Los ultras suizos acallan al islam
El Correo, , 29-11-2009Era sólo cuestión de tiempo y en el caso de Suiza el plazo ha sido de escasamente un mes. Las corrientes ultraconservadoras – recuperadas en Europa por el fallecido político austríaco Jörg Haider, importadas a Holanda por el asesinado Pym Fortuyn, que en Italia quieren recuperar las legiones romanas de la mano de Gianfranco Fini y sin padres declarados en otros países del continente – campan ahora con fuerza en la Confederación Helvética.
Las elecciones federales del 21 de octubre consolidaron la coalición formada por los partidos ultraderechistas Partido Popular Suizo (SVP) y Unión Demócrata de Centro (UDC) y la convirtieron en la formación más votada. Bajo el liderato del ex ministro de Justicia y Policía, el multimillonario Christoph Blocher, supo rentabilizar en las urnas la defensa de las ideas que rechaza el resto del arco político. Aquel cartel propagandístico con tres borregos blancos que expulsaban de Suiza a un borrego negro consiguió un número de votos incuestionable.
Blocher – que compartía un Gobierno colegiado con socialistas, radicales y democristianos – vio sin embargo cómo el Parlamento rechazó el pasado día 10 la renovación de su cartera. El resultado del ‘frente común’ fue lo peor que pudo ocurrir porque este antieuropeísta hasta entonces estaba ocupado con el cargo. Ahora, ocioso, es un torbellino de ideas ingeniosas y, sobre todo, peligrosas. Y para plasmarlas se ampara en el sistema helvético de ‘democracia directa’, que se sustenta en la frecuente convocatoria de consultas populares para aprobar leyes. Basta con hacerse con 100.000 firmas. Y Blocher tiene muchos más que 100.000 seguidores.
Para un futuro anuncia referendos que respalden la expulsión de los delincuentes extranjeros y sus familias. Pero la iniciativa que inaugura su venganza apunta a los minaretes de las mezquitas. No son buenos tiempos para los musulmanes en Occidente. Un cartel con una bandera suiza perforada por oscuros alminares, afilados como misiles, junto a una mujer cubierta con un burka llama a los votantes a expresar su negativa a la proliferación de los templos islámicos.
Aunque en todo el país de los relojeros y el chocolate sólo hay cuatro minaretes y ninguno se usa para que el muecín llame a la oración para no infringir las estrictas normas sobre ruido urbano, las huestes de Blocher creen que el elemento arquitectónico constituye un símbolo de la expansión del islam.
Y para evitarlo quiere que los suizos respalden hoy en consulta popular la inclusión en uno de los artículos de su Carta Magna de la prohibición de erigir alminares en las mezquitas en las que oran cada viernes los 400.000 musulmanes que viven en el país centroeuropeo, conocido por su tradición humanitaria y sede de las principales organizaciones no gubernamentales.
Encuestas
La caja de Pandora está abierta pese a que los sondeos anuncian una derrota de los ultraconservadores, que sólo obtendrían entre un 30% y un 37% de ‘síes’. Con el recuerdo de las caricaturas de Mahoma danesas fresco, el Gobierno y el Parlamento federal encabezan una campaña contra la iniciativa por considerarla «racista, irrespetuosa y peligrosa», según ha certificado la Comisión Federal contra el Racismo.
Expertos creen asimismo que Blocher quiere violar la legislatura internacional contra la discriminación religiosa y la Convención Europea de Derechos Humanos. Asimismo, también todas las representaciones confesionales suizas critican la consulta y Amnistía Internacional advierte de que «la prohibición de construir minaretes infringiría la libertad de creencia y constituiría una discriminación ante otros cultos. «¿Por qué campanarios y no minaretes?, se pregunta la organización.
Sin embargo, los promotores del referéndum sostienen que los alminares son «símbolos de reivindicación religioso – política de poder y dominación que amenaza los derechos constitucionales de las personas», en este caso suizos. Así piensan todos los colaboradores de Blocher. Todos menos Peter Spuhler, presidente de una empresa que vende trenes a Argelia. Y es que el dinero no tiene fe. Es un dios en sí.
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