Usar todo lo catalán

El Periodico, JOAN BARRIL, 22-01-2010

Uno de los primeros trabajos juveniles de los que tengo memoria consistió en hacer el padrón municipal. Consistía en pasar por las casas, dejar unas hojas, regresar al cabo de unos días, comprobar que habían sido correctamente escritas en sus correspondientes casillas e incluso ayudar a las personas que no comprendían el formulario. En tal caso, el trabajo acostumbraba a merecer una pequeña propina. Mi pequeño sector como agente censal estaba en Gràcia y todavía hoy, cuando paso por aquellas calles, me acuerdo de algunas personas, probablemente ya desaparecidas, que pusieron en mis manos posadolescentes su nombre, su vida y su razón de ser en el mundo. Desde entonces creo que el padrón es uno de los elementos menos agresivos en el diálogo siempre desigual de la Administración y el ciudadano.
Otro motivo de curiosidad por el padrón radica en su larga tradición. Los evangelistas lo elevan casi a un hecho sobrenatural. Recuerdan que José y María tuvieron que desplazarse por toda Palestina para ir, precisamente, a empadronarse lejos de su hogar. Era una decisión de un tal Augusto, de profesión césar, y contaba con la connivencia de Herodes respecto a las fuerzas de ocupación del Imperio romano. En el camino hacia el padrón, María dio a luz a un niño que en el padrón de la época se llamó Jesús. O sea: que ni Dios se libró del padrón.
Y, sin embargo, en las últimas semanas un ayuntamiento como el de Vic se ha visto satanizado por el acuerdo del consistorio de negar el padrón a aquellos que no dispongan de papeles legales. La iniciativa del Ayuntamiento de Vic responde a una sensación de abandono de ciertos municipios por parte del Gobierno central. La inmigración ha cambiado el paisaje, pero los autóctonos –que son los que votan y también los contribuyentes– se sienten incómodos. La iniciativa vicense no es, sin duda, la correcta. La gente no deja de ser gente por un papel más o menos. El padrón no es un certificado de ciudadanía, sino una herramienta contable que permite dimensionar los servicios del municipio. Si el padrón es imprescindible para gozar de la sanidad pública o de la escolarización, ¿qué va a pasar con tanta gente visible a la que se condena a la invisibilidad?
Algunos plumíferos que no conocen nada del mundo de la inmigración han saltado diciendo que el consistorio de Vic es racista. No solo eso: anteayer el presidente del Gobierno destiló una insospechada mala leche en su tradicional talante de Bambi para decir que no pensaba tolerar lo de Vic y que hasta ahí podíamos llegar. La prensa capitalina se ha ensañado con los munícipes de Vic y por extensión se ha cebado con esta ciudad, que ha sabido gestionar durante muchos años la progresiva integración de una cuarta parte de su población, y la ha estigmatizado llamando a su gente poco menos que racista.
La animadversión por la decisión de Vic, ¿hubiera sido la misma de no tratarse de una población catalana? Díganme paranoico, pero empiezo a pensar que se está usando frívolamente la palabra racista para cargar una vez más contra cualquier cosa que pueda alimentar la catalanofobia residual. ¿Racistas en Vic? Seguro que los hay. Como los hay en Rusia, en Leganés o en El Ejido, donde se desencadenaron hace unos años verdaderos pogromos contra los inmigrantes . Y no recuerdo una campaña tan dura contra aquel municipio andaluz como la que ahora recae sobre el consistorio de Vic y sus ciudadanos.

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