A FONDO

El triunfo de la dignidad

El Mundo, CASIMIRO GARCÍA-ABADILLO, 14-12-2009

El caso Haidar demuestra que la voluntad de una sola persona puede lograr objetivos inimaginables. Las grandes causas necesitan un rostro: a los seres humanos les es más fácil identificarse con las personas que con las ideas que defienden.


La causa saharaui ya tiene el suyo: Aminatu Haidar.


Lo que no lograron años de lucha y represión, hambre y miseria, lo ha conseguido esta mujer menuda que ha empeñado su vida en combatir por su dignidad.


Eso, en un mundo dominado por el pragmatismo, adquiere un valor especial y genera una solidaridad contagiosa.


Cuando Haidar comenzó su huelga de hambre en el aeropuerto de Lanzarote no sabía, ni siquiera presentía, que su empeño iba a encender una mecha tan poderosa. Pero sí tenía clara su determinación. Ella ha probado en su propia carne la dureza del régimen carcelario de Marruecos, la tortura y la oscuridad en el sentido más cruel del término.


Cuando Haidar aterrizó en El Aaiún el 13 de noviembre venía de Estados Unidos, precisamente de recoger un premio a su «coraje». Haidar ya poseía una voluntad de hierro antes de que la conociéramos la mayoría.


Pero ha sido la arrogancia de un régimen y la torpeza de un gobierno los que, combinadamente, han puesto el foco de la opinión pública mundial sobre su fortaleza envuelta de fragilidad.


El régimen de Mohamed VI, envalentonado por sus éxitos diplomáticos y convencido de que España nunca pondría en riesgo su amistosa relación con el vecino del sur, ha cometido una ilegalidad flagrante: ha arrebatado el pasaporte a una ciudadana y la ha expulsado de su territorio sin orden formal de expulsión; es decir, vulnerando los usos de un estado mínimamente democrático.


Por su parte, el Gobierno, más concretamente el ministro Moratinos, no sólo aceptó ese hecho sin rechistar cuando fue informado por el titular de Exteriores marroquí, Fassi Fihri, sino que incumplió la ley al permitir su entrada en España sin pasaporte y contra su voluntad.


Haidar, que es una conocida defensora de la independencia del Sáhara, ha sido lo suficientemente inteligente como para no mezclar la causa (la devolución de su pasaporte y volver con su familia a El Aaiún) que la ha llevado a la huelga de hambre con sus reivindicaciones políticas.


De esa forma, tan simple, pero a la vez tan contundente, ha puesto en un brete a los dos gobiernos.


A medida que han ido pasando los días, Haidar se ha ido haciendo más fuerte y las respuestas de los dos gobiernos han sonado más ridículas, más contraproducentes.


Marruecos no sólo la ha acusado de ser un instrumento de Argelia, un agente del enemigo, sino que se ha permitido el lujo de amenazar a España con permitir la llegada de pateras y terroristas (como ya hizo, por cierto, en tiempos de Aznar).


Moratinos, en un gesto tan bienintencionado como torpe, llegó a ofrecer a Haidar la nacionalidad española y una vivienda para que abandonara su terca actitud.


La última metedura de pata del Gobierno ha sido responsabilizar a la Policía de su rocambolesca entrada en España. La versión de los funcionarios que le permitieron cruzar la frontera sin pasaporte deja en evidencia tanto a Zapatero como a Fernández de la Vega: las «razones humanitarias», esgrimidas por ambos para aplicarle la excepción a la norma no las determinan los agentes, sino la autoridad política. Esa excusa ya fue esgrimida, «por orden de Madrid», frente a Haidar el mismo día en el que no le permitieron coger un avión con destino a El Aaiún. Ella puso el dedo en la llaga en la denuncia que presentó el día 15 en la Comisaría de Arrecife: «Un permiso de residencia excepcional por razones humanitarias nunca se puede convertir en una orden contra mí».


El Gobierno ha agotado prácticamente todas las vías diplomáticas y Mohamed VI se muestra intransigente porque ha hecho de este caso una «cuestión de honor».


El tiempo corre en favor de Haidar. La izquierda la ha convertido en su bandera, mientras que el PSOE se siente incómodo, porque en el contencioso del Sáhara actúa con complejo de culpa. Zapatero cambió la política mantenida por González y Aznar a cambio de una relación dulce con Marruecos. IU ha encontrado, por primera vez en mucho tiempo, un motivo de movilización popular. Los actores que han abanderado las campañas de Zapatero ahora miran al Gobierno con recelo, como caídos del guindo de la inocencia. Rosa Díez ha sabido protagonizar la solidaridad de la inmensa mayoría.


En ese mar de conflictos, intereses, complejas relaciones internacionales y disputas territoriales, Haidar se mueve con una coherencia aplastante: sólo quiere que le devuelvan el pasaporte y regresar a El Aaiún.


Las personas que han estado con ella en estos días alaban su serenidad, su presencia de ánimo.


Su ventaja sobre el resto de los actores de este conflicto es que ella maneja un elemento sobre el que nadie tiene capacidad de presión: su propia vida.


En el Gobierno existe la convicción de que Haidar no quiere morir y de que, por ello, no está llevando a cabo una genuina huelga de hambre. Creen que es pura simulación, que está utilizando a la opinión pública para hacer propaganda de la causa saharaui.


El problema, dicen, es que hay que ofrecerle «una salida digna». Ése es el objetivo del PSOE al presentar en el Congreso una proposición en defensa de la autodeterminación del Sáhara.


Haidar, sin embargo, maneja otras claves. La marea ha subido demasiado. El asunto se le ha ido de las manos a Mohamed VI. La intervención de Estados Unidos, la UE y la ONU ha convertido este caso en una causa por la defensa de los derechos humanos. Ya no es un conflicto entre España y Marruecos, como quería el monarca alauí.


Haidar está convencida de que Mohamed VI terminará cediendo. Probablemente lo hará alegando motivos humanitarios. Será una forma de darle a su régimen el rostro humano del que ahora carece.


Pase lo que pase, Haidar ha ganado su particular batalla. Ha vuelto a poner en primer plano el conflicto del Sáhara y ha dado a sus compatriotas la esperanza de que su lucha tiene sentido. Y, más importante aún, ha demostrado que la perseverancia tiene el éxito asegurado si sus objetivos son justos.

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