CAMILA BATMANGHELIDJH
El Mundo, , 02-01-2010Fundadora de Kids Company. Londres LOURDES IBÁÑEZ HADAS
MADRINAS
DE LA CALLE
Tenía 14 años cuando estalló la revolución islámica en Irán. Su padre fue encarcelado, su hermana se suicidó y su madre y sus hermanos huyeron del país. Ella estaba estudiando en Inglaterra y no volvió a su tierra. Los bienes de la familia fueron congelados, y apenas le quedó poco más que su apellido, de imposible pronunciación. Al terminar los estudios trabajó como psicoterapeuta en varias escuelas antes de fundar Kids Company, que se ha convertido en un referente a la hora de tratar con menores marginados.
a delincuencia juvenil afecta a todas las capas de la sociedad y no sabe de clases. Cada año, sólo en Gran Bretaña, unos 550.000 menores con problemas entran en contacto con los servicios sociales. En Iberoamérica la violencia protagonizada por ellos ha adquirido el rango de epidemia y causa cientos de muertes. En España, el 16% de los adolescentes escolarizados ha robado, asaltado o vendido droga, según una escalofriante encuesta del Proyecto Internacional sobre Delincuencia Juvenil. Cuando se habla de este tema es porque las palabras inadaptación, fracaso escolar o frustración se han instalado ya en la sociedad. Desde hace décadas, tres mujeres , convencidas de que el problema hay que atajarlo lo antes posible, trabajan resolviendo los conflictos que genera ese desfase que se produce entre el joven y su entorno. Éstas son sus historias.
KIDS COMPANY. LONDRES
En las Navidades de 2008 unos 1.800 menores de Londres acudieron a los centros de la organización Kids Company porque no tenían lugar mejor al que ir. Este año probablemente habrán sido más. Y a muchos de ellos les habrá recibido la fundadora del organismo, la dicharachera Camila Batmanghelidjh. Esta iraní se ha convertido en una especie de hada madrina para los 13.500 chicos que anualmente son tratados en sus centros. Niños y jóvenes marginados, o maltratados psicológicamente o físicamente a los que se ayuda a reinsertarse en el sistema educativo, a acceder a un trabajo o conseguir una vida más o menos estable. Y las cifras hablan por sí solas: un 87% de quienes son tratados en la organización deja de delinquir, un 94% reduce o elimina la adicción a sustancias y un 95% mejora las relaciones sociales con las personas de su entorno.
Desde que en 1996 abrió el primer centro de acogida en un conflictivo barrio al sur de Londres, Camila ha sufrido muchos avatares, pero nunca ha sentido la tentación de abandonar su proyecto. Ni cuando ha visto cerca, muy cerca, cuchillos y navajas de bandas callejeras. Hoy, trabajan con ella 300 empleados y más de 5.000 voluntarios que llegan de todo el mundo para formar parte de la entidad, conocer su funcionamiento y aportar su grano de arena. «Hemos dado en el clavo en el tratamiento de menores perturbados y peligrosos, algunos los tenemos siete días a la semana, a otros les ofrecemos un servicio en su casa o escuela o reforzamos las necesidades de los padres. La falta de afecto, el abuso y el abandono les trastorna y, en muchos casos, les traumatiza», explica.
Los menores que llegan a Kids Company han oído hablar de la organización en la calle o en la escuela. Un caso típico es el de un menor de seis u ocho años preocupado porque no tiene lo que le piden en el colegio o porque su madre (drogodependiente) no le atiende. Las visitas a las casas llevan a los empleados de Kids Company a hacerse cargo hasta de bebés. «Seguimos también muchos casos de adolescentes que roban en tiendas o se prostituyen, y vienen aquí preocupados por sus hermanos más pequeños que están en la casa. Hay unos 2.500 casos que atendemos desde la infancia y van camino de la universidad. Con los centros negociamos porque algunos de nuestros menores son listos y están capacitados; tenemos una chica en la universidad de Oxford que vivía en la calle, a quien enseñamos cómo comer o cómo hacer funcionar un ordenador», cuenta Camila con satisfacción de madre. Kids Company se complementa con los servicios sociales de las administraciones públicas. En Gran Bretaña hay unos 550.000 casos al año de menores en contacto con estos, pero sólo 33.000 está en el registro de menores protegidos por las instituciones del Estado. Camila conoce muy bien el sistema gubernamental y reconoce que los medios económicos de los ministerios, así como los de Kids Company, son limitados y que las administraciones han de hacer, según ella, «elecciones difíciles que llevan, por ejemplo, a categorizar el abuso sexual sólo si hay penetración».
Trece años después de la fundación de Kids Company, el Gobierno británico ha reconocido su valía y les ha otorgado una subvención de 15 millones de euros en tres años, lo cual les cubre un tercio de su ejercicio económico. El resto, lo tienen que conseguir de patrocinadores y donantes. Personas conocidas como la actriz Helen Mirren o Cherie Blair, esposa del ex primer ministro, han dado el apoyo público y económico a esta organización. También la policía la respeta, por ser el único lugar en el que miembros de bandas rivales conviven pacíficamente. «Cuando entran aquí cambian de actitud. La policía nos admira. La dinámica de las bandas es la del under dog (perro subalterno) y el top dog (perro líder) y es muy peligrosa porque el de abajo aspira a ser el de arriba, el cual está ahí por la fama de violento y porque maneja dinero», explica Camila añadiendo que «en algunos casos la mejor manera de tratarlos es hablar y discutir con ellos. Saber hablarles no es fácil. Otras veces han de intervenir los servicios sociales».
La organización dispone de un centro de acogida, uno de terapia, uno educacional para los mayores de 16 años y uno, a punto de abrir, de psicología. Además, trabaja con una treintena de escuelas. Han atendido 6.000 menores con órdenes tutelares, de los cuales sólo 10 acabaron en prisión. «El modelo de servicios sociales es victoriano y los problemas de ahora son distintos; el mercado de las drogas, el acceso a las armas o las bandas callejeras requieren otros medios de protección a menores», comenta Camila en su espaciosa y colorida oficina, más parecida a una salita de guardería que a un despacho profesional, donde accede, sin prisas, a contestar todo lo que le pregunten. Una última cuestión: ¿Cómo se pronuncia su apellido? Respuesta: «Batmangelich (fonéticamente)». Y, de paso, da una tarjeta en la que debajo de su nombre y encima del de Kids Company se lee Suitably Titleless. Sin título. Ni directora, ni adjunta, simplemente está ahí. Además de benévola e interesante, divertida.
ASOCIACIÓN SEMILLA. MADRID
Villaverde Alto ha cambiado tanto en 30 años que ya parece una tranquila ciudad dormitorio al sur de Madrid. Con sus casas bajas y su pequeño comercio, tiene incluso una imagen bucólica de escenario de teleserie. Frente al mercado se levanta un edificio de cuatro pisos con una cafetería – restaurante a pie de calle. Es la Asociación Semilla. Decía Ernesto Che Guevara que hay que endurecerse sin perder la ternura. Lourdes no sólo no la ha perdido, sino que ha mantenido su habilidad para entender el mundo sin desesperarse. Ha dejado de pasear por las calles del barrio buscando chicos a los que rescatar, pero mantiene el espíritu de lucha que la llevó, empujada por una auténtica coherencia cristiana, a dejar su casa del centro de la capital y mudarse con su marido y su hijo de siete años a Villaverde. Era 1974, y lo primero que hizo fue meter en su hogar a ocho chicos de la calle. Sin más. Refugio y comida a cambio de nada; o más bien de algo: de no verles en la calle. Y así empezó también a visitar en las cárceles a los chicos del barrio que se habían metido en problemas. Y a pensar en qué ocuparles cuándo volvieran a casa. «Se me ocurrió comprar unas manualidades para que se entretuvieran y marcarles un horario.» Sin saberlo había creado un taller, el comienzo de todo, la base de Semilla. Hoy, a todo lo que Lourdes ha hecho se le llama centro de acogida, atención a menores en riesgo de exclusión, fomento de la escolarización, protección social… Pero entonces, en los años 70, cuando las siglas ONG no estaban popularizadas, empezó a trabajar con los jóvenes del barrio guiándose por la intuición y la infalible prueba ensayo – error. Poco a poco el taller se convirtió en una miniempresa de manualidades que vendía fuera su producción, el lugar de reunión pasó de ser su casa a un edificio cedido por un matrimonio altruista y aquellos chicos que no tenían estudios empezaron a ganar su primer dinero legal, llegaban puntuales a las citas, asumían responsabilidades y tenían motivación por algo. La de Lourdes es una fórmula mágica para los 5.000 chicos que han pasado por Semilla a lo largo de estas tres décadas, en las que el azote de la droga fue duro y acabó con bastantes de ellos. De cada 10 personas que pasan por la Asociación, ocho logran salir adelante. «Todo el mundo reacciona al respeto y al cariño; hay que darse cuenta de que son chicos a los que por primera vez en su vida alguien les da las gracias o les pide perdón. Son chavales que viven inmersos en un mundo de violencia y maltrato psicológico, acostumbrados a que su madre les grite a todas horas ‘ven aquí hijo de puta, eres un vago, no sirves para nada’.» Lourdes culpa en gran parte a la sociedad actual, que promueve el consumo constante y la violencia, aunque sea verbal.
Atrás ha quedado la improvisación y la inseguridad de los primeros años, ahora Semilla es una Asociación que forma parte del engranaje de Villaverde Alto; que trabaja directamente con el Instituto del Menor y con los servicios sociales; que tiene talleres de informática, confección para el hogar, hostelería, arte y fotografía; que atiende a mujeres maltratadas, a personas mayores que no saben manejar un ordenador y a cientos de jóvenes que escapan al sistema educativo. Muchos de ellos salen con un título bajo el brazo y terminan realizando prácticas en empresas como IBM. Hasta se han permitido la modernidad de crear un catering sostenible, Madretierra, en donde trabajan chicos que han estado en Semilla y que cuenta también con una cafetería – restaurante a pie de calle en los bajos de la propia asociación. Grandes logros, pero lo que importa verdaderamente a Lourdes es que «todos los chavales que han pasado por la Asociación salen siendo muy buena gente».
SER PAZ. GUAYAQUIL
Nelsa Curbello, nacida en Uruguay hace 68 años, tuvo una revelación cuando asistía a un espectáculo de baile protagonizado por ex pandilleros: «Me di cuenta de que es algo tribal, una danza en la que forman círculos y pirámides; y caí en que ese sonido tántrico es el primero que oímos cuando llegamos al mundo, el del corazón de la madre. Entendí que estos muchachos lo que están buscando es una relación con la madre y con el mundo, pero lo hacen como pueden, a patada limpia y oponiéndose a todo porque si no son importantes por lo bueno, lo van a ser por lo malo». Para ella, el quid de la violencia está en que el sentido de la vida pasa por valores que los mayores no han sabido transmitir: «Estamos en un momento de ruptura, de cambio de época, que no es lo mismo que época de cambio, y los grandes sacrificados van a ser los jóvenes que están atravesando un momento bisagra y los migrantes jóvenes para los que no hay salida». En medio de este mundo cambiante, Nelsa ha logrado identificar el lenguaje y la dinámica de las pandillas que operan en Guayaquil, una de las principales ciudades de Ecuador, donde creó Ser Paz en 1998. «Cuando empezamos había guerras urbanas y alrededor de 40 muertos al mes. El reto era cómo pararlo. Cuando vimos que las pandillas estaban en los colegios, comenzamos a impartir talleres de formación en las escuelas, pensando que lo hacíamos muy bien. Hasta que un día, en pleno examen, un chico de 15 años sacó una pistola y mató a un compañero. Entré en una crisis profunda y entendí que ese no era el camino.»
Nelsa se introdujo en las bandas para conocer su dinámica interna. Cada noche se iba a donde estaban, se ponía debajo de las farolas, y observaba. Se dio cuenta de que utilizaban un sistema de comunicación propio, de que los integrantes de las pandillas tenían una cultura urbana real que se traducía en bailes, música, grafiti, indumentaria, y que para solucionar algo había que llegar a los líderes. La primera vez que les citó, en cinco minutos se había corrido la voz vía móvil y tenía más de 10 pandilleros a las puertas de su oficina, el tercer piso de la iglesia del Santísimo Sacramento. «No hay policía, pueden entrar», les dijo. Aunque cuando empezaron a hablar era como estar presenciando la conversación entre un japonés y un francés, los sistemas de comunicación no eran los mismos. «Pero me puse a leer entre líneas y a identificar a los jefes, que siempre son los que hablan los últimos, no los que lo hacen más», explica. También se fijó en todo lo positivo que tenían las pandillas: su capacidad de organización, una jerarquía bien estructurada, la lealtad al grupo, unas leyes propias que respetan
Se trataba de ponerse a trabajar con eso y conseguir que los muchachos empezaran a obedecer las órdenes de alguien de fuera. «A los chicos hay que ponerles normas que ellos entiendan, no han de ser impuestas, y no es necesario que sean 20, con tres buenas basta.» Las suyas fueron: puntualidad, armas fuera y nada de drogas, al menos mientras estuvieran con ella. Y funcionó.
La primera aproximación llegó por los grafiti y la música. Ser Paz consiguió que la alcaldía de Guayaquil les cediera ocho espacios donde los chicos pintaran. Con eso se produjo un cambio en los propios pandilleros. Del ahí pasaron a hacer una primera entrega de armas y de ahí a montar su primera microempresa de artes gráficas. «Así aprenden que tienen que trabajar todos los días, que hay que ser puntual, que no pueden gastarse todo el dinero en una jornada y, sin querer, van entrando en un sistema que es el de la sociedad. Eso sí, el acuerdo al que hemos llegado es que estarán tutelados durante tres años; luego ya pueden ser dueños de sus máquinas. Nelsa sostiene, sin embargo, que el trabajo no es suficiente para estos chicos: «Tiene que haber un cambio personal y llega cuando se enamoran de verdad y, sobre todo, cuando son padres. No he visto a ningún pandillero que quiera que sus hijos lo sean».
NELSA CURBELLO
Nació en Uruguay, pero lleva décadas instalada en Ecuador. En 1998 creó Ser Paz en Guayaquil y gracias a sus buenos oficios más de 4.000 jóvenes pandilleros han dejado de lado la violencia, han aprendido a gestionar conflictos y han puesto en marcha microempresas. Su labor la hizo candidata en 2005 al Nobel de la Paz.
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