Guerra de religiones en Malasia

Diario Sur, PABLO M. DÍEZ ENVIADO ESPECIAL, 27-02-2010

Malasia no es Irán. Desde su independencia de los británicos en 1957, esta nación del sureste asiático se enorgullece de la convivencia entre malayos musulmanes, chinos budistas, hindúes y cristianos. Espoleada por los hábiles empresarios chinos y apoyada en la industria tecnológica y los recursos naturales que explotan las compañías estatales, como petróleo, gas y madera, la economía ha crecido un 7% anual hasta convertir a Malasia en el segundo país más próspero y estable de la zona, a bastante distancia de Singapur pero muy por delante de Tailandia e Indonesia.

Esta pujanza se aprecia en el centro de la capital, Kuala Lumpur, presidida por las torres Petronas, en su día el edificio más alto del mundo. En torno a ellas ha crecido una jungla de rascacielos con restaurantes de diseño, bares con piscina en sus terrazas y galerías comerciales con boutiques de Chanel, Dior, Louis Vuitton o Armani y concesionarios de Bentley y Jaguar.

Todo un ejemplo del progreso que ha traído la globalización. Pero en los últimos tiempos, han dado la vuelta al mundo noticias que muestran la cara más radical de esta nación donde el 60% de sus 28 millones de habitantes son musulmanes de la etnia malaya. Frente a las normas civiles que rigen para el resto de la población, sobre los musulmanes impera la ‘sharia’ (ley islámica), que ha empezado a dictar sus controvertidas sentencias.

A principios de febrero, tres mujeres fueron azotadas por mantener relaciones sexuales fuera del matrimonio. Se trataba del segundo castigo físico después de que la modelo Kartika Sari Dewi Shukarno fuera condenada en verano a latigazos por beber cerveza, una pena todavía no ejecutada. En enero se desató la tensión interreligiosa y varias iglesias y mezquitas fueron atacadas después de que el alto tribunal permitiera a los cristianos utilizar la palabra Alá en lengua malaya para referirse al Dios de la Biblia.

Y, actualmente, está siendo juzgado por sodomía el ex viceprimer ministro y líder del opositor Partido de la Justicia Popular (Keadilan), Anwar Ibrahim, ya que un antiguo ayudante ha denunciado que abusó de él en 2008. Paradójicamente, los cargos no son por violación, sino por sodomía, una acusación muy grave porque la homosexualidad, incluso consentida, está penada hasta con 20 años de cárcel. Anwar Ibrahim ya fue condenado por un caso similar en 1998, cuando era viceprimer ministro, y tuvo que pasar seis años en la cárcel hasta que el Supremo revocó la condena.

Por ese motivo, Anwar ha acusado al Gobierno del primer ministro Najib Razak de orquestar una campaña judicial en su contra, ya que el ascenso de su partido amenaza la hegemonía del Frente Nacional (Barisan), una coalición liderada por la Organización Nacional para la Unidad Malaya (UNMO) que gobierna el país desde la independencia.

División del Gobierno

«El Gobierno está dividido y se ha radicalizado para lograr el apoyo musulmán», explica el sacerdote jesuita Lawrence Andrew, director del semanario católico ‘Herald’. Dicha publicación fue denunciada por utilizar la palabra Alá en malayo para referirse al Dios cristiano y, aunque los jueces le han dado la razón en primera instancia, el Ejecutivo apelará la sentencia ante el Tribunal Supremo.

«Desde que san Francisco Javier evangelizara estas tierras en el siglo XVI, los cristianos hemos usado dicho término, pero el nacionalismo malayo utiliza la religión políticamente», critica Andrew, quien advierte de que la radicalización «pone en peligro las inversiones extranjeras, amenaza la convivencia y genera desigualdad». Sobre otros grupos étnicos, los ‘bumiputra’ (indígenas malayos) tienen privilegios recogidos por el artículo 153 de la Constitución, como becas, cuotas y préstamos a bajo interés para adquirir casas y tierras.

Con un 60% de la población profesando el islam, la religión oficial según la Constitución; un 20% de chinos practicando el budismo; un 9% el cristianismo y un 7% el hinduismo, en Malasia ha estallado una soterrada guerra de religiones. Un peligroso debate se ha abierto en Malasia, que no es Irán, pero muchos advierten de que lleva camino de convertirse en una nación islámica.

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