Prostitutas a pleno sol

Las Provincias, ALEJANDRO PLÀ apla@lasprovincias.es | VALENCIA., 25-04-2010

Claudia junta sus manitas y aprieta con todas las fuerzas que le dan sus ocho años el surtidor de agua pública para que sus dos hermanitos se refresquen. Los tres juegan un partidillo en el parque infantil que el ayuntamiento de Valencia ha habilitado en el tramo que la calle Guillem Sorolla parte con Recaredo y Del Torno del Hospital A unos metros su padre no les quita ojo. Es la hora de salida de los colegios y la chiquillería se desfoga. Junto a la fuente, dos indigentes, uno de ellos asiendo una litrona calentorra, ocupan en postura procaz lo largo de un banco. No miran a la niña. Pese a todo, el padre lleva minutos sin pestañear. Vigila, tieso de los pies al penacho, como un halcón. Los ‘homeless’ ignoran a la niña y a sus hermanos porque su atención la acapara, cinco metros más allá, en la esquina de Torno del Hospital con Guillem Sorolla, una prostituta que busca los rayos de sol. Y algo más. O a alguien más. Lleva rato y se aburre. La música del móvil anima su desfile mercantil. Calle adentro, en el avance del atardecer, la luz se aleja de los portales de Viana. Pese a la turba de mirones, chulos, yonquis y ‘madames’ que en ese tramo se hacinan, la prostituta prefiere asomarse al parque. Estamos en Velluters. A pleno sol. Un día cualquiera de un mes cualquiera.

Que los números pares de la Avenida del Oeste (ahora Barón de Cárcer) se convierten en pasarela de prostitutas las noches de cada fin de semana en el centro de la ciudad es de sobra sabido por varias generaciones de valencianos. Lo que asombra es que el tráfico sexual se produzca en las calles del centro cuando el sol todavía se columpia por lo alto. En polígonos industriales de municipios vecinos, así como en las rotondas y puentes del extrarradio, la prostitución diurna funciona por aquello del «bueno, como están allá no molestan». Pero es en el barrio de Velluters donde un repóker sexual de cinco calles aloja la prostitución en todas las franjas horarias que tiene un día.

Las calles Roger de Flor, Del Torno del Hospital (en menor medida también Balmes), Editor Manuel Aguilar y Triador, Maldonado y, sobre todo, Viana, conforman los lados de esta figura geométrica que concentra lo que un veterano vecino del barrio pidió a este cronista que bautizara como ‘el último canto del cisne de Velluters’.

Porque prostitución callejera a pleno sol ha existido siempre en Velluters. No obstante, su radio de influencia era más generoso que en la actualidad. «Desde hace cuatro o cinco años las han concentrado todas a unas calles… que es donde vivo yo. Desde hace 70 años que soy del barrio y aquí siempre ha habido putas. Pero de los 40 bares que existían en esas calles sólo hay seis o siete abiertos ahora», explica Juanita, sentada en la barra de un bar de la calle Guillem Sorolla.

Al parecer la cosa no ha cambiado sólo en la reducción del callejero. También lo han hecho ellas. «Siempre ha habido putas, pero nunca drogas y descaro como ahora», insiste Juanita. ¿Qué quiere decir con eso de ‘descaro’? «De entre todas las fulanas hay una con unas tetas que deben de pesar siete kilos cada una», explica la vecina a la par que gesticula con sus propios pechos. Uno no sabe dónde mirar en el trance de la mímica explicativa. «Son muy descaradas, se les ven hasta los pezones y la mayoría ahorason extranjeras. Mis hijos no quieren traer a mis nietos a verme porque les da asco y no encuentran momento del día en que no esté lleno de putas», se lamenta.

Los vecinos del barrio ratifican que la nacionalidad de las mismas ha cambiado sobremanera. De hecho, este cronista pudo constatarlo en el recorrido de estas calles de Velluters. En la esquina de Roger de Flor con Maldonado se posicionan las de origen africano. Por esta última calle se asoman, algo más esquivas, las españolas. De mayor edad y aspecto castigado por el tipo de vida que llevan tras de sí durante largo. Diríase que aparentan 10 o 15 años más de los que en verdad tienen. En lo que atañe al pasaporte, se extiende el dominio de las mujeres de Europa del Este y algunas latinoamericanas.

«A las 9.30 h. de la mañana, cuando subo la persiana, ellas ya están por ahí…», comenta el propietario de la Librería El Tossal. Más claro lo manifiesta el dueño de un negocio que hace esquina con la plaza Juan de Villarrasa, ese ‘Central Park de los yonquis’ desde hace casi tres décadas: «El ‘pastelito’ que tengo ahí detrás montado (en referencia a las calles Balmes y adyacentes) está las 24 horas del día los siete días de la semana. ¿Se te ha quedado claro, no?». Claro no, clarísimo. Y a los de la ‘contorná’, ni te digo.

El mapa que acompaña esta información sitúa las calles ‘calientes’ de Velluters. La prostitución, se acentúa y mezcla con macarras, yonquis, mirones y ‘madames’ conforme uno se acera al epicentro del serrallo al aire libre: la calle Viana. La misma, de una amplitud razonable, se torna pasadizo estrecho al paso por la multitud de la fauna urbana. A ver quién se atreve.

Los macarras han establecido un dispositivo de vigilancia que alcanza cuotas insospechadas. Ocultos entre los mirones, indigentesy traficantes del menudeo, los proxenetas controlan a los controladores. Dado que la presencia de la policía local, policía nacional e incluso la ‘secreta’ no remite, los chulos toman posiciones estratégicas para advertir desde puntos estratégicos cualquier presencia hóstil al mercadeo del sexo y la droga. Dos de ellos, incluso, se comunican por walki – talki. Asombroso.

Una vez pasado ese ‘corte’ inicial al pisar los adoquines de Viana, sucede el escrutamiento de las ‘madames’. Los tres portales que van del número 7 en adelante de la citada calle Viana alojan los pisitos donde el cliente recibe lo que paga. No es que todas las prostitutas que capten clientes en Velluters acaben en esos catres, pero sí que parece que la mayoría acuden allí. Las ‘madames’ te buscan los ojos para cazar tu verdad. Lo mejor es evitar con ellas un cruce de miradas. Como las esfinges de ‘La Historia Interminable’. Detectan el miedo y te traspasan. Saben demasiado. Sentadas a la entrada de estos tres portales, las putas aguardan a quienes acuden directamente a Viana. En el número 7, además, tres prostitutas aguardan su turno en sillas de mimbre. Pegadas las unas a las otras como un coro de palmeros flamencos, su presencia es la única señal de vida en estos zaguanes oscuro. De escalones grises y raquíticas barandas.

«Ahora son extranjeras y apenas hablan castellano. Y leer ni te cuento. Pero tiempo atrás, cuando la mayoría de las fulanas eran españolas, había algunas que doblaban la calle para venir a comprarme novelitas de ‘Jazmín’. Tenían que echar muchas horas sentadas en esas sillitas de mimbre», indica el propietario de la Librería Al Tossal.

En la calle Carniceros se ubica una oficina de la Cruz Roja. Tiempo atrás, las prostitutas recibían gratis «quesitos de la vaca que ríe, alubias, arroz y leche», indica un vecino. «Horas más tarde se montaba un mercadito. Las putas vendían todo lo que recibían de la Cruz Roja y con el dinero que se sacaban iban por la noche al Bingo».

¿Cómo de cerca se encuentra Velluters del ocaso de la prostitución?

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