«El euskera es muy lindo»
Diario Vasco, 26-11-2009
DV. «Zer da hau?. Txakurra bat da». «Kaixo, nor zara zu?». «Kaixo. Ni Luis naiz». Las frases se suceden sin apenas descanso cada domingo por la mañana en las instalaciones de Esperanza Latina, la asociación de inmigrantes de habla hispana, con sede en el Antiguo. Medio centenar de sus socios asisten desde hace poco más de un mes a las clases gratuitas puestas en marcha, por segundo año consecutivo, por el Patronato Municipal de Euskara, en colaboración del euskaltegi Urrats, con el fin de favorecer a la integración «social, cultural y afectiva» de este colectivo.
Con un libro en una mano y una infusión de yerba de mate en la otra, se esfuerza por mejorar su acento euskaldun el argentino Nicolás Miguel Correa Illarreta, un apellido este último que denota su ascendencia vasca. «En efecto, mi abuelo era de aquí. Para ser más exactos, del barrio de Aiete», indica.
Fue precisamente su abuelo quien le motivó a apuntarse a las clases a las que ahora asiste. Según explica, «cuando éste fue a morir, empezó a hablar en euskera. Nunca antes lo había hecho y nadie sabíamos qué quería decir. Si por lo menos nos lo hubiera enseñado. . Teníamos una intriga grande y hasta tuvimos que ir en busca de un párroco vasco que trabajaba en otro pueblo para que tradujera sus palabras. Cuando llegó, nos dijo que mi abuelo pedía un sacerdote con el que poder confesarse antes de dejarnos».
El episodio quedó marcado en su mente. Por eso, cuando hace un año y medio llegó a San Sebastián buscó como aprender la lengua a la que tanto misterio rodeaba. Empezó descubriendo algunas palabras con ayuda de su familia donostiarra – las ‘izebas’ me ayudaron – , y poco después, apuntándose al curso que hace doce meses arrancó en Esperanza Latina.
«Ya estoy en el segundo ciclo. No es fácil, pero tampoco imposible», admite, mientas toma otro sorbo de mate. «Es para no perder la costumbre – confiesa, mostrando el recipiente en forma de calabaza que contiene la bebida gaucha – . Hay que aprender lo de acá sin perder nuestras raíces».
Nicolás Miguel comparte aula con Noris Rodríguez, una hondureña que lleva ya cuatro años y medio trabajando en la capital guipuzcoana. «Estoy muy contenta. Desde el principio, la gente me ha apoyado y ya tengo papeles», comenta sin disimular su orgullo.
La razón que le llevó a interesarse por el euskera se llama José Daniel. «Es mi hijo. Tiene dos años y medio», dice, refiriéndose a un inquieto niño que juega a su lado, mientras ella trata de memorizar los últimos sustantivos dictados por la irakasle.
«En el colegio le enseñan a hablar en euskera y yo hago el sacrificio de aprenderlo por él, para poder entenderle cuando me habla. Ahora ya empiezo a enterarme de lo que me dice y sé qué responder cuando, en su escuela, alguien me dice kaixo o me hace alguna pregunta. El euskera es bien difícil, porque se escribe de una manera y se pronuncia de otra, pero suena lindo», declara.
Algo similar le ocurre con su hija a Luis Torres, un joven que llegó de su Ecuador natal hace casi nueve años y que en la actualidad trabaja como calderero. «A veces, me habla en euskera y yo no le sé responder», reconoce.
Ésa fue una de las dos razones que le empujó a inscribirse a las clases que imparte el euskaltegi Urrats. La otra, «la necesidad de poder relacionarme con las personas de aquí», apunta. «En el trabajo, la gente pide cosas en euskera o te dice barkatu y no sé qué más. Me gustaría entenderles, poderles contestar en su idioma o, por lo menos, entender sus preguntas, para que no se molesten», añade Luis.
Para este ecuatoriano, la tarea que se ha impuesto no resulta nada sencilla. «Es importante aprender, pero, aunque pongo los cinco sentidos en ello, no me queda tan bien como a los vascos», apostilla.
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