Con cierta gente, jamás
El Periodico, , 01-03-2010Definitivamente, los otros son tontos. Por sus obras les conoceréis. Ese precepto evangélico intentaba establecer una relación directa entre el efecto y su autor. Cuando las cosas no salen bien, la culpa es de alguien. Por sus obras conocemos a los tontos. Pero no queremos admitir que, a veces, es por nuestras propias obras que no nos reconocemos como tales. En otras palabras: tal vez ha llegado la hora de dejar de calificar a los otros como si nosotros no tuviéramos ninguna responsabilidad.
Ellos, los otros, son los tontos. Pero nosotros, los supuestamente lúcidos, no somos otra cosa que tontos útiles. ¡Qué magnífica expresión, esta de los tontos útiles! Se nos exonera de responsabilidad directa, pero se da por supuesto que nuestra torpeza será aprovechada por otros que la van a utilizar. Eso es lo que he pensado en estos días tras la bronca entre autóctonos e inmigrantes que tuvo lugar frente al Ayuntamiento de Salt. Algo no se ha hecho bien. Y la tontería útil ha magnificado esos enfrentamientos, por ahora pacíficos, y los ha elevado a la condición de alarmantes. Sin duda, hay que estar siempre atento a lo que sucede. Pero entre la preocupación y la alarma hay muchos matices. Es en este amplio campo de juego cuando aparecemos los tontos útiles y hacemos el caldo gordo a aquellos que pretenden erigirse en los únicos intérpretes de la situación.
Cuando los medios de comunicación elevamos la anécdota a categoría de noticia y cuando una innegable situación de malestar se deposita en los tópicos y el miedo, los medios de comunicación perdemos nuestra inocencia y nos convertimos en los mayores tontos útiles del país.
La inmigración no es un problema. El problema es el delito. Y el problema del delito es que las leyes no se aplican contra los delincuentes. Pero los votantes exigen, legítimamente, seguridad. Y piden a los poderes públicos que actúen preventivamente sobre los que desconocen. Esa actuación preventiva provoca, también legítimamente, la protesta de quienes, por el mero hecho de ser los últimos en haber llegado, son sospechosos. Así de simple.
Pero para que ese cúmulo de incertidumbres sea una verdad absoluta solo hace falta que lleguemos los medios, con nuestras cámaras y nuestras interpretaciones, a cubrir las malas noticias y a informar de que todo va a ir a peor. Los xenófobos de todo el mundo pueden ir a las elecciones sin necesidad de invertir un euro. ¿Para qué, si todos los tontos útiles de los medios les estamos haciendo la campaña electoral? Porque los medios de comunicación podríamos dedicarnos también a hablar de las buenas noticias, esas que indican que el modelo de integración catalán está funcionando tan bien como funcionó en su día con otras oleadas migratorias. Pero una buena noticia jamás será noticia.
A los tontos útiles nos gusta flirtear con el apocalipsis. Y si una noticia merece 10 líneas, mejor ponerla en la primera página. El mundo es un millón de cosas, pero a veces queremos dar un empujón a la catástrofe moral de un aspecto infinitesimal del mundo. No se trata de ocultar lo que sucede, naturalmente. Los medios de comunicación hemos de comunicar. Pero comunicar no es una labor aséptica; comunicar también es tomar partido. Pasan cosas tristes; hay que contar con ellas, pero no para excitar los ánimos, sino para ofrecer soluciones y esperanzas. Yo también soy un tonto. Pero sé distinguir entre informar e incubar el huevo de la serpiente. O sea: un tonto, pero, para los nazis, inútil.
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