«El Ayuntamiento de Bilbao me ha abandonado»

El Correo, JORGE BARBÓ, 10-05-2010

Samuel Hamrouni salvó de una muerte segura a un hombre malherido que había sido acuchillado en plena calle. Aquella valiente acción le valió el reconocimiento de las autoridades municipales y dejó de ser uno de los muchos inmigrantes irregulares que se buscan la vida en las calles de Bilbao para convertirse en todo un héroe local. Por aquel entonces, a Samuel le dibujaron un futuro mejor y le prometieron que le iban a «echar un capote» con su permiso de residencia. Incluso le animaron a soñar con un inminente viaje a su Túnez natal para visitar a la familia. Siete meses después, Sami pasa las noches al raso, bajo el puente de La Peña, sin trabajo y sin ‘papeles’.

Los ojos de Sami se achican cuando pasa ante el número 31 de la calle Bilbao La Vieja, donde aquella mañana del 1 de octubre, en un acto heroico, le salvó la vida a ‘El Cántabro’. No fue la última vez que ejerció de ángel de la guarda para ese vecino de Bilbao. «Hace unos días, se resbaló, se partió una pierna y le volví a ayudar», relata. Aunque asegura que «lo volvería a hacer», no guarda un buen recuerdo de los acontecimientos que sucedieron a su hazaña. «Me siento engañado por el Ayuntamiento. Me lo prometieron todo y me han abandonado. Estoy peor que antes», dice con rabia.

Una carta del alcalde

Del bolsillo de su cazadora, extrae con sumo cuidado una carta firmada por el alcalde de Bilbao, Iñaki Azkuna. En la misiva, el regidor reconoce la «excepcional actuación» de Samuel e insta a la subdelegación del Gobierno a «regular su situación, siempre y cuando la ley lo permita». «Es el único que ha hecho algo por mí», apunta. «Los demás sólo me han mandado cartas de agradecimiento y buenas palabras», añade enfadado.

«Cuando iba a la Oficina de Rehabilitación de Bilbao La Vieja para preguntar por mi situación, siempre me decían que ‘las cosas de palacio van despacio’», lamenta. «Me da la sensación de que no quieren que me quede en Bilbao», añade. Cansado de aguardar una respuesta del Consistorio, decidió ponerse manos a la obra e iniciar él mismo los trámites para regularizar su situación. «Todos mis papeles los estoy arreglando yo, sin la ayuda de nadie», sostiene.

Por el contrario, los responsables municipales aseguran que los trámites «se iniciaron desde el primer momento» y que desde entonces se «sigue su caso a diario». En cuanto a la voluntad de ayudarle para que pudiera regresar a Túnez a visitar a su familia, portavoces del Consistorio indican que «queríamos que su situación estuviese en regla antes de facilitarle el viaje para que no tuviera ningún problema», aseguran.

Bajo el brazo, en una carpeta de la que jamás se separa, guarda como oro en paño los documentos que dan fe de las gestiones que ha realizado. «He tenido que viajar a Madrid hasta la embajada para poner mi situación en orden», asegura. Ángel Tejedor, que regenta la Casa del Pueblo de San Francisco, le prestó el dinero necesario para costearse el viaje. Como él, muchos amigos le han tendido una mano al tunecino, que se ha ganado su simpatía y afecto.

A cada paso, los vecinos le reconocen y le lanzan sonrisas y palabras de apoyo. «¿Qué tal va lo tuyo?», le preguntan. «Mejor, gracias», responde, aunque no resulta demasiado convincente. «El suyo fue un gesto que muy pocos están dispuestos a hacer. A los políticos se les llena la boca con promesas, pero después no cumplen nada», apunta Juan, uno de los muchos que le han prestado ayuda. «No hay derecho que le pongan un caramelo en la boca y luego no le den nada», denuncia otro.

Desde que cesaron los trabajos de reforma en Bilbao La Vieja, Samuel ha abandonado la recogida de chatarra, la ocupación que suponía su único sustento. «Ahora soy como las gaviotas, vigilo la ría y espero a que alguien me dé algo para comer», bromea. Sin embargo, el tunecino quiere dejar claro que no quiere vivir de la caridad por más tiempo. «Sólo quiero trabajar», repite sin cesar. «Llevo ocho años en la miseria y ya no puedo más. Necesito volver a mi hogar con la cabeza bien alta», zanja sin perder la esperanza.

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