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Vichtoria

La Voz de Galicia, 23-01-2010

Vich solo es la punta de un iceberg de miedo, de un alud de tristeza. Los inmigrantes eran el dos por ciento de la fuerza laboral de este país. Y en unos años ya son el diez. Son casi los únicos que se atreven a tener hijos y, así, evitarán que esto no se convierte en un páramo de pensionistas. Son los que cotizarán mucho del dinero que servirá para que los pensionistas recalcitrantes, que tanto miedo les tienen, sigan cobrando en el futuro. Decía el diez por ciento de la fuerza laboral de este país, de los que tienen contrato reconocido. Es obvio que son muchos más, porque asumen los trabajos vergonzosos y vergonzantes que no queremos los que no somos inmigrantes. Todas las mañanas me cruzo a la latina que empuja la silla de una persona mayor, que la cuida y la mima. Señora que seguro que tiene hijos, hijos de esos que están demasiado ocupados para verla. Odiar al inmigrante no es más que ignorancia, que miedo a lo desconocido. Pero la mezcla nos traerá lo mejor, sin duda. Y, como escribió Kafka, el horror que se ha cometido en algunos ayuntamientos con las trampas del empadronamiento parece simple. Empieza en un gesto administrativo. Es un arranque inocuo que lo que esconde es miseria y desprecio. ¿Quiénes han perdido en Vich? Los que cambian de acera cuando ven a un negro, a un latino o a dos hombres besándose. Los que señalan con el dedo. Los que odian lo que ignoran.

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