Los días vencidos
La mujer: una causa
El Periodico, , 03-06-2010Hace unos días, la compañera Najat el Hachmi reflexionaba en este periódico sobre la extraña manía que nos había sobrevenido a todos de meternos con la manera de vestir de los demás. Se preparan medidas contra los que van por la ciudad sin camiseta. Se restringe el derecho de admisión a lugares a los que no se puede acceder con esa prenda. Se miden las faldas y los tirantes, se leen los mensajes impresos en la ropa. El vestir es una segunda piel, y el cuerpo es la mejor percha para expresar cosas que nunca nos atrevimos a decir. En eso, al fin y al cabo, se basa la moda. Dime cómo vistes y te diré quién eres. Así fueron las cosas hace décadas, cuando los jóvenes saquearon los armarios de la abuela y las guerreras militares se vendían en los mercadillos; cuando las bellas burguesas lucían los últimos abrigos de visón sobre tejanos rasgados impropios del más indigente de los indigentes. A finales del siglo XVIII, un escritor alemán llamado Heinrich von Kleist ya escribió una bonita narración al respecto: Kleider machen Leute, o lo que es lo mismo: los vestidos hacen a la gente. En la reflexión de la admirada Najat estaba implícita una resistencia a determinadas formas de vestir. Y en esa resistencia se encuentran por un igual cristianos y musulmanes, como si bastara el hábito para hacer al monje. Pero con una curiosa distinción: las únicas personas que se ven afectadas por esa nueva ola de vestidofobia son las mujeres .
El Ayuntamiento de Lleida empezó su cruzada oficial contra el uso del burka y del niqab en los espacios municipales. No es extraño que La Paería adoptara estas medidas, en tanto que la comunidad islámica de aquella ciudad se ha demostrado como una de las menos proclives a la integración. El espíritu multi-culti tan en boga considera que ese no es nuestro problema. Realmente no es nuestro problema y no me verán apoyando una prohibición que, de forma falaz, intenta demostrar que el uso del burka contribuye a la inseguridad ciudadana. Falso. Si alguien quiere contribuir a la inseguridad ciudadana, no será por un burka de más o de menos. El único argumento que avala la prohibición del burka no es el miedo a lo desconocido, sino el miedo a lo que ya conocemos, que no es otro miedo que la sumisión forzosa de las mujeres a ocultar su rostro, a no socializarse, a no aprender el idioma, a permanecer unos pasos atrás de sus maridos y dueños. Eso es el burka: una contradicción flagrante en un espacio europeo en el que la emancipación de la mujer todavía es una causa.
Lo recordó también en estas páginas el filósofo Manuel Cruz. El rostro humano es una manera de comunicarse. Imposibilitar esa comunicación solo puede ser entendido como un intento de dominación del hombre sobre la mujer alienada por una religión. No es lo mismo el velo islámico que el burka. El velo es un signo de identidad ¿voluntario o no, ellas sabrán¿, pero el burka es el aislamiento forzoso. Y la democracia ha de tender a evitar cualquier tipo de sumisión obligatoria. ¿Acaso no perseguimos la mutilación genital, tan defendida por sus practicantes como una tradición cultural? Dejemos a la cultura lo que es de la cultura y distingámosla de lo que es la antropología de la dominación de un sexo sobre el otro. Eso es lo que propuso el parecer Àngel Ros en Lleida y lo que propone la alcadesa de Cunit llevando el tema al Senado. El día que algo parecido al burka clausure el rostro de los hombres, volveremos a este tema. Pero, mientras, no confundamos la libertad religiosa con la humillación de las mujeres .
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