Los inmigrantes de Vic se plantean irse de la ciudad. Los vecinos piden que no acaparen las ayudas
«Votamos por Cataluña y ahora nos echan»
La Razón, 17-01-2010La iniciativa de Vic de no empadronar a los «sin papeles» pone en riesgola convivencia en la tranquila ciudad.
VIC (BARCELONA) – «Yo soy viguetano, pero ahora ya no me considero catalán». Indignado, atacado y dolido. Así se siente Bussa, un joven de Ghana de 32 años que desde hace cinco vive en Vic (Barcelona), ciudad que acapara la atención mediática por la propuesta del Ayuntamiento de no empadronar a los inmigrantes «sin papeles». «Nosotros hemos hecho campaña a favor de Cataluña, ¡hasta fuimos a votar en las consultas independentistas, y ahora los catalanes nos quieren echar!», dice enfurecido este inmigrante.
Así se sienten muchos inmigrantes de esta localidad catalana, de unos 40.000 habitantes, que representan ya el 25,5 por ciento de la población, ante la propuesta de su alcalde, Josep María Vila d’Abadal (CiU), de negarles el padrón. En Vic gobierna un tripartito formado por CiU, PSC y ERC, pero el partido xenófobo Plataforma per Catalunya tiene cuatro concejales (los mismos que PSC) y ha obligado al resto a entrar en un debate que les ha desbordado.
«Yo hablo catalán perfectamente, mis amigos son de Vic, he recitado “Els Pastorets” y hasta he hecho de rey mago en la cabalgata. Soy y me siento catalán a pesar de mi color de piel, pero lo que quiere hacer el alcalde me ha dolido, no está bien», lamenta decepcionado el joven Bussa, que dejó su país hace casi diez años y llegó a Vic en busca de una segunda oportunidad para vivir mejor.
A la espera del informe jurídico del Gobierno, que previsiblemente determinará que la iniciativa es ilegal, los inmigrantes, indignados, se plantean dejar atrás Vic. «Es una campaña del alcalde, ya que la gente de aquí es buena con nosotros y no sé de dónde ha venido todo esto», se pregunta Bussa a la salida de la tienda que su amigo Johanson regenta en el barrio del Remei, conocido como «el Bronx de Vic».
«El Bronx de Vic»
Aceras amplias, ambiente tranquilo y calles limpias acogen las peluquerías afroamericanas, bares de marroquíes, carnicerías islámicas y bazares de subsaharianos. Muy lejos de lo que uno se puede imaginar como el Bronx, está el pacífico barrio del Remei.
«Éste es un barrio muy histórico, era la última calle de la ciudad antes de la vía del tren», recuerda la secretaria de la Asociación de Vecinos del Barrio del Remei, Assumpta Ordeig. «Aquí no hay conflicto, trabajamos para la buena convivencia con los inmigrantes», informa Ordeig.
«Vic ha sido siempre un lugar de llegada y retorno y se ha beneficiado de ello, de modo que no debemos perder la memoria histórica», asegura el párroco del barrio del Convento de los Franciscanos y la Parroquia de Mare de Déu del Remei, el padre Lluís Rocaspana, a quien muchos inmigrantes piden ayuda y les cede las instalaciones del antiguo convento franciscano como refugio. «Vienen a pedirme sobre todo comida, ropa, servicios y algunos dinero», comenta.
«Estoy aquí desde la llegada del primer inmigrante», explica el párroco que, desde 1968, ha vivido el proceso de la inmigración en la ciudad con la llegada en los años 60 de la inmigración del sur. «Los andaluces en su momento también se instalaron en pisos con mucha gente: la abuela, los hijos, los tíos… Hacían ruido con la música alta y hasta metían a los animales en la escalera», recuerda con discreción Rocaspana.
«No fue hasta los 90 cuando llegó la gran inmigración. Llegaron lentamente de todas partes, rumanos, chinos, subsaharianos, marroquíes… hasta llegar al día de hoy», rememora. «Solamente al cruzar la calle un día llegué a contar a unos 50 o 60 inmigrantes», ejemplifica el padre, quien considera que «atribuirles todo lo negativo es lo peor que se puede hacer». «Somos hospitalarios y debemos recordar que otros países también nos acogieron en su momento», dice el franciscano. «Si no fuera por la crisis, los políticos no se hubieran fijado». Y es que muchos de los inmigrantes llegaron a esta ciudad de montaña como mano de obra de la construcción, la más afectada por la crisis, o la industria agroalimentaria, en especial la cárnica.
Efectos de la crisis
«Tienen que cambiar las cosas, no hay trabajo, no hay dinero», lamenta Sharif, un joven de Senegal que conversa en la calle con sus amigos. «Ahora yo no quiero vivir más en Vic. Me quiero ir ¡ El Ayuntamiento no piensa en nosotros!», exclama Eduard, de 41 años y de Ghana. «A la primera oportunidad que tenga me iré», avanza.
«Aquí hay mucha gente sin papeles. Pero si no te dan el padrón nunca podrás tenerlos. Entonces ¿qué hacemos?», se pregunta preocupado Sali, un marroquí con dos hijos que tras haber trabajado como obrero y en un matadero, ahora está sin trabajo. «Cobro 421 euros y no llego a fin de mes. Me tienen que mandar dinero de Marruecos, al revés de las situaciones normales», se avergüenza este padre de familia, que volvería a su país sin pensarlo.
Convivencia vecinal
Para los vecinos autóctonos los problemas que ha generado la inmigración no son más robos, prostitución o droga, sino que se centran en molestias de convivencia, o incidencias en las escaleras de vecinos. «No pagan ningún gasto de la comunidad, lo ensucian todo y van a la suya», dice Pablo, que lleva diez años en el barrio.
«Hay de todo en la viña del Señor» cuenta Francesc Rubio, que tiene en el piso de arriba a una familia de inmigrantes «que hace mucho ruido y no le deja dormir». «Los vecinos estamos negros», se queja este jubilado mientras explica que a un vecino sudamericano el Ayuntamiento le paga los 450 euros de alquiler. «Cuando fui a pedir ayuda para mi suegra, que era mayor me la denegaron», compara Rubio.
«Aquí también tenemos a gente necesitada a quien no les dan nada, gente mayor sola, familias jóvenes con hijos que se han quedado sin trabajo… pero si te quejas, luego te llaman racista», opina Aurèlia, otra vecina a favor de la iniciativa del primer edil.
«Si se adaptan a nosotros yo no tengo ningún problema con ellos, pero si no hacen nada no tenemos por qué darles nada», dice Carme, presidenta de una escalera de vecinos. «Pregunté por el banco de alimentos y tras decirme que no quedaba nada, les vi a ellos con los carros llenos de comida», se queja. «Les pagan la guardería y sus mujeres no trabajan, me han dicho que a una marroquí con cinco hijos le dan hasta 2.000 euros, y, para colmo, se van de vacaciones a su país durante tres meses con nuestro dinero», ejemplifica. «Si tienen unos derechos también tienen que cumplir unos deberes», dice otra vecina.
«Ha habido una presión muy fuerte en los servicios públicos, pero si están colapsados, que se pongan más medios para atender a la población, la solución no es denegar los derechos a las personas», aconseja el concejal de ICV Xavier Tornafoc.
«El debate municipal se ha manipulado de tal modo que ha quedado en ¿inmigrantes sí o inmigrantes no?», consideran desde la asociación de vecinos. Desde el Ayuntamiento, el primer teniente alcalde, Xavier Solà, defiende que «no es un conflicto con la inmigración sino con la legislación» . «No empadronar a la gente es ilegal, pero tener a “sin papeles”, ¿qué es?», dice Solà.
«Falta diálogo», consideran los vecinos. «Hemos de escuchar más al pueblo, pero son los políticos los que deben explicar mejor esta propuesta», considera el padre Rocaspana. «La gente no quiere conflicto y se debe hacer un esfuerzo para dialogar más y mirarse a la cara; cuanta más solidaridad haya mejor», concluye.
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