No vayan a pensar que a raíz de este magnánimo giro judicial Mortala, como Mbaye o David – este se españolizó el nombre – están felices. Agradecen que los jueces no los castiguen, pero cuentan horrores de la persecución que, por temporadas, tienen que soportar. «Siempre tenemos que estar atentos a los policías. A veces nos turnamos para vigilar si vienen policías, aunque ahora muchos van de paisano», según cuenta David.

«¿Por qué nos detienen y nos quitan los discos si luego los jueces nos dejan libres?», se pregunta Mbaye, que dice no entenderlo. Si se les dice que los comerciantes tienen derecho a quejarse al considerar su trabajo competencia desleal, situándose incluso frente a sus escaparates, los tres inmigrantes dicen que ya no se ponen frente a los negocios y que sus clientes son distintos a los que entran en las tiendas.

Si se les dice que las discográficas o las marcas de ropa pueden resultar perjudicadas, los tres contestan como ahora lo haría un juez, que su género no compite en calidad con los originales. Y si se les dice que Bustamante vende menos por su culpa, los tres inmigrantes contestan: «El de Bustamante, a dos euros».