«Siempre se paga menos a un inmigrante»
Las Provincias, , 07-05-2010«Cuando tomo a mi niña en brazos por la noche se me olvida todo», asegura Ioníca Ghigeanu, una joven rumana alta y delgada, que vive las dificultades no sólo de la crisis económica sino también de la sentimental. «Soy de Slatina, la ciudad que dejé hace seis años para venir con mi novio a Valencia, donde se habían instalado su hermano y mi cuñada. En principio vinimos de vacaciones. Yo era dependienta en Rumanía, un trabajo cómodo pero mal pagado. Pero como no nos costó nada encontrar algo mejor aquí, nos quedamos».
Ioníca es sincera, directa, locuaz y habla un español casi perfecto que aprendió «solita en casa» cuando aún vivía en Slatina. «Al llegar aquí éramos ilegales, puesto que Rumanía entró en la CE en 2007. Mi novio empezó a hacer los papeles para legalizarse pero yo ni me molesté. Mi primer trabajo fue en una granja de perdices que estaba por Montserrat. Se criaban para la caza y era un buen negocio. Trabajaba mucho pero no me pagaban mal, la verdad. Bueno, menos que a un español pero siempre se paga menos a un inmigrante. Estuve bien porque a mí me gusta el medio rural y los animales, en especial los caballos. Mis abuelos tenían una granja. Además, me considero polivalente en el trabajo, como muchas rumanas. Yo creo que hay que tener un poco de todo: de pija, de granjera, de señora…»
Tras esa buena etapa llegaron los problemas. Más sentimentales que laborales. «La relación con el que era mi novio desde los 15 años hacía aguas. Reñíamos y nos reconciliábamos cada rato. Hace dos años y medio tuvimos una hija, que es lo que más quiero, pero no impidió la ruptura definitiva. Ahora vivo sola con mi niña. Atravieso mi etapa más difícil desde que llegué pero, tal vez, también la más feliz, porque soy independiente. Lo peor es que el trabajo está mal. Me defiendo y espero que no vaya la cosa a peor porque a medio plazo me gustaría seguir aquí. Y este verano me gustaría, por fin, ir a Rumanía con mi niña a ver a mis padres. No he vuelto desde que me marché».
Sobre las diferencias entre españoles y rumanos, según Ioníca, son enormes. «Aquí la gente es muy comprensiva y humana. Cuando trabajaba durante mi embarazo me colmaban de atenciones. Eso no pasa en Rumanía donde los jefes tienen una mala leche impresionante. Incluso cuando estamos fuera no somos solidarios entre nosotros porque hay mucha competitividad».
Tampoco tiene una buena opinión de la política de su país. «La corrupción llega a todos los niveles de la sociedad. El soborno está a la orden del día y para obtener cualquier cosa, incluso un trabajo al que se accede por oposición, debes pagar o tener influencias. Al menos hasta hace seis años, cuando yo vine. Aunque, claro, hay de todo como en todos lados. Hay gente buena y hay mafias de delincuentes que, cuando actúan en España, hacen que me avergüence de mis compatriotas . Pero de los valenciano sólo he recibido un trato maravilloso. Yo creo que se recoge de lo que se siembra. Tal vez sea por eso que me han tratado bien, Además de gente maja, la ciudad es bonita. Me encanta la playa y el clima tan benigno. Lo único que no me gusta son los dueños de algunos perros que dejan unas aceras asquerosas».
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