No tenemos más que abrir el diario, poner la radio o encender la televisión para enterarnos de lo que sucede cada día en las calles, ya no solo de nuestro barrio, pueblo o comunidad, sino de toda España. Leemos y vemos que en Salt hay conflictos interraciales y de delincuencia que afectan constantemente a la seguridad de sus habitantes. En Barcelona, dos ladrones mataron a martillazos a una pobre anciana y su hijo para llevarse la recaudación de unas máquinas tragaperras. Poco después, un tiroteo de madrugada entre atracadores de un prostíbulo y policías pudo haber costado la vida a dos mossos.
¿Son estos los brotes verdes que desde hace un tiempo viene anunciando el Gobierno? Se veía venir. Casi la mitad de la población de Salt está formada por inmigrantes – – la mayoría, en el paro – – , y la alcaldesa ya no sabe qué hacer para solucionar el problema social que le plantean sus empadronados sin papeles y sin trabajo. Y como en Salt, aunque a menor escala, ocurre en otros municipios de Catalunya.
Estamos en la generación ni – ni (jóvenes que ni estudian ni trabajan) y vamos hacia la generación sin – sin (sin papeles y sin empleo) por no haber hecho bien las cosas en la tramitación y aplicación de la ley de extranjería. Esta situación, agravada por la crisis económica, se podía haber evitado tiempo atrás, con una decisión sensata y congruente de alguien que debería saber gobernar, al margen del coste electoral que representase, y no centrarse exclusivamente en cómo conseguir más votos. ¿Cuánto puede costar ahora a cada ciudadano el despliegue de las fuerzas de seguridad para garantizar la tranquilidad en las calles?