La violencia contra los inmigrantes en Rosarno ha dejado en Italia un profundo malestar. La primera consecuencia ha sido la comparecencia del ministro del Interior, Roberto Maroni, en el Senado para dar cuenta de lo sucedido la semana pasada, cuando cientos de inmigrantes tomaron por asalto Rosarno mientras entre los vecinos se desataba la caza del negro.

En su reconstrucción de los hechos, Maroni afirmó que las fuerzas del orden intervinieron «rápidamente» desde el principio de los desordenes, lo que permitió «poner fin a la violencia antes de que degenerase en hechos más graves». Mostró su satisfacción por la operación policial que la noche de del lunes llevó a la detención de doce miembros de la mafia calabresa del clan Bellocco. «Esta es la mejor respuesta que el Estado podía dar», dijo.

Aunque la policía desvinculó directamente esas detenciones de los altercados, Maroni dijo que fue detenido un destacado miembro del clan Bellocco «por haber embestido a un extracomunitario [inmigrante]», explicó. Pese a ello, no se atrevió a señalar que fue la ’Ndrangheta la que provocó los incidentes, como muchos consideran.

Por otra parte, señaló que la mayor parte de los inmigrantes , aunque tenían permiso de residencia, carecían de contrato de trabajo, por lo que anunció mayores controles. También dijo que ningún egipcio participó en la revuelta.

Mientras, los obispos italianos solicitaron que se «fomente el clima de acogida y se rechacen las tentaciones xenófobas» que llevaron a los incidentes de Rosarno. Para monseñor Bruno Schettino, responsable de inmigración en la Conferencia Episcopal italiana, la xenofobia «genera miedo y la pérdida de esperanza» y lo sucedido en Calabria ha sido una «guerra entre pobres en la que perdieron los más pobres, los inmigrantes ».

La ONU ha pedido a Italia medidas «enérgicas» para atajar los brotes de racismo y ha mostrado su preocupación por el estallido de violencia en Rosarno.