Los bengalíes temen que el Gobierno tarde cinco años en estudiar sus casos

Diario Sur, VENTURA GARCÍA, 15-02-2010

Continúa la pesadilla para los inmigrantes de Bangladesh que, desde hace más de cuatro años, esperan salir de Melilla con destino a la península. Los asiáticos empiezan a perder la esperanza de seguir los pasos de los veinte indios que, a comienzos de enero, fueron trasladados al Centro de Internamiento de Madrid. Ni la Administración se ha puesto en contacto con ellos ni el delegado del Gobierno, con sus declaraciones a los medios de comunicación, ha aportado nada nuevo al discurso que mantiene desde que asumió el cargo. Los bengalíes están cansados de escuchar que el Ejecutivo actuará con ellos conforme a la ley y estudiará sus casos de forma individualizada. Muchos de ellos se preguntan cuánto tiempo necesita el Estado para revisar poco más de sesenta expedientes y decidir si se ejecuta o se anula la orden de expulsión que pesa sobre ellos.

Tampoco les inspira mucha confianza el hecho de que el plazo límite para que venza esa orden se ampliara de tres a cinco años con carácter retroactivo. Los inmigrantes temen que, como ya les ocurrió al llegar a Melilla, el Gobierno vuelva a extender ese periodo de tiempo y prorrogue aún más el momento de tomar una decisión. Hasta que no se suspenda o se haga efectiva la expulsión, aseguran, continuarán atrapados en la ciudad.

En cualquier caso, y a pesar de los obstáculos administrativos que encuentran, ellos siguen tratando de conseguir al menos un permiso temporal de residencia que les permitiría trabajar de forma legal en España. Sin embargo, una y otra vez, Extranjería les niega de forma sistemática esa autorización argumentando que es incompatible con la orden de expulsión dictada por el Gobierno. Tampoco renuncian, alentados por las noticias que aparecen en prensa, a empadronarse en la ciudad donde viven desde finales de 2005. El problema que se les plantea es que necesitan una documentación – en este caso el pasaporte – que no tienen por su condición de ‘ilegales’.

La ratonera

Para todos ellos, Melilla se ha convertido en una gran prisión por la que se mueven libremente pero de la que no pueden salir. Llevan cuatro años soñando con un final feliz que, cada día que pasa, les parece más lejano. Los más jóvenes tienen la sensación de estar perdiendo el tiempo, de ser testigos de la vida de otros. Los mayores son conscientes de lo mucho que les costará encontrar un trabajo con la edad que tienen en un país con más de cuatro millones de parados. Y entretanto, a miles de kilómetros de Melilla, sus familias se enfrentan al pago de las deudas contraídas con las mafias que costearon el viaje a España. El dinero que se envía desde Melilla, todo lo que ganan limpiando coches, no es suficiente para saldar esa deuda y atender además las necesidades básicas de familias numerosas.

Los inmigrantes de Bangladesh se siguen concentrando cada miércoles en la plaza Menéndez Pelayo para recordar al mundo que siguen ahí, que mientras compañeros de otros países salen del CETI a los pocos meses de llegar, ellos continúan a la espera de que se estudien sus casos después de casi cinco años.

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