Son grilletes culturales los que las amarran a modernas plantaciones que no cultivan algodón, sino sexo. Y quiebran antes la autoestima que la espalda de las siervas. Cinco años de investigación sobre el tráfico de mujeres lo atestiguan en el libro Esclavas del poder (Debate), de la periodista mexicana Lydia Cacho. Un viaje a lo ancho y largo del mundo que constata que el negocio de la esclavitud va viento en popa mueve entre 2.000 y 4.500 millones de dólares y atrapa a 1,39 millones de personas pese a que el calendario guarde un día para conmemorar religiosamente su abolición.

La clave del florecimiento es que, como antaño, nos hemos acostumbrado. «Igual que hace un siglo parecía normal tener un esclavo negro en casa, ahora la prostitución y la hipersexualidad de las adolescentes se han convertido en algo normal, se han naturalizado», advierte Cacho.

No sólo eso, el oficio más viejo del mundo se ha puesto en cierta manera de moda. «El tema de vender el cuerpo casi desde la niñez está rodeado de glamour, los propios medios de comunicación contribuyen a ello, por lo que los mafiosos ya no necesitan drogar a sus víctimas o encerrarlas, sino simplemente convencerlas de que lo mejor que pueden hacer con sus vidas es dedicarlas a la prostitución».

Una tendencia global, que conecta a una cría de la miserable ribera del Mekong, en Vietnam, con una adolescente colombiana de 14 años que vende sexo oral para comprar vestidos. «Se induce a los niños a que hagan lo que esté a su alcance para convertirse en los consumidores que el mercado necesita». También en países desarrollados, que han rebobinado unas cuantas décadas en cuestiones de educación sexual femenina. «Las niñas que he entrevistado saben mucho de genitalidad y poco de erotismo», asegura la reportera, una veterana del periodismo denuncia que en 2005 fue encarcelada y torturada por abordar la pederastia en su tierra natal, México, en Los demonios del Edén.

«¿Qué ha hecho la sociedad para que estas adolescentes crean que para ser libre y adulta tienes que convertirte en puta?», se pregunta, haciendo hincapié en un anacronismo con graves consecuencias, las peores de las cuales cristalizan en la trata de seres humanos. «El feminismo ha cambiado mucho el mundo, pero los hombres han sido los grandes ausentes de esa transformación. Muchos consideran a las mujeres como iguales, pero lo hacen a nivel de individuos, no de manera activa, reeducando a otros hombres».

Eso ha traído «una oleada de misoginia brutal», dice, que está en la base del turismo sexual. «Uno de los clientes que entrevisté intentaba describirme qué buscaba en las niñas. ¿Sumisión?, le ayude yo, y me explicó que sí, que prefería a las latinoamericanas porque sabían obedecer». Es el «efecto bumerán» del feminismo: «Los mejores clientes de las niñas cubanas y dominicanas son españoles, que aquí no serían capaces de acostarse con una menor de 12 años, no sólo porque la ley lo prohíbe, sino porque es inaceptable socialmente». Los europeos, que encabezan el ránking de clientes de los prostíbulos asiáticos, «buscan territorios donde la ley no se les aplica».

En ese sentido la globalización no ayuda. «Policía y Gobiernos se mueven como elefantes viejos, frente a las mafias que van a velocidad de pantera, ganándoles enorme trecho por la lentitud de los procesos en un Estado democrático».

Los traficantes pescan a sus víctimas en países pobres, sobre todo asiáticos y del Caribe, donde son extremadamente vulnerables por haber mamado la violencia desde el nacimiento. Ni siquiera las madres protegen a sus hijas, y muchas las venden sin reflexionar siquiera sobre lo que están haciendo. «Ponen en tela de juicio el mito de la maternidad amorosa. También existe una maternidad impuesta, falta de vínculos afectivos».

Entre los compradores, además de occidentales abundan los de países islámicos. «Hace unos meses una niña yemení escapó de una boda forzada. Son matrimonios serviles con el objetivo de proveer a esos hombres de esclavas sexuales y domésticas», afirma Cacho.

Las niñas también sirven de criadas a mujeres ricas. «En Kuwait, por ejemplo, es abrumador cuántas tienen esclavas. Y eso que es un país disfrazado de progre y desarrollado. Pues en él hay menores que empiezan a trabajar a las siete de la mañana y a las que despiertan a las tres de la madrugada si uno de los dueños llega de una fiesta».

Texto en la fuente original
(Puede haber caducado)