Francia, en alerta ante una posible ola de violencia en los suburbios

ABC, JUAN PEDRO QUIÑONERO | PARÍS, 17-12-2009

Francia es víctima de ataques de fragmentación étnica, social y cultural graves, atizando el fantasma de nuevos estallidos de violencia como los vividos en los suburbios de las principales ciudades francesas en el invierno de 2005. Una crisis (espoleada también por la económica) que coincide con el debate sobre la identidad nacional francesa atizado por el presidente Nicolas Sarkozy.

Según el último estudio del «Observatoire national des zones urbaines sensibles», en Francia hay 824 pueblos y pequeñas ciudades que solo pueden vivir gracias a subvenciones masivas de solidaridad urbana. En esas ciudades hay contabilizados entre 450 y 500 guetos víctimas de la miseria de masas y la descomposición social.

En los guetos suburbanos, uno de cada dos jóvenes vive en familias bajo el umbral de la pobreza absoluta. La escolarización es pobre y sin resultados. La descomposición de las familias una realidad creciente. No hay ninguna «escalera» social para salir del gueto. Los partidos políticos, los sindicatos, la religión o la familia no consiguen crear los lazos sociales que se deshilachan de manera inquietante, con estallidos de violencia.

Días pasados, una reyerta entre adolescentes terminó a tiros a las puertas de un instituto en Sucy – en – Brie (periferia al oeste de París). Según las últimas estadísticas del Ministerio del Interior, muchas bandas suburbiales tienen todo un varipinto arsenal de pistolas, fusiles de asalto, lanzagranadas a través de un mercado negro cuyas raíces se pierden en los Balcanes, Oriente Próximo y el mismísimo Afganistán.

«Poder negro» e islam

Durante los últimos quince días, la diversidad étnica de los suburbios se ha hecho visible en el centro de París: los cortejos de un largo rosario de manifestaciones de protesta estudiantil están encabezados por jóvenes franceses de raza negra u origen magrebí. La llamativa visibilidad de estos jóvenes – ataviados con ropa deportiva y gorra ladeada – coincide con el debate sobre la identidad francesa que ha alimentado, como efecto bumerán, otros debates hasta ahora soterrados: emergencia de un «poder negro», el puesto del islam en Francia u hostilidad ante los «signos llamativos musulmanes» (minaretes).

Con frecuencia, tales debates precipitan llamaradas de tensiones. Por ejemplo, con motivo de los partidos para la clasificación de la Copa del Mundo de fútbol, la victoria de Argelia fue vivida por los franceses de origen magrebí como un acontecimiento nacional propio. Una celebración que acabó con la cada vez más habitual quema de coches en París o Lyon.

En este contexto, Nadine Morano, secretaria de Estado para la Familia, se precipitó ayer hacia el pozo de tal siniestra polémica comentando con ironía que los jóvenes de los suburbios deben comportarse como franceses, sin ponerse la gorra de lado ni hablar el «verlan» (un argot especial de los suburbios).

No es un secreto que la gorra de lado es una seña de identidad de los franceses negros, poco o nada musulmanes. Sin embargo, Morano fue acusada rápidamente de «atentar» y «amenazar» a los jóvenes musulmanes. La secretaria de Estado denunció más tarde una «manipulación»: pero el incendio publicitario reclama materias inflamables a todas hora.

Polémica por el burka

Por su parte, el Gobierno francés prosigue con trabajos legislativos que también chocan con los mismos problemas. Los parlamentarios de la Unión por un Movimiento Popular – UMP, el partido de Sarkozy – están divididos entre partidarios de la prohibición total del burka y partidarios de la prohibición parcial. El gobierno espera todavía un informe consultivo al respecto. En Francia (65 millones de habitantes) unas 2.000 mujeres usan el burka: el 25 por ciento son conversas reciente y un 75 por ciento tienen la nacionalidad francesa.Ante tal cúmulo de debates inflamables, cada nueva declaración atiza fantasmas, odios y polémicas. Varios ex ministros conservadores, como Alain Juppé, Dominique de Villepin o Jean – Pierre Raffarin se preguntan si el Gobierno de Sarkozy no está «jugando con fuego».

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