Pocas situaciones resultan más crueles de observar que un subsahariano recogiendo precipitadamente su mercancía, escapando de quienes pretenden incautarle su único medio de vida. Por fin la Justicia se pone del lado del top manta, y absuelve a los vendedores. Se les venía juzgando como presuntos autores de delitos contra la propiedad intelectual e industrial, pero nuestro Tribunal Supremo, y consiguientemente los juzgados de lo Penal, entienden que los manteros no engañan a nadie pues nadie se cree que sus productos sean auténticos. La jurisprudencia se pone del lado del más débil, ese colectivo de inmigrantes venidos de las zonas más paupérrimas del planeta, que necesitan pasarse un día entero a la intemperie para ganar unos escasos euros con que poder alimentarse, y mandar el sobrante a tierras africanas, para que los suyos puedan, por poner solo un ejemplo, vacunar a sus hijos o darles un trozo de pan antes de acostarlos. ¿Saben ustedes de alguien que haya comprado un bolso de Carolina Herrera a 20 euros creyendo que era auténtico? Si así fuera, quien estaría estafando sería el comprador. ¿O de alguien con suficiente poder adquisitivo que adquiera la mercancía en la calle y no en la tienda oficial? No nos creamos el ombligo del mundo, que tampoco hace tanto que los que teníamos que salir a ganarnos las habichuelas éramos nosotros, y bien que nos indignaba que nos pusieran a limpiar letrinas. Nunca un mantero se dirigió a mí de forma incorrecta. Es más, lo suelen hacer con tanta humildad que puede llegar a resultar ignominioso a su condición de seres humanos.