Otra víctima de la criminalización de inmigrantes

Deia, 28-11-2009

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EL pasado mes de abril un hombre se tiró a la ría de Bilbao durante la redada de la Policía Nacional en Zorrozaurre contra personas sin techo en situación irregular. Afortunadamente, sólo sufrió una leve hipotermia. Recientemente, un mantero murió al ser arrollado por un tren cuando huía de la Policía en Alicante. La última víctima de la criminalización que sufren los inmigrantes ha sido el joven que murió ahogado en la ría de Bilbao. La prensa publicó después que no era el sospechoso que buscaba la Ertzaintza.


La Policía autonómica se justifica alegando que su descripción física era similar a la del sospechoso. ¿Qué descripción física? ¿Que era magrebí? ¿La Policía hubiera actuado de la misma manera si le hubieran dicho que el sospechoso era vasco? Desde una absoluta falta de respeto hacia la muerte de un joven, se apostilla que, bueno, si no era el autor de ese robo seguro que había cometido otros, y que en todo caso alguien que corre cuando la Policía le llama es porque tiene algo que ocultar.


Sonroja la ligereza con la que los policías quebrantan el derecho fundamental a la presunción de inocencia que asiste a toda persona, independientemente de su origen o situación administrativa. Sabemos de este joven que no era el sospechoso que buscaba la policía y que no tenía antecedentes penales. El resto eran especulaciones que, además, vulneran el derecho al honor y la propia imagen de una persona que ya no puede defenderse. Y se obviaba que una persona inmigrante tiene buenos motivos para huir de la policía: en SOS Racismo recibimos frecuentemente denuncias por abusos policiales de tinte racista y asistimos a la desproporcionada medida de castigar con una orden de expulsión a presuntos autores de faltas.


Esta muerte debería hacernos reflexionar sobre las dramáticas consecuencias que implica la Ley de Extranjería, así como las identificaciones raciales basadas en el prejuicio. Lamentablemente, el tratamiento mediático, lejos de sensibilizar, alimenta más aún el estigma que arrastran los jóvenes de origen magrebí.


Por cierto: si no nos conmueve, consterna ni preocupa la muerte de un joven de 18 años (y podría incluso tratarse de un menor), sea de donde sea, tenemos un grave problema.

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