Tragedia en el Caribe Una isla, dos mundos

La República Dominicana dulcifica el trato a los inmigrantes haitianos

Santo Domingo confía en recibir beneficios de la reconstrucción de Haití

La Vanguardia, , 20-01-2010

FERNANDO GARCÍA – Santo Domingo Enviado especial

“El progreso de Haití es una prioridad política y económica”, afirma el presidente Leonel Fernández
Nos cuentan en Santo Domingo que muchas madres haitianas tardan dos años en dar nombre a sus hijos. “Son tantos los que mueren de bebés, que las mujeres hacen lo que sea para no aferrarse a ellos”, explica un camarero dominicano. La revelación puede ser una caricatura a partir de un hecho aislado, o bien reflejar una estrategia emocional extendida entre las haitianas; no hemos podido verificarlo. Lo que nos llama la atención es la propia instantánea que, en tono compasivo, el hombre ha elegido al preguntarle por el atribulado país vecino, que en efecto tiene una de las tasas de mortalidad infantil más altas del mundo: 60 de cada 1.000 niños mueren al primer año.

La mirada del dominicano hacia los hombres que pueblan el otro lado de la isla es delicada de unos días a esta parte. Lo comprobamos en el control de inmigración del aeropuerto, donde una policía se hacía cruces de “¡lo que está sufriendo ese pueblo, Dios mío!”. Y unos cuantos haitianos nos lo han confirmado. Como Gustavo Martínez, portero del edificio residencial Escorial de Gazcúe: “Sí se nota. Ahora nos tratan con más cariño aquí. Todos están pendientes de Haití”.

Parece un paréntesis. Las relaciones entre los isleños de uno y otro lado siempre fueron difíciles: por la desigualdad económica, las diferencias culturales y por la historia, que aquí es una losa. Cuando algún dirigente dominicano quiere hacer populismo utilizando el problema del millón de inmigrantes en su mayoría sin papeles que aquí habitan, no tiene más que sacar el espantajo de la invasión y añadírselo a los recurrentes argumentos del abaratamiento salarial y el desplazamiento laboral de los locales. La ocupación de la actual República Dominicana por parte de Haití entre 1822 y 1844, así como las oleadas migratorias registradas en distintos momentos, alimentan la xenofobia y los recelos.

La pena puede ser un sentimiento temporal, pero ahora los grandes planes de reconstrucción que se pergeñan para Haití ofrecen perspectivas de un cambio más duradero en la mirada y las relación mutuas. Si la recuperación del país ahora devastado trajera prosperidad, la menor presión migratoria aliviaría los temores de los dominicanos y es obvio que eso rebajaría la tensión dentro del forzoso matrimonio geográfico. Pero, más que eso, a la República Dominicana le vendría económicamente de perlas que a los haitianos les fuera mejor.

“El progreso de Haití constituye una de las prioridades políticas y económicas de la República Dominicana”, dijo el presidente de este país, Leonel Fernández, el 6 de octubre. Y citó en primer lugar “las amplias oportunidades que representa un mercado potencial de más de nueve millones de consumidores”. Fernández también aludió a dicho progreso como “la mejor vía para frenar las incesantes olas migratorias y el creciente tráfico ilegal de estupefacientes”.

El desequilibrio comercial entre los dos países clama al cielo. De unos 700 millones de dólares de intercambio anual, el 98% corresponde a exportaciones la República Dominicana a Haití, al que vende 800 productos. Si la capacidad de consumo de los haitianos aumenta, sus vecinos se beneficiarán de inmediato.

Ya el proceso de ayuda y reconstrucción más urgente está aportando pingües ganancias a productores industriales internos y proveedores foráneos, según reconocía ayer un empresario español afincado en Santo Domingo. Más cauto sobre el futuro, el industrial lo expuso así: “Que Haití esté bien es para la República Dominicana lo mismo que para cualquiera el tener un tío rico: te podrá tocar algo de su fortuna o no, pero seguro que no se te convertirá en un lastre”.

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